C¨®mo me hice escritor
Art¨ªculo del premio Nacional de las Letras publicado en 'Babelia' en el a?o 2001 en el que explica c¨®mo naci¨® su vocaci¨®n literaria
YO NAC? en Barcelona pero, con poco m¨¢s de un a?o, mi familia se traslad¨® a T¨¢nger, ciudad que en los a?os veinte era realmente cosmopolita, con una convivencia de culturas y religiones y una libertad de vivir que se perdi¨® tras la guerra mundial. En mi colegio y en la calle yo conviv¨ªa con amigos musulmanes e israel¨ªes y conoc¨ªa costumbres y creencias muy diferentes de las m¨ªas. De pronto, con ocho a?os, mis padres juzgaron conveniente enviarme a vivir a casa de un t¨ªo m¨ªo, m¨¦dico en un pueblecito soriano, en tierras altas y fr¨ªas.
Ca¨ª as¨ª en un mundo radicalmente opuesto al de mis primeros a?os. En 1925 se viv¨ªa all¨ª casi como en la Edad Media en una casa con enorme cocina de chimenea y hogar de le?a, cuadra y corral y tierras de labor. Yo viv¨ªa entre personas mayores, cari?osas pero de un mundo tradicional y estricto. Las mujeres rezaban el rosario y encend¨ªan velas especialmente benditas el d¨ªa de santa B¨¢rbara para cuando estallaban tormentas. No encontraba amigos con quien jugar; ni siquiera comprend¨ªa yo la mitad de su vocabulario rural. Me sent¨ªa profundamente solo; casi abandonado aun comprendiendo los motivos que hab¨ªan inspirado la decisi¨®n de mis padres. Lo que me salv¨® fue el armario de un cuarto trastero donde, amontonados, encontr¨¦ viejos libros y, sobre todo, muchas novelas publicadas en follet¨®n por un peri¨®dico de principios de siglo: creo recordar que formaban una colecci¨®n bajo el t¨ªtulo La Novela de Ahora. Me sumerg¨ª pr¨¢cticamente en aquellas inacabables p¨¢ginas y dej¨¦ de estar solo. Los tres mosqueteros, Veinte a?os despu¨¦s y El vizconde de Bragelonne fueron seguidos por varias novelas de Paul Feval, sobre todo de la serie sobre Rocambole y El juramento de Lagard¨¦re. Recuerdo tambi¨¦n obras de Dickens, de Wilkie Collins y otros autores, ?hasta Los miserables, de Victor Hugo, fueron pasto de mi avidez! Supongo que muchas veces me enteraba solo a medias y que no distingu¨ªa de calidades, pero aquellas p¨¢ginas me protegieron, me salvaron: fueron el castillo donde, con tan varia profusi¨®n de personajes, me encontr¨¦ en rica y fascinante compa?¨ªa. En suma, durante el a?o largo que permanec¨ª en aquel pueblo naci¨® en m¨ª el lector empedernido, el comienzo de la pasi¨®n por la literatura.
El paso decisivo hacia la escritura lo di cinco a?os despu¨¦s cuando, desde T¨¢nger -adonde yo hab¨ªa regresado- mi familia vivi¨® otro traslado, esa vez a Aranjuez, el espl¨¦ndido Real Sitio de los monarcas borb¨®nicos en la ribera del Tajo. Otro gran cambio de ambiente, desde la cosmopolita T¨¢nger hasta una villa de urbanizaci¨®n dieciochesca y, sobre todo, el mundo de los palacios y los jardines, de los dioses y diosas mitol¨®gicos perpetuados en m¨¢rmol entre las frondas y presidiendo las fuentes. Y yo con amigos en pandilla, empezando a fijarme en las chicas y para m¨¢s suerte, haciendo a Madrid, debido a los estudios, unos viajes semanales que ampliaban mis horizontes, en el estimulante ambiente cultural de los a?os de la Rep¨²blica. En Madrid debat¨ªa con mis condisc¨ªpulos, exploraba los libros de lance en la Cuesta de Moyano, acud¨ªa a actos culturales y empezaba a apreciar calidades. En la capital, por decirlo as¨ª, me acribillaban est¨ªmulos que luego, paseando por los jardines del Real Sitio, se asentaban y transformaban en mi mente. Al fin un d¨ªa me ilusion¨® la posibilidad de crear un cuento y as¨ª fue c¨®mo, si en la alta meseta soriana naci¨® el lector, en Aranjuez naci¨® definitivamente el escritor.
Pasados un par de a?os, quemados en la absorbente tarea utilitaria de ganar unas oposiciones y ocupar una situaci¨®n estable propia, ya empec¨¦ a abrir en Santander una carpetilla con mis primeros intentos literarios. En la portada escrib¨ª "palotes" porque aquellas cuartillas equival¨ªan para m¨ª a los primeros trazos de pluma de los escolares, en los tiempos en que se aprend¨ªa la caligraf¨ªa.
El terremoto de la sublevaci¨®n militar y la guerra sacudi¨® mi vida, como la de todos los espa?oles, me a?adi¨® penalidades y experiencias nunca sospechadas, forz¨® mi crecimiento y muy poco despu¨¦s, por la temprana muerte de mi padre, me convirti¨® en cabeza de familia, afrontando aquella vida de penuria y represiones que fue nuestra posguerra. Pero escribir era ya para m¨ª un imperativo ineludible y en 1940 termin¨¦ mi primera novela: La estatua de Adolfo Espejo. Cinco a?os despu¨¦s le sigui¨® otra, La sombra de los d¨ªas, pero ninguna de las dos fue publicada en su tiempo, ya que el contrato que llegu¨¦ a tener a favor de la segunda no se llev¨® a efecto y, para entonces, ya trabajaba yo en otro proyecto que me parec¨ªa de alguna mejor calidad. Lo ultim¨¦ en 1952 y se public¨® inmediatamente, por la estimulante acogida del famoso editor don Manuel Aguilar. As¨ª naci¨® mi Congreso en Estocolmo y, con esa obra, el ininterrumpido esfuerzo de invenci¨®n que me ha tra¨ªdo hasta hoy y que ya se sale del tema de mis comienzos.
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