Menos mal: esto no me est¨¢ pasando
¡®House¡¯, que se despide, simboliza el imparable ¨¦xito de las series de m¨¦dicos
Algunos crecimos admirando en la televisi¨®n del franquismo el tup¨¦ y la p¨¢tina de h¨¦roe en bata del doctor Gannon en aquel Centro M¨¦dico de Los ?ngeles. Ni siquiera pod¨ªamos re¨ªrnos con el maquillaje naranja de Chad Everett. Eran los primeros a?os setenta del siglo XX. Tal fue el impacto de las andanzas de aquel joven que los expertos educativos de la ¨¦poca atribu¨ªan nuestras saturadas facultades de Medicina a que una generaci¨®n entera quer¨ªa emularle.
Junto a Gannon lleg¨® el sosegado Marcus Welby, MD y los enloquecidos matasanos de MASH. Unos nos hicimos m¨¦dicos (en mi caso Gannon fue menos importante que un padre cirujano), y otros se dedicaron a cosas m¨¢s sensatas. Pero estos ¨²ltimos siguieron olvidando los sinsabores del d¨ªa con cenas a base de croquetas y bistur¨ªes falsos que salvaban a los insalvables.
Un compa?ero que entiende de cine mantiene que la fascinaci¨®n que ejercen sobre nosotros las series de m¨¦dicos es semejante a la que sentimos por las pel¨ªculas de terror: este accidente, este diagn¨®stico, no me est¨¢ pasando a m¨ª. Me estoy librando.
Yo creo que el magnetismo del mundo de batas verdes y desgracias de toda ¨ªndole reside tambi¨¦n en que la muerte o la vida amenazada (y el intento de preservarla) constituye el hito que junto al amor en su sentido m¨¢s amplio se?ala cualquier existencia. Las grandes historias, sin duda, lo son de personajes en crisis.
Si una generaci¨®n tuvo un doctor Gannon, otra creci¨® con el Nacho (Emilio Arag¨®n) de M¨¦dico de familia. Pero es en Urgencias donde encontramos al m¨¢s reconocible sucesor del impecable Gannon. No era otro que el pediatra con el que George Clooney se convirti¨® en estrella en los 90. Aquella fabricaci¨®n de Michael Crichton inclu¨ªa las adhesivas peripecias de la plantilla que tanto cubr¨ªa la puerta del hospital de Chicago como se emparejaba y se abandonaba hasta lo impensable. Hoy han recogido la antorcha los vividores residentes del Seattle Grace Mercy West encabezados por Meredith Grey y el adicto y torturado House, tan insolvente para abordar su propia existencia como certero en sus improbables diagn¨®sticos.
Aparte de la nula empat¨ªa ¡ªque llega al ensa?amiento¡ª con unos pacientes a los que no quiere ni ver, los m¨¦dicos han reprochado a Gregory House algunos de los errores que comparte con otras series: que un cirujano lo mismo quita un bazo que abre el cr¨¢neo de un beb¨¦ o mete a un anciano en el esc¨¢ner. Tambi¨¦n esas incre¨ªbles pesquisas de su equipo, que toma muestras de los hogares de los enfermos, como si fuesen forenses de los vivos. Pero sobre todo, el escaso realismo de los casos a los que se enfrenta. Vamos, que puedes pasarte una vida entera en una consulta y no toparte jam¨¢s con dos de las seis o siete dolencias que un solo paciente padece en un cap¨ªtulo.
House, despu¨¦s de ocho temporadas, se desvanece ahora porque quiz¨¢ la audiencia se haya empachado de un personaje que compite consigo mismo en practicar la cirug¨ªa verbal. Pero en su haber est¨¢ que si eres profano, da igual: cada cap¨ªtulo se sigue como un caso detectivesco. No en vano los paralelismos de House con Sherlock Holmes (ambos drogadictos, ambos m¨²sicos) han sido se?alados hasta la saciedad.
Si eres del gremio, es otra cosa. He visto a compa?eros m¨¦dicos cambiar de canal ante estas series por el mismo motivo que un ur¨®logo no almuerza ri?ones: no quiero que nadie se muera. Aunque todo sea mentira.
Pero los menos pr¨®ximos a la especialidad del doctor sin bata pueden divertirse al desempolvar en la memoria los tratados de Medicina Interna. Lo improbable no quita la exactitud que le confieren los escogidos asesores de la serie. Diagnosticar siempre fue un desaf¨ªo. Lo mejor dentro de lo peor. Le echaremos de menos, doctor House.
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