Cartograf¨ªa del Titanic
En dos meses, el 15 de abril, se cumplen cien a?os del hundimiento del m¨ªtico transatl¨¢ntico. El libro 'Titanic, el final de unas vidas doradas', de Hugh Brewster levanta una gran cartograf¨ªa. Es un exhaustivo an¨¢lisis de los espacios y los personajes y las costumbres de los pasajeros. Fue la obra en la que James Cameron se inspir¨® para su pel¨ªcula.
La madrugada del 15 de abril de 1912 no solo se hundi¨® en las costas de Terranova el barco m¨¢s grande y lujoso de aquel momento, sino la representaci¨®n de una ¨¦poca ufana y ciega que bail¨® sobre la cubierta de este transatl¨¢ntico su ¨²ltimo vals. Cuando se cumplen 100 a?os de la tragedia del Titanic que se sald¨® con m¨¢s de un millar de muertos ¨Cel peor desastre mar¨ªtimo en tiempos de paz, como se empe?an en repetir las cr¨®nicas del momento-, y antes de que la versi¨®n cinematogr¨¢fica de James Cameron vuelva a copar con su romanticismo el imaginario colectivo, comienza el goteo de publicaciones, exposiciones, y dem¨¢s homenajes al ¡°insumergible¡±.
Hugh Brewster, a la postre inspirador del fen¨®meno hollywoodiense protagonizado por Kate Winslet y Leonardo DiCaprio, publica Titanic, el final de unas vidas doradas (Lumen). Una recopilaci¨®n de personajes, idiosincrasias, maneras y detalles que convivieron durante menos de una semana en este gran hotel flotante. Este es un asomo a aquel mundo:
Diferencias en el muelle. En la botadura del Titanic no se lanz¨® una botella. A las 12.05 del mediod¨ªa se lanz¨® un cohete, seguido de otros dos y entonces el barco de casi 26.000 toneladas empez¨® a deslizarse por el r¨ªo Lagan. Momentos antes, en el muelle, John Jacob Astor IV, el pasajero m¨¢s rico del barco, amigo del presidente de la White Star Line, J. Bruce Ismay, se impacientaba. Era un id¨®latra de la puntualidad, sin necesidad de disimulo, m¨¢s cuando pod¨ªa justificarse sin pudor gracias a la compa?¨ªa de una esposa embarazada.
Como la se?ora Astor, otras tantas mujeres de primera clase esperaban el embarco cerca de sus ba¨²les, maletas, cajones de embalaje con ropa para diferentes ocasiones, incluso estaciones del a?o. A poca distancia, los pasajeros menos pudientes, en su mayor¨ªa emigrantes libaneses y sirios, un pu?ado de croatas y b¨²lgaros con maletas de mimbre, dejaban a sus hijos jugar, conscientes de que las lindes del Titanic iban a ser algo m¨¢s fr¨ªas que las del muelle.
Francis Browne, el testigo. Este estudiante de teolog¨ªa en Dubl¨ªn, de 32 a?os, se estaba preparando para ordenarse como jesuita cuando su t¨ªo obispo le regal¨® un billete para el Titanic y una c¨¢mara de fotos, ahora convertida en el principal testigo de la tragedia.
Frank Millet, el observador. El artista y escritor, expatriado estadounidense, hab¨ªa desarrollado un fuerte desd¨¦n hacia sus compatriotas menos sofisticados. En boca de su amigo Alfred Parsons calificaba de ¡°detestables americanas ostentosas¡± a esas mujeres que trataban igual a sus perritos y a sus maridos. Y eso que Mark Twain usaba la expresi¨®n ¡°un Millet¡± para referirse a un tipo amable y simp¨¢tico. De viaje de negocios, Millet estaba siempre ah¨ª donde ocurr¨ªa algo, siempre desde una posici¨®n de austeridad: se reserv¨® una peque?a cabina, aunque parece que comparti¨® en sus ratos de asueto un camarote mucho m¨¢s amplio y lujoso, el de Archie Butt, asesor del presidente estadounidense Taft, como se desprende de algunas de las cartas que se encontraron.
El animador. Una de sus v¨ªctimas fue el escritor Jacques Heath Futrelle, quien dej¨® a tiempo el periodismo para pasarse a los libros y cuyas incisivas descripciones de los pasajeros, decoradas por un marcado acento de Giorgia, amenizaban las comidas en primera. Esas que Jack Stragg describ¨ªa a su mujer por carta. ¡°No hago otra cosa que trabajar, aunque solo hay 317 pasajeros en primera¡±, dec¨ªa el camarero, aprendiz de las costumbres de la White Star. Su compa?ero, el camarero Ryerson desconoc¨ªa su parentesco con la rica familia de mismo apellido de la cubierta B.
Un men¨² para contentarlos a todos. Del primer desayuno servido en el comedor de primera clase se conserva una carta que detalla un variado surtido de platos fuertes, los favoritos de los ingleses ¨Cri?ones de cordero a la plancha con beicon o los arenques frescos, con alg¨²n gui?o al paladar estadounidense en forma de productos del consorcio alimentario Quaker Oats.
Llegar tarde a la fiesta. Las balaustradas de la magn¨ªfica escalinata central ¨Censo?aci¨®n del personaje de Kate Winslet tumbada sobre la tabla en el oc¨¦ano helado-, las suntuosas alfombras, los techos con molduras de estilo jacobino, la sala de las palmeras, con materiales que simulaban m¨¢rmol, distinci¨®n,¡ En el Titanic la sensaci¨®n general era la de llegar tarde a una fiesta. Siempre a hab¨ªa que estar a punto para la distinci¨®n, y de este matiz la banda sonora de la orquesta del barco daba cuenta a la hora del caf¨¦ o antes de comer, interpretando las ¨®pera Cavalleria rusticana y Los cuentos de Hoffman.
Se?oras y criadas recorr¨ªan los diferentes compartimientos del Titanic en busca de aventuras para pasar el tiempo. El ba?o turco que, desde el techo dorado con l¨¢mparas de bronce ¨¢rabes y los ornados azulejos hasta los biombos con relieves estilo El Cairo, era en conjunto una pura fantas¨ªa de las mil y una noches.
Misa. La diferencia de clases se observaba en el Titanic incluso a la hora de rezar. El segundo sobrecargo, Reginald Barker, ofici¨® el servicio para los pasajeros de segunda clase en su comedor, y el padre Thomas Byles celebr¨® una misa cat¨®lica en el sal¨®n de segunda, seguida de otra para los pasajeros de tercera. Los jud¨ªos ten¨ªan que conformarse con la comida kosher para celebrar el sabat a bordo.
Una dama sobreviviente. May Frutelle, una de las damas de primera clase del Titanic escribir¨ªa posteriormente a la cat¨¢strofe: ¡°Entre el elegante mobiliario del sal¨®n, no hab¨ªa ninguna sombra premonitoria de la muerte que insuflara un miedo fr¨ªo a la alegr¨ªa de la velada. Era una escena brillante, mujeres hermosamente vestidas que re¨ªan y hablaban, aroma de flores; era rid¨ªculo pensar en peligro alguno¡±.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.