El libro como campo de batalla
Pantallas y p¨¢ginas se confunden. Los lectores se convierten cada vez m¨¢s en asistentes a un espect¨¢culo audiovisual. Vicente Luis Mora, autor del ensayo ¡®El lectoespectador¡¯, codifica en este texto las claves de una revoluci¨®n imparable
Dos viajeras se mueven por separado dentro de una estaci¨®n de trenes. La primera busca una conjunci¨®n de carteles indicativos grises y verdes, que encuentra r¨¢pidamente; en los paneles localiza una flecha dirigida hacia abajo y lee el mensaje adjunto. Como preve¨ªa, las palabras hacen referencia a los andenes de partida de los trenes. La segunda viajera, despu¨¦s de un largo viaje en tren, desea tomar un taxi. Persigue con los ojos un letrero que rece ¡°salida¡± y a los pocos segundos divisa un grupo de paneles donde se halla el mensaje deseado. Junto a ¨¦l, sorprendida, encuentra el dibujo de un taxi visto de frente. Ya completamente segura, se dirige a la direcci¨®n indicada por la flecha junto al taxi.
La diferencia entre estas dos viajeras reside en la habitualidad del tr¨¢nsito. La primera es una viajera frecuente y conoce la se?al¨¦tica de memoria, mientras que la segunda necesita contrastar varias veces la informaci¨®n. Sin embargo, ambas est¨¢n acostumbradas a desentra?ar mensajes emitidos mezclando palabras e im¨¢genes. Son viajeras distintas, pero ambas son lectoespectadoras. Las dos han distinguido a la perfecci¨®n los paneles informativos entre los numerosos anuncios publicitarios que pueblan el inmenso hall del edificio de forma casi inconsciente, mediante un vistazo al conjunto textovisual (suma de im¨¢genes y textos) de la estaci¨®n. Sus cerebros han seleccionado autom¨¢ticamente el grupo de letras y signos que componen la informaci¨®n institucional, descartando la publicidad (aunque ambas podr¨ªan despu¨¦s responder a la pregunta de si hab¨ªa o no tal cadena de comida r¨¢pida en el interior, pese a no haberse fijado en ella).
Que el cerebro privilegie una informaci¨®n necesaria (como hallar la salida) no significa que no haya procesado las dem¨¢s. ¡°Descartar¡± no significa ¡°no ver¡± para un lectoespectador, sino s¨®lo ¡°procesar en otro momento¡±.
En nuestros d¨ªas, todos somos acuciados o apelados desde millares de signos o anuncios con texto e imagen. Textovisual es la portada de este peri¨®dico, textovisuales son los telediarios (algunos incrustan en la parte inferior de la pantalla una banda m¨®vil de texto con otras noticias), y textovisuales son las pantallas de los ordenadores o de los telef¨®nos m¨®viles. La propia ciudad y las carreteras que enlazan unas urbes con otras son asimismo vastos repertorios de se?ales escritas, visuales y auditivas; emisiones que leemos de forma cruzada pero precisa, completa y complejamente, estableciendo no s¨®lo el significado concreto de cada una sino tambi¨¦n sus relaciones de conjunto. Si en el mismo cruce vi¨¦semos un stop y un ceda el paso juntos, el cortocircuito de sentido generado, aun estando m¨¢s que familiarizados con ambos iconos, llamar¨ªa nuestra atenci¨®n instant¨¢neamente. Cuando comienza en una pantalla publicitaria un anuncio muy conocido distraemos la mirada, que regresa si el spot se interrumpe con otra secuencia de im¨¢genes inesperada.
Todos somos por tanto lectores y espectadores de nuestro entorno, lectoespectadores capaces de aprehender de forma simult¨¢nea y sistem¨¢tica todas las emisiones s¨ªgnicas de nuestro mundo con independencia del formato en que se encuentren. Internet, que es una imagen incluso cuando s¨®lo hay texto en pantalla, ha terminado de familiarizarnos con la visi¨®n de ambas realidades en una sola y superior. La informaci¨®n textovisual y este nuevo modo de percibir la realidad se han incorporado de un modo tan natural a nuestra vida que los artistas y escritores (¡°antenas de la raza humana¡±, seg¨²n Ezra Pound), no solo han captado esta tendencia, sino que la han hecho suya y procesan en formas textovisuales sus creaciones, cada vez con mayor frecuencia. Escritores franceses como Annie Ernaux o Claro, canadienses como Douglas Coupland, brit¨¢nicos como Jeff Noon, mexicanos como Cristina Rivera Garza, estadounidenses como Mark Danielewski, peruanos como Claudia Ulloa o C¨¦sar Guti¨¦rrez, chilenos como Carlos Labb¨¦ o varios autores espa?oles escriben libros con zonas anfibias entre texto e imagen, obras flotantes entre dos aguas (El libro flotante de Caytran D?lphyn, del ecuatoriano Leonardo Valencia, tiene una versi¨®n convencional en papel y otra, textovisual, en la Red).
Siempre, desde Simmias hasta los caligramistas pasando por Sterne, Mallarm¨¦ o Jardiel Poncela, ha existido la escritura dotada de conciencia espacial o con voluntad pl¨¢stica, pero estamos ante una explosi¨®n global de pr¨¢cticas (en Jap¨®n son muy populares las novelas construidas en min¨²sculos fragmentos para ser le¨ªdas en el m¨®vil), que hace del libro convencional un campo de batalla, o de juegos, entre imagen y texto, convirtiendo la p¨¢gina en una p¨¢gina-pantalla o pantp¨¢gina dise?able a voluntad por el escritor. Un campo de b¨²squeda formal (aunque las formas traslucen siempre ideas) que encuentra en la actual difusi¨®n del libro electr¨®nico un ancho horizonte de posibilidades.
Otro fen¨®meno espolea tambi¨¦n la construcci¨®n de la realidad cotidiana como creadora de informaci¨®n textual y visual a un tiempo, y del mundo como lectoespect¨¢culo: las redes sociales. Facebook y Google+ han estimulado la creaci¨®n de contenidos donde las fotos subidas y los v¨ªdeos enlazados son parte esencial del discurso, junto con los estados escritos que las anuncian y los comentarios que las describen o celebran. Cadenas verticales de palabras e im¨¢genes anudadas forman parte del d¨ªa a d¨ªa de 800 millones de personas, a los que habr¨ªa que sumar los cientos de millones de usuarios de otras redes sociales, incluidos los blogs o bit¨¢coras.
En su novela Los electrocutados, el argentino J. P. Zooey escribe: ¡°las grandes ¨¦pocas hist¨®ricas imponen un modo de mirar las cosas¡±. La nuestra quiz¨¢ no imponga pero desde luego recomienda una actitud lectoespectadora para aprehender nuestro entorno diario, para desentra?ar el refulgente y ruidoso mundo en que vivimos.
Babelia
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.