Por el dolor de llamar
?Qu¨¦ diablos hemos venido a hacer aqu¨ª? Creo tener una ligera idea de lo que responder¨ªa Tabucchi. Admiro en ¨¦l su imaginaci¨®n y tambi¨¦n su capacidad para investigar en la realidad y terminar llegando a una realidad paralela, m¨¢s profunda, esa realidad que a veces acompa?a a la visible. Recuerdo que le gustaba Drummond de Andrade, que ve¨ªa el misterio del m¨¢s all¨¢ como si fuera solo un viejo palacio helado. Pienso en esto, mientras toco en el port¨®n del tiempo perdido y veo que nadie responde. Vuelvo a tocar, y de nuevo la sensaci¨®n de que golpeo en vano.
La casa del tiempo perdido est¨¢ cubierta de hiedra por un lado, y de cenizas por el otro. Casa donde nadie vive, y yo aqu¨ª golpeando y llamando por el dolor de llamar y no ser escuchado. Nada tan cierto como que el tiempo perdido no existe, solo el caser¨®n vac¨ªo y condenado. Y el viejo palacio helado. Lleg¨® a casa hace siete d¨ªas un mensaje de Tabucchi, en respuesta a unos recuerdos que invent¨¦ sobre Porto Pim: "Me hablas de una ¨¦poca remota, de cuando exist¨ªan los cachalotes. ?poca de antes del diluvio, y sin embargo vivida. Qu¨¦ raro, querido amigo". Es verdad, qu¨¦ extra?o. Hoy Porto Pim ¨Chiedra y cenizas en el lugar donde nadie vive- es tambi¨¦n un paisaje del tiempo perdido.
Junto al inventor de recuerdos y el hacedor de ficciones hab¨ªa un Tabucchi comprometido con la realidad, un escritor que entend¨ªa que Berlusconi hab¨ªa creado un mundo ficticio gracias a su imperio televisivo y medi¨¢tico y que los italianos hab¨ªan terminado por caer en una especie de Show de Truman del que no saldr¨ªan en a?os, por mucho que Berlusconi se hubiera ya largado. No hab¨ªa que olvidar, dec¨ªa, que el show hab¨ªa producido leyes muy concretas y un pavoroso r¨¦gimen. Y menos a¨²n olvidar las responsabilidades de quienes hab¨ªan sido condescendientes con tan grotesco espect¨¢culo.
Tabucchi tuvo que huir cuando aquel espect¨¢culo italiano infame afect¨® ya seriamente a su vida. Se march¨® a Lisboa, y all¨ª a veces escrib¨ªa sobre la isla de Corvo y sobre la lejan¨ªa. Yo he escrito toda la vida sobre Dama de Porto Pim, libro de cabecera y artefacto literario que en ocasiones contemplo como si fuera un Moby Dick en miniatura. Sus menos de cien p¨¢ginas componen un buen ejemplo de libro de frontera, de artilugio compuesto de cuentos breves, fragmentos de memorias, diarios de traslados metaf¨ªsicos, notas personales, biograf¨ªa y suicidio de Antero de Quental, astillas de una historia cazada en la cubierta de un barco, mapas, bibliograf¨ªa, abstrusos textos legales, canciones de amor: elementos a primera vista enemistados entre s¨ª y, sobre todo, con la literatura, transformados por una firme voluntad literaria en ficci¨®n pura. Un libro memorable, como tantos otros suyos: R¨¦quiem, Nocturno hind¨², Peque?os equ¨ªvocos sin importancia, Sostiene Pereira, Se est¨¢ haciendo cada vez m¨¢s tarde.
En cuanto a Corvo, se trata de la isla m¨¢s remota de las Azores. Solo se puede llegar a ella en barco. Nunca olvidar¨¦ el d¨ªa en que desembarc¨® all¨ª Tabucchi y vio a un hombre que ten¨ªa un molino de viento para triturar el grano y que le pregunt¨® estupefacto: "Se?or, ?qu¨¦ es lo que ha venido a hacer a esta isla?". A Corvo se va por ir, supe luego que pens¨® Tabucchi, a quien le habr¨ªa gustado ser uno de los portugueses que llegaron en el siglo XV por primera vez a las Azores y encontraron un para¨ªso. Era aquella una ¨¦poca sin duda remota y en la que a¨²n exist¨ªan los cachalotes. ?poca que se ve hoy, con profundo dolor, ya tan lejana, y sin embargo, por raro que parezca, verdaderamente vivida.
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