Otra muestra de extenuante pirotecnia
El espectador de 'Bunraku' no tarda en reparar en la debilidad de la propuesta: un ejercicio de extenuante pirotecnia al servicio de la nada
A mediados de los a?os 60, en el seno del estudio Nikkatsu, el japon¨¦s Seijun Suzuki traslad¨® los registros del cine de yakuzas a otra dimensi¨®n: su d¨ªptico integrado por las pel¨ªculas Tokio drifter (1966) y Branded to kill (1967) propon¨ªa la abolici¨®n de las se?as de identidad del g¨¦nero, partiendo de estrategias tan diversas como la hibridaci¨®n con el western y el musical y la inmersi¨®n en el substrato psicosexual de su imaginer¨ªa. Las primeras im¨¢genes de Bunraku, segundo largometraje de Guy Moshe, parecen rendir tributo a los hallazgos de Suzuki en la misma medida en que los malinterpretan de manera tan aparatosa como desnortada.
BUNRAKU
Direcci¨®n: Guy Moshe.
Int¨¦rpretes: Josh Harnett, Gackt, Woody Harrelson, Demi Moore, Ron Perlman, Kevin McKidd.
G¨¦nero: acci¨®n. Estados Unidos, 2010.
Duraci¨®n: 124 minutos.
Tras unos t¨ªtulos de cr¨¦dito que remiten a la est¨¦tica del bunraku ¡ªtradici¨®n del teatro de marionetas japon¨¦s que se remonta al siglo XVII¡ª, al tiempo que reformulan la delicadeza del origami para la era de la imagen de s¨ªntesis, la pel¨ªcula se abre con una secuencia de lucha entre bandas que flirtea con la estilizaci¨®n de un n¨²mero musical y la abstracci¨®n de un spaghetti western: la laboriosa mutaci¨®n no sirve para nada y la arbitraria suerte que aguarda al personaje interpretado por Jordi Moll¨¤ ¡ªun hachazo en la cabeza a los escasos minutos de metraje¡ª parece todo un comentario sobre la relaci¨®n ideal que la pel¨ªcula quisiera establecer con sus espectadores. El problema es que los hachazos que propina Bunraku son inocuos y el espectador, lejos de caer en la benigna inconsciencia, no tarda en reparar en la debilidad de la propuesta: un ejercicio de extenuante pirotecnia al servicio de la nada, algo parecido a un Zack Snyder malo (o peor).
Moshe invoca en vano el nombre del proletariado convirtiendo en coreograf¨ªa confusa el pulso perpetuo entre el Bien y el Mal: se sirve de decorados recortables, de constantes juegos con la iluminaci¨®n, de movimientos de c¨¢mara imposibles y de la sostenida demostraci¨®n de que el plano secuencia se despoja de toda ¨¦pica cuando la magia digital convierte no ya en posible, sino en rutinario lo que, hasta hace poco, parec¨ªa imposible. En el cat¨¢logo de referentes del director, Suzuki quiz¨¢ se d¨¦ la mano con el Robert Rodr¨ªguez de Sin City (2005) y con el Quentin Tarantino de Kill Bill (2003-04), pero es improbable que nadie se lleve a enga?o: todo se parece bastante m¨¢s a ese The Spirit (2008) de Frank Miller de tan infausto recuerdo.
Babelia
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