Hilos narrativos
Dos objetos coet¨¢neos me estremecen: la Declaraci¨®n Universal de los Derechos del Hombre; una collera de hierro para sujetar a los esclavos
De joven pensaba uno que las mejores historias eran las que ten¨ªan argumentos muy complicados y llenos de sorpresas, a ser posible coronadas por una sorpresa final que tuviera la contundencia de un choque de platillos o de uno de esos crescendos orquestales que se encargan de avisarnos con varios minutos de antelaci¨®n del final de la obra. Quiz¨¢s el barroquismo argumental es un s¨ªntoma de juventud, y hasta yo dir¨ªa que de juventud masculina. Dejando aparte a las retorcidas novelistas de misterio brit¨¢nicas, cuyo p¨²blico lector intuyo compuesto sobre todo por hombres, no recuerdo ahora mismo a escritoras propensas a las complicaciones narrativas. Seg¨²n un narrador va cumpliendo a?os sus argumentos se vuelven m¨¢s simples, llegando incluso a un despojamiento como el que encuentra uno en los cuentos de vejez de Borges, tan livianos de trama, tan simplemente enunciativos, que no parecen inventados por la misma imaginaci¨®n que urdi¨® El jard¨ªn de senderos que se bifurcan o La muerte y la br¨²jula.
Hay un paso siguiente, y es el de volverse sensible a la forma espont¨¢nea en la que se ordenan los hechos reales: estudiar una noticia y buscar sus conexiones con la misma curiosidad atenta con que en otro tiempo se estudiaba uno los pasos sucesivos, las trampas, los juegos de punto de vista de los grandes relatos policiales, que era donde m¨¢s se aprend¨ªa. Un buen argumento es aquel que permite ordenar materiales muy dispares de la imaginaci¨®n y la experiencia en una sola composici¨®n unitaria. Pero la ciencia, y la simple observaci¨®n de la vida, nos ense?an que no hay formas mejor organizadas ni m¨¢s flexibles que las que suceden espont¨¢neamente en la naturaleza, o en el azar de los hechos y los entrecruzamientos humanos. Hace muchos a?os, en una colecci¨®n de textos fragmentarios de Fernando Pessoa, le¨ª una observaci¨®n que entonces no estaba en condiciones de razonar plenamente, pero de la que me he acordado muchas veces: el arte moderno, ven¨ªa a decir Pessoa, no imita las apariencias de la naturaleza, sino que intenta emular sus procesos. Y el principal de ellos es la emanaci¨®n del orden a partir de leyes muy simples que regulan hasta cierto punto los datos del azar. La idea rom¨¢ntica del artista y del ser humano es la de una especie de Prometeo que con su inteligencia y su fuerza pone orden en el caos del mundo; y mucho antes, ahora que lo pienso, es la idea de Dios. Pero lo cierto es que el mundo se organiza bastante bien por s¨ª solo, y que lo m¨¢s llamativo de los hechos en apariencia ca¨®ticos ¡ªel flujo de las multitudes, el del agua durante una inundaci¨®n, el tiempo atmosf¨¦rico, el juego de los dados¡ª es que dan lugar muy pronto a patrones de orden que se repiten m¨¢s o menos id¨¦nticos a trav¨¦s de la naturaleza, la animada o la inanimada.
Un dibujante puede querer copiar una por una extenuadoramente todas las ramas de uno de estos ¨¢rboles magn¨ªficos del invierno desnudos de hojas o puede apreciar intuitivamente el patr¨®n abstracto de la arborescencia, que es muy parecido: en las ramas y en las ra¨ªces y tambi¨¦n en el mapa de la circulaci¨®n de la sangre y en el del sistema nervioso; y lo ver¨¢ repetirse en los meandros de un r¨ªo que se divide en muchas corrientes al llegar a una llanura y hasta en esos caminos e hilos que forma al retirarse el agua del mar en la arena mojada. Ahora el arte y la ciencia andan muy alejados entre s¨ª, pero fue Leonardo da Vinci quien por primera vez se fij¨® en estas regularidades del azar y supo dibujarlas.
Pero me voy por las ramas, por continuar con la arborescencia. Quer¨ªa decir que las mejores historias, que son formas en el tiempo, tambi¨¦n se hacen ellas solas, y que la tarea m¨¢s gustosa del escritor es encontrarlas, como encuentra de improviso un fot¨®grafo una escena trivial o un pormenor que con solo su mirada se han vuelto memorables: encontrar las historias en la realidad que el escritor observa o ha experimentado o que le cuentan o dejarlas formarse en su imaginaci¨®n, sin forzarles un prop¨®sito, resistiendo la tentaci¨®n de sujetarlas en la horma de un argumento. Quiz¨¢s el talento es la disposici¨®n flexible a sacar provecho de lo inesperado y de lo que se tiene m¨¢s a mano. Paul Klee dec¨ªa que el estilo y la inspiraci¨®n dependen en cada momento del contenido de la caja de colores. Nada m¨¢s que abriendo tres agujeros en una l¨¢mina de corteza de ¨¢rbol austral los indios mapuches hicieron algunas de las m¨¢scaras m¨¢s expresivas que existen: por esas ranuras en las que brillan los ojos y la boca de un hombre el ¨¢rbol entero cobra una presencia humana; con su larga cara de corteza un ser humano es un ¨¢rbol ambulante.
Dos objetos coet¨¢neos me estremecen: la Declaraci¨®n Universal de los Derechos del Hombre; una collera de hierro para sujetar a los esclavos
En la New-York Historical Society he visto una exposici¨®n sobre la era de las revoluciones liberales, que es tambi¨¦n la edad de oro del cultivo y comercio del caf¨¦, el tabaco, el az¨²car. Una historia surge del hallazgo de conexiones significativas entre hechos que en apariencia est¨¢n lejos entre s¨ª: el sue?o de la emancipaci¨®n humana est¨¢ manchado en su origen por el crimen de la esclavitud, el expolio y el exterminio; el caf¨¦ que beb¨ªan los revolucionarios de pelucas empolvadas y que excitaba su oratoria, el az¨²car con que lo endulzaban, el tabaco del que proced¨ªa el humo que llenaba los caf¨¦s, proced¨ªan del trabajo de los esclavos. Dos objetos coet¨¢neos me estremecen sobre todo en la exposici¨®n: un ejemplar de la Declaraci¨®n Universal de los Derechos del Hombre; una especie de collera de hierro de la que cuelgan varias cadenas paralelas terminadas en anchas argollas: serv¨ªa para sujetar por el cuello a los esclavos en los barcos negreros.
Un hilo narrativo va de la taza de caf¨¦ y la pipa de tabaco hacia la hermosa Declaraci¨®n que todav¨ªa nos concierne; otro ahora m¨¢s visible va tambi¨¦n hacia esa herramienta de tortura. En los a?os ochenta se puso de moda descalificar los ideales de la Ilustraci¨®n porque los hab¨ªan enunciado colonizadores y due?os de esclavos. Pero ha habido en el mundo muchas sociedades esclavistas, y solo en el seno de la europea surgi¨® la rebeli¨®n contra la esclavitud. Proclamar los derechos del hombre y excluir de ellos a los pobres, a las mujeres y a los esclavos es sin duda un ejercicio de cinismo o de ceguera, pero sobre esa proclamaci¨®n se ha ido edificando y ensanchando a lo largo de m¨¢s de dos siglos el proyecto en marcha de la universalizaci¨®n de la igualdad: una trama narrativa tan incomparablemente populosa que incluye a todos los seres humanos.
Ni a la imaginaci¨®n casi demogr¨¢fica de Balzac se le habr¨ªa ocurrido. Aunque hay otro argumento a¨²n m¨¢s variado y m¨¢s completo, y no creo que sea casual que se formulara en la gran edad de las novelas: lo que hizo Darwin en la teor¨ªa de la evoluci¨®n fue urdir una prodigiosa trama narrativa que abarca toda la historia de la vida sobre la Tierra, todos los seres vivos que han existido y existir¨¢n sobre ella.
Revolution! The Atlantic World Reborn. New-York Historical Society. Nueva York. Hasta el 15 de abril. Revolution!: The Atlantic World Reborn. Thomas Bender. Laurent Dubois y Richard Rabinowitz. D. Giles Ltd. / New-York Historical Society, 2011. 288 p¨¢ginas. 160 ilustraciones.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.