Esa cara no se la regalaron
Repaso pel¨ªculas y fotograf¨ªas de Erland Josephson intentando atrapar un atisbo de su esencia, de lo que le hac¨ªa tan grande y tan distinto. Desde luego jugaban a su favor el porte, la altura, la autoridad; la voz profunda y grave, los gestos lentos. Falta el ¡°algo m¨¢s¡±. Probemos de nuevo. Hay actores oper¨ªsticos, actores sinf¨®nicos, y actores que nos permiten, con muy pocas notas, acercarnos a un misterio y compartir una interioridad, como si estuvieran interpretando m¨²sica de c¨¢mara, como si les ba?ara una permanente luz de invierno: Josephson era, obviamente, de estos ¨²ltimos. ?Se pueden combinar lentitud y ligereza? S¨ª. La ¨²nica vez que le vi en teatro fue interpretando al doctor Rank en Casa de mu?ecas, un montaje del Dramaten, dirigido por Bergman. El moribundo doctor Rank confesaba su amor a Nora, que era la joven Pernilla Ostergren, y se mov¨ªa por el escenario como si ya no pesara, como si en su cuerpo solo hubiera lugar para ese ¨²ltimo anhelo.
Luego, por supuesto, estaban sus ojos. Los ojos del que ha mirado mucho, hacia fuera y, sobre todo, hacia dentro. Y el rostro, que cambia notablemente con el paso del tiempo. En sus pel¨ªculas de los setenta hab¨ªa en su rostro (desnudo, sin barba) algo brutal, mal¨¦volo y oscuro, una cierta viscosidad an¨ªmica. La mayor parte de sus personajes de esa ¨¦poca (que culmina con Secretos de un matrimonio) son neur¨®ticos, atormentados y ego¨ªstas. En los primeros ochenta hay un cambio f¨ªsico, seg¨²n sentencia del tiempo: barba y cabellos blancos, de viejo le¨®n, signos visibles de una elegancia, una fuerza y una nobleza hasta entonces agazapadas. Yo creo que en los setenta no hubiera podido dar el perfil del cabalista Isaak Jacobi de Fanny y Alexander, donde se conjugan majestuosamente la sabidur¨ªa y la implacabilidad de un dios antiguo.
Jugaban a favor de Erland Josephson el porte, la altura, la autoridad; la voz profunda y grave
En esos a?os fue Nietzsche a las ¨®rdenes de Liliana Cavani, pero pod¨ªa haber sido un impresionante Gurdjieff. Ese rostro no se lo regalaron: est¨¢ esculpido d¨ªa a d¨ªa y revela la huella y el trasluz de sus experiencias. He le¨ªdo estos d¨ªas varias entrevistas con Erland Josephson y en ellas dice cosas que me parecen muy significativas y muy inusuales. Elsa Fern¨¢ndez-Santos le pregunta por su trabajo al frente del Dramaten. Un actor corriente hubiera dicho: ¡°Oh, s¨ª, fue una gran experiencia, blablabl¨¢¡±. Josephson dice: ¡°Aprend¨ª mucho, sobre todo de m¨ª mismo. Aprend¨ª que me gusta el poder, y el contacto con el poder es una experiencia peligrosa. Fue importante percibir eso y lo fue tambi¨¦n volver a ser luego un actor m¨¢s de la compa?¨ªa¡±. La carrera de un gran actor se define no s¨®lo por lo que elige sino sobre todo por lo que rechaza. ¡°De cuando en cuando¡±, leo, ¡°necesito alejarme de la actuaci¨®n. Es un riesgo actuar demasiado. Yo tengo mis expresiones para el amor y para el dolor, y a veces me asusta c¨®mo se puede uno acercar a la prostituci¨®n mental y despilfarrar esos recursos. Necesito protegerme de eso, retirarme para luego volver limpio¡±.
Desde los ochenta hasta el final, Josephson nos da cuatro interpretaciones que son pura m¨²sica de c¨¢mara: Despu¨¦s del ensayo (1984), En presencia de un ¡®clown¡¯ (1997), Infiel (2000) y Saraband (2003). A esta lista a?adir¨ªa, desde luego, sus dos grandes trabajos con Tarkovski: Nostalgia (1983) y Sacrificio (1986). De la culminante Saraband, su despedida (y la de Bergman) recordar¨¦ siempre el impresionante momento del ataque de p¨¢nico en plena noche, cuando aparece, tembloroso y totalmente desnudo, en la habitaci¨®n de Liv Ullman. ?Cu¨¢ntos actores de su edad (o m¨¢s j¨®venes) se hubieran atrevido a eso?
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