Un Oscar para un mundo que agoniza
El triunfo de ¡®The artist¡¯, primera pel¨ªcula no anglosajona en ganar la recompensa, interpela la delicada situaci¨®n del cine y su industria, un mundo en plena mutaci¨®n
Una contradicci¨®n de fondo pesar¨¢ sobre la 84? edici¨®n de los Oscar, celebrada el domingo en Los ?ngeles. Mientras la gala se aferr¨® tozudamente a los valores seguros del cine que conocemos, los acad¨¦micos premiaron con cinco oscars (mejor pel¨ªcula, direcci¨®n, actor, m¨²sica y vestuario) a The artist, cuyo mensaje ¨²ltimo es el contrario: el final de una era ya est¨¢ aqu¨ª y, como ocurri¨® en la dolorosa encrucijada que supuso la llegada del sonoro, solo cabe adaptarse. Recordemos que The artist, ese filme encantador, casi mudo, en blanco y negro y franc¨¦s que ha hecho historia en Hollywood (es la primera pel¨ªcula no sonora que obtiene el premio desde 1928 y la primera no anglosajona en obtener el m¨¢ximo reconocimiento), acaba con unas casi inaudibles palabras de fondo de su protagonista. Ese ¡°with pleasure¡± (con mucho gusto) que le replica George Valentine (Jean Dujardin), prescindible estrella del cine pasado, a su productor (John Goodman) al saberse ¨²til otra vez.
El astuto olfato de Harvey Weinstein detect¨® en The artist una manera amable y sencilla de contarle al mundo algo que ni es amable ni mucho menos sencillo. El productor y distribuidor estadounidense no estaba en la foto final del teatro (qu¨¦ casualidad, antes llamado Kodak, ese gigante arruinado por el digital) donde se celebr¨® el domingo la ceremonia. Ni falta que hac¨ªa. El patio de butacas que ovacionaba al equipo franc¨¦s sab¨ªa que solo Weinstein es capaz de hacer triunfar a un filme extranjero en una tierra normalmente vedada a todo cine que no sea propio.
Descubri¨® The artist d¨ªas antes de su presentaci¨®n en el festival de Cannes. Puso la cartera sobre la mesa despu¨¦s de un pase privado porque, seg¨²n explic¨® m¨¢s tarde, encontr¨® en ella una historia que sin palabras se atrev¨ªa a enunciar algo universal: el ingobernable paso del tiempo. El secreto de The artist no es su zalamera vuelta al pasado, sino que nos pone sin hacernos demasiado da?o, de una manera simple y optimista, en el camino sin retorno del presente. ¡°Esta historia¡±, ha dicho Weinstein, ¡°lidia con algo que nos afecta a todos, que a m¨ª mismo me afecta cada ma?ana: enfrentarnos a un mundo cuya tecnolog¨ªa cambia demasiado r¨¢pido¡±.
Por mucho que intente disimularlo, Hollywood est¨¢ perdido. Su reloj ya no funciona y en esta salvaje reconversi¨®n nadie sabe qu¨¦ le espera. La invenci¨®n de Hugo, ganadora de cinco oscars t¨¦cnicos, tambi¨¦n bebe de ese dolor y por eso, como se?al inequ¨ªvoca de los hombres en el lecho de muerte, invoca al padre, al origen de un mundo que agoniza. Hasta un irregular Billy Crystal no pudo evitar el chiste (¡°Ahora la gente ve las pel¨ªculas en el m¨®vil, pero yo prefiero la pantalla grande: el iPad¡±) que marca estos tiempos.
Si la noche de los Oscar tuvo un rostro capaz de convocar por si solo pasado, presente y futuro fue el de una grand¨ªsima actriz, Meryl Streep, que puso m¨¢s inteligencia, emoci¨®n y clase que cualquier aspirante a su inalcanzable trono. Vestida de estatuilla, o de lo que ella quiera, radiante con su tercer Oscar en la mano, bromeando sobre los zapatos de Ferragamo que vest¨ªa en un gui?o a su personaje en La dama de hierro, Margaret Thatcher, y deseando beberse ¡°dos g¨¹isquis¡± de un trago, Streep habl¨® de acabar de una vez con ¡°la historia invisible de las mujeres¡± y de saber vivir sin dar nunca nada por hecho. ¡°Ayer le¨ªa en casa un poema que ahora mismo he recordado, dec¨ªa: ¡®es extra?o estar aqu¨ª, como es extra?o volver¡±.
Es imposible no admirar a una mujer de su talla, como es dif¨ªcil no reconocer que a sus 82 a?os Christopher Plummer es un hombre impecable. Borda al padre homosexual de Ewan McGregor en Beginners, cuyo c¨¢ncer terminal interpreta con la clase que aprendi¨® en los cine de tarde de su Quebec natal, donde ve¨ªa pel¨ªculas de Pierre Brasseur y Lewis Gilbert. El actor pronunci¨® un discurso dedicado a su hija Amanda (¡°de la que estoy tan orgulloso¡±) y a su mujer (¡°que me salva cada d¨ªa¡±).
Michael Hazanavicius, director de The artist, repiti¨® por partida triple y sin saberlo el agradecimiento que en 1993 improvis¨® Fernando Trueba por el Oscar a Belle epoque (¡°Gracias a Billy Wilder, gracias a Billy Wilder y gracias a Billy Wilder¡±, dijo el franc¨¦s) en la misma velada en la que el espa?ol se qued¨® sin Oscar por la historia y los dibujos de Chico y Rita, realizada junto a Javier Mariscal. Ellos y el m¨²sico Alberto Iglesias (El topo) se fueron de vac¨ªo pero con orgullo (seg¨²n el eminente cr¨ªtico Alex Ross, Iglesias firma la mejor banda sonora de este a?o) de una noche en la que se habl¨® mucho de cine mudo pero solo hubo un silencio: el de Woody Allen, que no recogi¨® su premio al mejor guion.
Los Oscar saben moverse en la paradoja. Mezclan las palomitas con la voz inmensa de un diminuto cineasta iran¨ª (Asghar Farhadi, premiado por Nader y Simin, una separaci¨®n) que se siente obligado a recordar a toda la audiencia que su pueblo viene de una de las culturas m¨¢s ricas y antiguas del mundo, que su pueblo no es hostil, que no hay en ¨¦l resentimiento. Como Thomas Langmann, el joven productor de The artist, hijo del fallecido cineasta y productor Cluade Berri, no pudo evitar dedicarle la noche a su padre, que jam¨¢s pudo recoger (no tuvo dinero para el billete de avi¨®n) el Oscar que recibi¨® en 1966 por su primer trabajo, el cortometraje Le poulet. ?l recog¨ªa tembloroso el testigo. A ¨¦l le alcanz¨® el dinero para el billete pero, como el resto, desconoce el rumbo de un viaje incierto.
Babelia
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.