Abejaruco contra lince ib¨¦rico
'El montaplatos' es una negr¨ªsima entrada de payasos feroces que dura hora y veinte, excelentemente adaptada, dirigida e interpretada. San Juan y Toledo est¨¢n que se salen
Gran velada en el Matadero: San Juan y Toledo otra vez juntos, mano a mano, frente a frente en El montaplatos, de Pinter, la nueva y soberbia entrega de Animalario. Un s¨®tano desolado, cubierto de pl¨¢stico negro. Hasta las butacas de las gradas est¨¢n cubiertas de pl¨¢stico basuril: qu¨¦ gusto le han cogido al pl¨¢stico desde Penumbra. Ya ver¨¢n a qu¨¦ viene (y viene muy bien) todo ese pl¨¢stico, aunque te resbala un poco el culo. Dos literas. Dos puertas batientes, al fondo. Oscuridad, que el acatarrado p¨²blico aprovecha para toser acompasadamente. Larga secuencia muda: los dos tipos fingen dormir, se esp¨ªan, se escrutan. Ominosos ruidos de poleas en la noche, una cisterna lejana y goteante, a punto de desbordarse. Se hace la luz. San Juan y Toledo tienen aspecto de vagabundos beckettianos, pero sin bombines. Diario en mano, comentan las noticias del d¨ªa (de qu¨¦ d¨ªa no importa) para matar el rato. Algo esperan. Algo que no pinta bien. Durante un buen rato no sabremos a qu¨¦ se dedican. Hasta que vemos las pistolas. Bueno, lo adivinamos antes por los di¨¢logos. Di¨¢logos que Pinter cocin¨® con vianda Hemingway (The Killers), salsa Beckett, y un trasluz de El quinteto de la muerte de Mackendrick. Y toneladas de talento propio, por descontado.
El montaplatos (1960) es la pieza de Pinter que m¨¢s cerca est¨¢ de las estructuras del teatro del absurdo: una premisa disparatada que se desarrolla como un teorema. En la ¨¦poca se hicieron un mont¨®n de obras as¨ª. Strip-Tease, de Mrozek, por citar solo una. Pero El montaplatos dio primero y dio dos veces. Mil veces: su influencia fue enorme, incalculable. Marc¨® ritmos dram¨¢ticos (los stacattos de Mamet) y lleg¨®, treinta a?os despu¨¦s, al neocinenegro: desde Tarantino (los di¨¢logos ¡°?Royal con queso?¡±, de Travolta y Jackson en Pulp Fiction) hasta aquella maravilla casi secreta que fue Perdidos en Brujas, de Martin McDonagh. Hay, por cierto, una coincidencia casi premonitoria: antes de hacer Pulp Fiction, Travolta interpret¨® El montaplatos en televisi¨®n, con Tom Conti, a las ¨®rdenes de Altman. Muy buena versi¨®n. Hablando de versiones, la de Andr¨¦s Lima podr¨ªa llamarse Perdidos en Zaragoza. Los personajes siguen llam¨¢ndose Gus (Toledo) y Ben (San Juan), pero da toda la impresi¨®n de que lo hacen para darse pote, para jugar a g¨¢ngsteres, porque son dos pobres diablos espa?ol¨ªsimos: Gustavo y Benito. Todav¨ªa m¨¢s: para m¨ª que son Abejaruco y Lince Ib¨¦rico, aquellos dos seguratas de Aznar que Toledo y San Juan interpretaron en Alejandro y Ana, una cumbre de la comedia, un gran d¨²o c¨®mico. (Toledo y San Juan, quiero decir). Fijo que a Abejaruco y Lince Ib¨¦rico les botaron y ahora se ganan la vida en giras por provincias. Ah¨ª est¨¢n, m¨¢s viejos, m¨¢s cansados, en un s¨®tano zaragozano, esperando ¨®rdenes, como siempre.
Es fant¨¢stica esa espa?olizaci¨®n de los personajes: Benitico y Gustav¨®n, agencia de liquidaci¨®n. Benito es el veterano. Gustavo siempre ser¨¢ el novato, hasta el d¨ªa en que se jubile, si es que llega. Benito est¨¢ cada vez m¨¢s crispado. Gustavo, cada vez m¨¢s tonto, el pobre. Y Benito cada vez le aguanta menos. Un viejo matrimonio. Di¨¢logos en la vieja tradici¨®n del clown y el augusto. ¡°Enciende la cafetera¡±. ¡°?C¨®mo puedo encender una cafetera?¡± Las tensiones que crecen por un s¨ª o por un no, por una gota que rebosa el vaso, como el agua de la cisterna. Un sobre se desliza bajo la puerta. Abren el sobre: doce cerillas, de parte del se?or McGuffin. Brota una pregunta existencial: ¡°?Por qu¨¦ nos ha enviado cerillas, si sabe que no hay gas?¡±. Ah, el se?or McGuffin tiene estas cosas. El gran tema de la nueva dramaturgia de los cincuenta era la espera. La espera que suscita preguntas sobre el sentido de la vida, del mundo como s¨®tano mal iluminado.
'EL MONTAPLATOS'
(The Dumb Waiter, 1960), de Harold Pinter.
Traducci¨®n, adaptaci¨®n y direcci¨®n: Andr¨¦s Lima. Con Guillermo Toledo y Alberto San Juan.
Naves del Espa?ol, Matadero, sala 2.
Benito y Gustavo, pues, est¨¢n muy nerviosos, no paran de moverse, como en el cl¨¢sico n¨²mero de los osos enjaulados. La procesi¨®n va por dentro. Gustavo comienza a tener dudas, porque su ¨²ltimo trabajo le dej¨® muy mal cuerpo. ¡°Las mujeres no son tan compactas como los hombres. Las mujeres se desparraman m¨¢s¡±. Peligrosas dudas. Y para acabarlo de arreglar, en el s¨®tano hay un montaplatos por el que llegan mensajes cifrados altamente enigm¨¢ticos. ¡°Dos filetes con patatas. Dos arroces con leche. Dos caf¨¦s sin az¨²car¡±. Hay un interfono precario, un viejo tubo neum¨¢tico que conecta con el piso superior. No o¨ªmos la voz pero percibimos sus ¨®rdenes: reclama m¨¢s cosas que Angela Merkel y Moody¡¯s juntos. Platos cada vez m¨¢s dif¨ªciles, renuncias cada vez mayores. Una voz tan antigua como el tubo. Entendemos ahora el significado profundo de la acepci¨®n ¡°pasar por el tubo¡±. Y la antiqu¨ªsima, inmemorial esencia de la voz, capaz de separar mares rojos con un susurro. El montaplatos es una negr¨ªsima entrada de payasos feroces que dura hora y veinte. Excelentemente adaptada, dirigida e interpretada (encarnada, esa es la palabra), con un ritmazo que no decae ni un segundo. Un pelo grandilocuente el ecce homo final, para mi gusto. ?nica pega de un trabajo superlativo. San Juan y Toledo est¨¢n que se salen. Da gusto ver juntos a este par. Tendr¨ªan que hacer diez comedias m¨¢s, cuando menos. Grandes aplausos.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.