La vanguardia verdadera y feliz
A la salida de A bigger picture, la monumental exposici¨®n de David Hockney en la Royal Academy me pierdo por laber¨ªnticas callejuelas del viejo Londres, mientras finjo que ando todav¨ªa impresionado por lo que acabo de ver, por las pinturas y de dibujos de iPad que reflejan la evoluci¨®n a lo largo del a?o de los paisajes rurales de Yorkshire.
Pero no s¨¦, quiz¨¢s sea cierto que ando de verdad impresionado. Afuera, es invierno y subo el cuello del abrigo. Atr¨¢s queda el bullicio de todas esas salas tan vivas en todos los sentidos, tan abarrotadas de un p¨²blico dedicado a conversar en voz alta, entre los colosales lienzos, de un modo sorprendentemente desinhibido.
Prosigo la marcha y me viene a la memoria la rese?a del joven Alastair Sooke en el Telegraph, donde este cr¨ªtico aventuraba que quiz¨¢s fuera una cuesti¨®n generacional, pero para su gusto los cuadros de Hockney exhibidos en la Royal Academy ¡ªfrescos, luminosos, encantadores¡ª eran demasiado corteses y, adem¨¢s, inveros¨ªmilmente felices.
Trato de comprender cu¨¢l es el problema que puede causar algo que sea ¡°inveros¨ªmilmente feliz¡±. La verdad es que acusaciones de este tipo, que se mezclan adem¨¢s con la ¡°cuesti¨®n generacional¡±, uno siente que ha de leerlas manos arriba. En casos como este, recurro a aquella m¨¢xima que dice que la prueba de una inteligencia superior es la capacidad para retener dos ideas opuestas en la mente al mismo tiempo, y seguir conservando la capacidad de funcionar. He conocido y sigo conociendo personas capaces de ver que las cosas son irremediables y, sin embargo, estar decididas a hacer que sean de otro modo. De hecho, esta es mi filosof¨ªa desde que entr¨¦ en la edad adulta y vi que lo improbable, lo no plausible, a menudo ¡°lo imposible¡± estaban sin embargo a mi alcance.
?No se parece lo imposible a ¡°la inveros¨ªmil felicidad?¡± ?No ser¨¢ que esta ¨²ltima no llega a hacerse realidad en la juventud, pero s¨ª se halla plenamente a nuestro alcance en la edad madura? Marcho ahora con extra?a decisi¨®n, quiz¨¢s a causa de lo que voy pensando y, sin saber c¨®mo, desemboco en Gough Square, una placita perdida de la City en la que encuentro la que seguramente es la ¨²nica estatua p¨²blica a un gato c¨¦lebre: el gato Hodge, ¡°a very fine cat indeed¡±. Enfrente de la estatua, est¨¢ la vivienda del due?o del gato, la casa de Samuel Johnson, el hombre que mejor conocemos del siglo XVIII ingl¨¦s (Vida de Samuel Johnson, de James Boswell, traducci¨®n de Miguel Mart¨ªnez-Lage, Acantilado). En la cuarta planta de esa casa, el doctor con seis amanuenses y la compa?¨ªa taciturna del gato Hodge escribi¨® el primer diccionario del idioma ingl¨¦s.
Ese gato est¨¢ en Gough Square, pero tambi¨¦n en la cita que abre P¨¢lido fuego de Nabokov, una humor¨ªstica cita entresacada de Vida de Samuel Johnson: ¡°Esto me recuerda el grotesco relato que le hizo al Sr. Langton del estado lamentable de un joven de buena familia. ¡®Se?or, lo ¨²ltimo que he sabido de ¨¦l es que andaba por la ciudad matando gatos a tiros¡¯. Y entonces, en una especie de dulce fantaseo, Johnson pens¨® en su gato favorito y dijo: ¡®Pero a Hodge no lo matar¨¢n, a Hodge no lo matar¨¢n¡±.
De eso se trata, me digo, de que nuestro gato se eternice como estatua p¨²blica. P¨¢lido fuego consigue ponerme siempre de buen humor, me ensancha al mundo, me permite huir de las complicaciones burdas, cuando no innecesarias, de la literatura experimental de hoy en d¨ªa, tan rancia. No en vano, Nabokov y P¨¢lido fuego fueron para m¨ª durante a?os, como tambi¨¦n Hockney, los representantes de la vanguardia verdadera y feliz. Hoy les asocio con esa extra?a alegr¨ªa que llega en la edad madura cuando vemos que las cosas son irremediables y, sin embargo, estamos decididos a hacer que sean de otro modo, lo que nos deja en un estado de felicidad irreal, ciertamente inveros¨ªmil, pero siempre exultante, al menos ante el gato eterno.
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