Diario incesante de Virginia Woolf
A Virginia Woolf le gustaba fumar puros, jugar a los bolos y escribir a m¨¢quina. Era feminista y era pacifista, y una vez que le ofrecieron un doctorado honoris causa lo rechaz¨® con tajante elegancia. Comparaba la felicidad de escribir impulsada por el entusiasmo de la inspiraci¨®n y la perseverancia del trabajo con el ronquido de un Rolls Royce lanzado a cien kil¨®metros por hora; con la fuerza de las h¨¦lices de un avi¨®n. Un d¨ªa estaba escribiendo en su diario y al levantar la cabeza vio por la ventana de su casa de campo un zepel¨ªn que navegaba silenciosamente en la noche, con una guirnalda de luces en la barquilla; paseando por el campo con su marido, Leonard Woolf, una ma?ana de primavera, vio en un prado, entre ovejas y vacas, un aeroplano de fuselaje plateado y alas azules.
Cuando la abat¨ªa la negrura de la depresi¨®n pod¨ªa pasarse semanas encerrada en su dormitorio, mirando al techo, deseando morir; pero muchas m¨¢s veces disfrutaba golosamente de la vida, del amor conyugal y tal vez del amor de aquella mujer a la que estaba tan unida, Vita Sackville-West, de la cercan¨ªa de sus amigos, de los paseos entre las multitudes de Londres o las caminatas solitarias por el campo; de verlo todo y apreciarlo todo; y sobre todo de la literatura, de escribir y leer, de recibir la intuici¨®n, la primera imagen de una novela y dejarse llevar por ella hasta encontrar su forma; y de escribir en su diario sobre la felicidad y la obsesi¨®n y la incertidumbre de escribir y sobre cualquier cosa que se le pasara por la imaginaci¨®n y sobre cada impresi¨®n que le alertara los sentidos, sobre una visita a Thomas Hardy o un encuentro a la orilla del T¨¢mesis con George Bernard Shaw o sobre un perro que la miraba mientras trabajaba o sobre aquel aeroplano que ella y Leonard vieron un d¨ªa brillando al sol en medio del campo como una prodigiosa lib¨¦lula.
En ella hay un ansia peculiar, una inmediatez f¨ªsica, y adem¨¢s un coraje personal que los escritores varones no necesitan
Escrib¨ªa el diario en vol¨²menes de p¨¢ginas en blanco encuadernados por su marido en la editorial que hab¨ªan fundado los dos, la Hogarth Press. Cada a?o empezaba un tomo distinto. Hab¨ªa llenado veintisiete cuando se quit¨® la vida el 28 de marzo de 1941, intern¨¢ndose en un r¨ªo con los bolsillos llenos de piedras para que su cuerpo no flotara. En los ¨²ltimos tiempos sus anotaciones se hab¨ªan ido haciendo m¨¢s secas, mucho m¨¢s cortas. El miedo a la locura se correspond¨ªa con el colapso del mundo. Hitler se hab¨ªa apoderado de Europa entera y cada noche las bombas de la aviaci¨®n alemana asolaban uno tras otro los barrios de Londres. La casa en la que Leonard y ella viv¨ªan estaba en ruinas. Virginia Woolf volv¨ªa a Londres desde su refugio en el campo y encontraba reducidas a escombros las calles que hasta hac¨ªa muy poco tiempo fueron los lugares usuales por los que se mov¨ªa. Leonard era jud¨ªo: si como era probable los alemanes invad¨ªan Inglaterra Virginia y ¨¦l se matar¨ªan juntos.
Quiere lograr una forma fluida y abierta que contenga la vida sin falsificarla. Quiere la eliminaci¨®n de los premioso o lo superfluo
Un s¨ªntoma de la depresi¨®n es que la realidad exterior parece confirmar las impresiones m¨¢s sombr¨ªas de quien sufre su influjo. En los ¨²ltimos a?os, seg¨²n los s¨ªntomas de la guerra inminente se hac¨ªan m¨¢s visibles, seg¨²n ca¨ªan Checoslovaquia y Austria y se hund¨ªa la Rep¨²blica espa?ola, Virginia Woolf hab¨ªa sentido cada vez con m¨¢s frecuencia la mordedura del trastorno mental, y cada vez le era menos ¨²til el remedio que siempre le hab¨ªa ayudado a salvarse de ¨¦l: el trabajo, la escritura constante, la entrega a aquella adicci¨®n que un amigo suyo comparaba con la adicci¨®n al opio. Su prosa es una tentativa constante de crear un estilo que fluyera como el curso del tiempo, que atrapara la fugacidad y la velocidad de las cosas, la simultaneidad arm¨®nica de las palabras, los estados de conciencia, las sensaciones, los sentimientos: pero ese estilo tiene en el fondo la urgencia de una huida, la falta de sosiego de alguien que sabe que si baja la guardia o se queda inm¨®vil ser¨¢ atrapado por la bestia oscura que le viene a la zaga.
En esa pulsaci¨®n r¨ªtmica y entrecortada de la escritura Virginia Woolf no se parece a nadie. Aprendi¨® de Proust la ambici¨®n de atrapar como un flujo de ondas y part¨ªculas la textura del tiempo, la simultaneidad del presente y de la memoria; y aunque Joyce le provocaba mucho recelo y bastante desagrado aprendi¨® de Ulises la manera en la que la conciencia observadora, la yuxtaposici¨®n de las perspectivas y el caos visual y sonoro de la ciudad moderna pueden entretejerse casi musicalmente en un solo relato. Pero en ella hay un ansia peculiar, una inmediatez f¨ªsica, y adem¨¢s un coraje personal que los escritores varones no necesitaban. No imaginamos a Joyce ni a Proust confesando tan abiertamente las propias debilidades en un diario; reconociendo que los hieren y los humillan las cr¨ªticas negativas y que no son insensibles a ning¨²n elogio; llevando la cuenta de los ejemplares vendidos de una novela. Virginia Woolf ten¨ªa miedo de no ser tomada en serio y anotaba siempre con incredulidad las se?ales del ¨¦xito. Se reprochaba a s¨ª misma el da?o que le hac¨ªa una rese?a cruel y venc¨ªa el pudor para copiar palabra por palabra el elogio que le hab¨ªa hecho alguien.
No descansaba nunca. Lo que m¨¢s asombra del diario es su laboriosidad incesante. Anota con alivio el final de la primera escritura de una novela y a continuaci¨®n la pasa a m¨¢quina y la corrige y se la da a leer a Leonard, la presencia ben¨¦fica que apuntala su vida. Al empezar a escribir se hab¨ªa dejado llevar por su propio entusiasmo, por la embriaguez de inventar y escribir: apenas publicado el libro ya se aleja de ¨¦l y no es capaz de recordarlo sin remordimiento. Quiere lograr una forma fluida y abierta que contenga la vida sin falsificarla. Quiere el despojamiento de la poes¨ªa y la eliminaci¨®n de lo premioso o lo superfluo. Aspira a que la novela terminada conserve la libertad de un borrador. Cada libro empieza siendo una promesa y termina parcialmente en una claudicaci¨®n. As¨ª que en seguida hay que empezar otro, no porque ella se lo proponga, sino porque surge una imagen, un hilo que habr¨¢ que seguir, y porque la inactividad desemboca r¨¢pidamente en abatimiento.
De modo que no hay m¨¢s remedio que escribir siempre. Cada a?o empieza con un tomo encuadernado y en blanco y concluye con ¨¦l lleno hasta el final de escritura. El de 1941 queda inconcluso, m¨¢s de la tercera parte de las hojas en blanco. A?os despu¨¦s, Leonard Woolf repasa los 27 cuadernos y va extrayendo de ellos los pasajes relacionados con el oficio de la literatura. Uno de los mejores libros de Virginia Woolf ha llegado a existir cuando ella ya estaba muerta. Leonard Woolf, tan atento en la muerte como en la vida, lo titul¨® A Writer¡¯s Diary. No conozco otro testimonio mejor sobre la felicidad y la incertidumbre de escribir. No hay confesi¨®n de un escritor en la que haya tanta verdad como en este diario de Virginia Woolf.
antoniomu?ozmolina.es
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