Puertas adentro del Servicio Secreto
Un remanso buc¨®lico junto a la Cuesta de las Perdices y el monte de El Pardo acoge la sede del espionaje en Madrid
La Cuesta de las Perdices es un enclave buc¨®lico. Se encarama sobre una atalaya natural alomada que declina hacia la ribera derecha del r¨ªo Manzanares. Surca uno de los parajes m¨¢s di¨¢fanos del norte de Madrid, con el monte de El Pardo a un lado y al otro, la colonia de Camarines, separada por la carretera de A Coru?a junto al Club y a la Casa de Campo. Aves, cervatillos y jabal¨ªes cruzan todav¨ªa por predios contiguos -pocos quedan a¨²n sin urbanizar- con silenciosa cautela para abrevar en el r¨ªo, detr¨¢s del hip¨®dromo de La Zarzuela. La atm¨®sfera transparente que envuelve estos parajes se detiene ante los poderosos muros de una decena de edificios y pabellones de compacta hechura, el m¨¢s potente en forma de Y griega. Se accede por la calle de Argentona, pero su direcci¨®n es la avenida, sin n¨²mero, del Padre Huidobro, un sacerdote que muri¨® en la Cuesta de las Perdices durante la Guerra Civil. Pradera, setos de boj, abetos azules y enhiestos ¨¢lamos tapizan su feraz jard¨ªn: estamos dentro de la sede del Centro Nacional de Inteligencia, CNI, casa matriz de los oficiales de inteligencia, como les gusta ser llamados a los esp¨ªas.
Esp¨ªas espa?oles, claro. Los otros, a los que estos controlan, pululan en torno a las embajadas: bien con estatuto oficial, como agregados diplom¨¢ticos o militares y los dem¨¢s, bajo ingeniosas tapaderas que podr¨ªan abarcar cometidos candorosos o neutros como profesores de idiomas, expertos en inform¨¢tica, o bien en menesteres tan pintorescos como transportistas de ganado o reparadores de antenas.
Hoy los esp¨ªas espa?oles, al menos los que se ven por los relucientes pasillos de la sede madrile?a del CNI, de marm¨®reos suelos y ambiente interior laborioso, muestran el aspecto de cualquier funcionario o funcionaria de departamento oficial: blusas y su¨¦teres de colores no llamativos, vaqueros, camisas entalladas, zapatos de tac¨®n bajo... Salen a fumar al aire, conversan con reserva y vuelven pronto al tajo donde, tambi¨¦n, miran con avidez sus calendarios para averiguar las fechas del pr¨®ximo puente. A veces, un adorno ex¨®tico tra¨ªdo de un pa¨ªs remoto donde el oficial o analista hoy sedentario particip¨® en una misi¨®n secreta a?os atr¨¢s, decora su pupitre. Pero el rasgo com¨²n es un punto de tensi¨®n y de responsabilidad a?adida respecto a otros funcionarios, explica una afable agente: en sus manos, compa?eros suyos de ambos sexos, desplegados por todo el mundo en medio de vicisitudes complejas y a menudo arriesgadas, han depositado informaciones desde all¨ª enviadas sobre hechos "sensibles para los intereses del Estado" sobre seguridad, terrorismo, econom¨ªa, tecnolog¨ªa o bien relativos a la actuaci¨®n de agentes de inteligencia for¨¢neos en Madrid.
Unos y otras oficiales de inteligencia, m¨¢s de 2.000 personas en este centro madrile?o y otras desperdigadas en numerosos chal¨¦s y pisos distribuidos por la ciudad -se han publicado ubicaciones de sedes no tan secretas en el barrio de El Viso, Aravaca o detr¨¢s del Retiro- pasar¨¢n largas horas al d¨ªa descifrando desde sus despachos orientados hacia Somontes o la Casa de Campo, e interpretando tambi¨¦n la sustancia de lo informado. Ese material recorrer¨¢ una cadena de jalones: confidentes, oficiales operativos, controladores, mensajeros, traductores, analistas, encriptadores y archiveros. Al cabo, tratada esa informaci¨®n ya desbastada y convertida en "inteligencia", es decir "en conocimiento fundamentado y contrastado", explican los oficiales, la depositar¨¢n en manos de quienes al m¨¢s alto nivel deciden sobre la pol¨ªtica y la seguridad del pa¨ªs. Los documentalistas archivar¨¢n luego con claves secretas lo cosechado en palabras, voces o im¨¢genes, que permanecer¨¢ oculto, en el mejor de los casos durante d¨¦cadas.
Tal frenes¨ª, que requiere de una burocracia creciente, se ve mitigado por la discreci¨®n, cualidad exigida a todo oficial de inteligencia a quien se le demanda, adem¨¢s, pasi¨®n por el anonimato. "Son vidas llenas de abnegaci¨®n y de muchas renuncias", comenta Elena S¨¢nchez Blanco, Secretaria General del CNI, fil¨®loga, hija de militar, nacida en el Sahara y convencida del esfuerzo que la gente a su cargo realiza y del sentido de cuanto el CNI idea y hace, "conforme siempre a las leyes", asegura.
A diferencia del resto de madrile?os y madrile?as, quienes trabajan en los pabellones de la Cuesta de las Perdices no pueden ser nunca dicharacheros ni expl¨ªcitos. Miran siempre alrededor, calibran al mil¨ªmetro las palabras y extienden su cautela a cualquier conversaci¨®n fuera del centro. No dicen en qu¨¦ trabajan; a veces, ni siquiera sus familias lo conocen; ellos y ellas saben que revelar una confidencia puede poner en peligro las coberturas clandestinas de otros compa?eros; quiz¨¢ por ello, por el peso de sus cometidos, cuando pasean por las ¨¢reas ajardinadas del complejo del CNI se les ve arquear los hombros un poco m¨¢s que al resto de los ciudadanos; laboran junto a la salida noroeste de Madrid, de una manera necesariamente atenta: su responsabilidad es grande; en ocasiones, enorme. Incluso, en algunos casos infaustos, pagan el ejercicio de su profesi¨®n o su vocaci¨®n con la vida, como recuerda un monumento ideado por Alberto Coraz¨®n, en acero corten, que sobre una praderita recuerda a los siete oficiales de inteligencia espa?oles destacados en Irak que perecieron en una extra?a emboscada en el a?o 2003, y a otro de sus compa?eros asesinado poco antes. Una de las mejores salas del centro llevar¨¢ en breve el nombre H¨¦roes de Irak. Otro sal¨®n, el del teniente general Manuel Guti¨¦rrez Mellado, vicepresidente y ministro de Defensa, impulsor de la creaci¨®n del precursor CESID en 1977.
Calles asfaltadas, donde cabe ver una peque?a gasolinera, comunican unos recintos del centro con otros, por donde transitan hombres trajeados con ternos oscuros, corbatas a rayas y apariencia de ejecutivos, as¨ª como damas atildadas, de caminar cauteloso y miradas intensas. De las paredes de uno de los principales pabellones cuelgan retratos al ¨®leo de personajes que jam¨¢s podr¨¢n ser vistos bajo su verdadera identidad en lugar otro alguno: son los de antiguos maestros de formaci¨®n, jefes y responsables del espionaje, el contraespionaje, el an¨¢lisis, la criptograf¨ªa, la seguridad, la documentaci¨®n o la acci¨®n operativa, que forjaron un pasado envuelto siempre entre la bruma densa del enigma.
Un paso elevado, embutido en cristales, conecta una secuencia de despachos con un edificio c¨¦ntrico, cuyo enclave m¨¢s importante es una estancia circular, de unos ocho metros de altura, con paredes forradas por madera clara y de cuyo techo cuelgan potentes focos: es la Sala del Centro de Seguimiento de Crisis.
Sobre un frontal combado se abre un ancho espacio dedicado a paneles en los que se proyectar¨¢n mapas y documentos ampliados. A un lado, varios relojes digitales marcan las horas de Madrid, Caracas, Nueva York, Londres, Yibuti, Marjayum y Kabul, lugares donde hoy se concentra gran parte del inter¨¦s de los analistas de inteligencia. Ma?ana, las horas pueden proceder de otros enclaves. Al otro lado, cabinas para transmisiones aisladas, detr¨¢s de puertas de cristal. En el centro de la estancia, ocho filas de mesas curvas, con media docena de ordenadores de dos pantallas enfrentadas cada una de ellas.
Una gran mesa rectangular define la centralidad del lugar, desde donde los responsables de la Inteligencia del Estado siguen minuto a minuto todo episodio que sea considerado muy grave, como un gran atentado terrorista o una cat¨¢strofe natural con derivaciones hacia la seguridad o la estabilidad estatal. Parece una de esas amplias salas donde se sigue la evoluci¨®n de las naves espaciales. Una larga escalera despliega su diagonal hacia elevadas mamparas, cerca del techo, donde analistas en mangas de camisa y con gafas de carey laboran con aplicaci¨®n tras los cristales.
El edificio central, con forma de toc¨®n de ¨¢rbol, se ve coronado por un vertiginoso helipuerto. La vista de Madrid es desde all¨ª panor¨¢mica. Equidista del palacio de La Zarzuela y de la Moncloa, sedes de la jefatura del Estado y del Gobierno, respectivamente. A ambos les sirve informaci¨®n el CNI. A un lado, la carretera de A Coru?a, es un reguero incesante de autom¨®viles. Enfrente mismo del edificio del servicio secreto, una sala de fiestas, la antigua Nueva Romana, cabaret donde el vicepresidente del dictador Francisco Franco, capit¨¢n general Agust¨ªn Mu?oz Grandes, realizaba razzias entre los militares que acud¨ªan a divertirse all¨ª en coche oficial, que de inmediato les requisaba. Hoy, 60 a?os despu¨¦s, la misma boite, modernizada, posee un nombre entre divertido e inquietante, dada su vecindad al coraz¨®n de los servicios secretos: Cudet¨¢ se llama, de singulares evocaciones pol¨ªticas.
En desbaratar golpes de Estado, precisamente, reside una de las tareas principales de los servicios de inteligencia de pa¨ªses que puedan llamarse, con propiedad, democr¨¢ticos. Los que no lo son, por el contrario, inducen ellos mismos las conjuras dentro o fuera de sus fronteras. Hoy, el contraterrorismo atrae gran parte de energ¨ªas y recursos del principal servicio espa?ol de inteligencia. La otra prioridad son las tropas espa?olas destacadas en misiones de paz en L¨ªbano y Afganist¨¢n, explica la secretaria general. Cada ej¨¦rcito cuenta por su parte con servicios secretos propios, pero el CNI, ya plenamente civil, es entre los servicios de inteligencia el m¨¢s relevante de todos. Desde hace dos a?os es regido desde Madrid por el secretario de Estado, general en retiro F¨¦lix Sanz Rold¨¢n, de 66 a?os, "casi cinco d¨¦cadas al servicio del Estado, hombre experto en el manejo de organizaciones complejas y comprometido en fortalecer la imagen p¨²blica del CNI", dicen sus allegados.
Una nueva sede cuyo paradero es, por ley, secreto, complementar¨¢ las dependencias de la Cuesta de las Perdices, elegidas como eje central del entonces denominado Centro Superior de Informaci¨®n de la Defensa, CESID, precedente del actual CNI- por el coronel Emilio Alonso Manglano, de viva memoria en los servicios de inteligencia. Y ello porque tras el intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, los homolog¨® con otros servicios occidentales y se aprest¨® a democratizarlos plenamente. Incluso propici¨® su salida a la superficie, en un seminario abierto al p¨²blico celebrado con esp¨ªas de todo el mundo en los cursos de verano de San Lorenzo de El Escorial, en agosto de 1992, evento pionero de su g¨¦nero en Europa.
Muchos oficiales y analistas de inteligencia en Madrid acostumbran quejarse de que una simple informaci¨®n de Prensa "puede causar devastadores efectos en la moral de los oficiales clandestinos o en los sistemas de seguridad", aseguran. Otros, sin embargo, equilibran tal recelo con la certeza de que la calidad y cantidad de informaci¨®n veraz publicada y contrastada es una de las principales garant¨ªas democr¨¢ticas de un r¨¦gimen pol¨ªtico y del control ciudadano sobre la gesti¨®n pol¨ªtica.
Precisamente, para divulgar los conocimientos que surgen en torno a la informaci¨®n del Estado funcionan en Madrid dos c¨¢tedras dedicadas al estudio de los Servicios de Inteligencia, una en la Universidad Juan Carlos I y la otra en la que lleva el nombre de Carlos III. "Nada hay ignominioso si redunda en beneficio de la Patria", rezaba el lema maquiav¨¦lico. Hoy y aqu¨ª, sin embargo, el lema ser¨ªa "Espa?a y se apellida Constituci¨®n". Que equivale a decir: "Tambi¨¦n el secreto est¨¢ sometido a las leyes y a la moral" en este paraje pastoril de la cuesta de las Perdices.
Babelia
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.