Los reinos de la informaci¨®n
El autor estadounidense James Gleick realiza un exhaustivo recorrido por el multidimensional universo de la informaci¨®n, desde la oralidad hasta la teor¨ªa cu¨¢ntica, en un libro en el que tambi¨¦n analiza los peligros de menoscabar el conocimiento
Los Homo sapiens somos una especie curiosa, y la curiosidad se satisface con informaci¨®n. Es posible, naturalmente, obtener esa informaci¨®n de primera mano, siendo testigo o protagonista de lo que sucede, pero esto no es lo que ocurre normalmente: es imposible que seamos testigos ¡ªmucho menos protagonistas¡ª de todo lo que tiene lugar en el mundo. Son necesarios, por consiguiente, medios espec¨ªficos para obtener informaci¨®n. A tales medios est¨¢ dedicado este nuevo, y espl¨¦ndido, libro de James Gleick, recordado por obras anteriores como Caos.
La informaci¨®n. Historia y realidad
James Gleick
Traducci¨®n de Joan Rabasseda
y Te¨®filo de Lozoya
Cr¨ªtica. Barcelona, 2012
537 p¨¢ginas. 29,90 euros (electr¨®nico: 15,99)
La informaci¨®n. Historia y realidad lleva a sus lectores a un largo, y tortuoso, viaje, que comienza en la oralidad, un reino en el que las palabras se desvanecen, perdi¨¦ndose finalmente en el agridulce y a la postre ef¨ªmero pozo del recuerdo. No sucede lo mismo con un mecanismo inventado para ¡°congelar¡± esas palabras dichas, la escritura, pero transmitir y conservar esos s¨ªmbolos escritos plantea problemas, que la invenci¨®n de la imprenta de tipos m¨®viles mitig¨®, all¨¢ en el siglo XV. Aquella tecnolog¨ªa, madre de hojas volanderas, folletos, libros, enciclopedias o peri¨®dicos, cambi¨® el mundo, pero como tecnolog¨ªa estaba destinada, tarde o temprano, a tener que luchar con otras tecnolog¨ªas, como las que surgieron del desarrollo, durante el siglo XIX, de la ciencia del electromagnetismo, que produjo mecanismos como el tel¨¦grafo, el tel¨¦fono, la radio o, m¨¢s recientemente, el correo electr¨®nico, que cambiaron la topolog¨ªa del mundo, aniquilando, en cierto sentido, el tiempo y el espacio.
El tel¨¦grafo cubri¨® el planeta con una telara?a de cables, por la que circulaban todo tipo de mensajes. Y del tel¨¦grafo ¡°con hilos¡± se pas¨® al ¡°sin hilos¡±, la radio, a la que acompa?¨® el ¡°tel¨¦fono parlante el¨¦ctrico¡±, que apareci¨® por primera vez en Estados Unidos con el establecimiento de unos pocos circuitos experimentales en la d¨¦cada de 1870. Al empezar el nuevo siglo, la industria telef¨®nica superaba a la del tel¨¦grafo en todos los conceptos (n¨²mero de mensajes, kil¨®metros de cableado, capital invertido), y la ola continuaba convirti¨¦ndose en un aut¨¦ntico tsunami. Los ¨²nicos requisitos que se necesitaban para su manejo eran saber hablar y o¨ªr. El Reino de la Oralidad.
Semejantes novedades planteaban problemas que nuevas tecnolog¨ªas deber¨ªan resolver. Para la telegraf¨ªa con hilos, ingeniosos m¨¦todos como el c¨®digo inventado por Samuel Morse, que el mec¨¢nico Alfred Vail hizo posible utilizar en los cables; para la telefon¨ªa, conexiones autom¨¢ticas, centralitas sin operadoras. Se abri¨® de esa manera un mundo que, como el anterior, Gleick explora en profundidad, un mundo en el que los protagonistas centrales dejaron de ser las palabras, pasando a n¨²meros y algoritmos, circuitos l¨®gicos y aritm¨¦ticas binarias; un mundo creado por hombres como, entre otros, Charles Babbage, George Boole, Norbert Wiener, Claude Shannon o el tan genial como desafortunado Alan Turing.
De la mano de Gleick nos vemos introducidos en cuestiones fundamentales del universo de la informaci¨®n. Cuestiones del tipo de si la cantidad de informaci¨®n es proporcional al n¨²mero de s¨ªmbolos transmitidos, que a su vez condujo a la idea de que la informaci¨®n est¨¢ estrechamente relacionada con la incertidumbre (que puede medirse contando el n¨²mero de mensajes posibles): si solo es posible un mensaje, no hay incertidumbre y, por tanto, no hay informaci¨®n. Se puede, por tanto, decir que la informaci¨®n es entrop¨ªa, o, mejor, negaentrop¨ªa: orden extra¨ªdo del desorden.
Gleick muestra que la informaci¨®n es omnipresente. Turing codificaba las instrucciones como n¨²meros (ceros y unos) e invent¨® una m¨¢quina ideal (la ¡°m¨¢quina de Turing¡±) que suministr¨® los fundamentos te¨®ricos sobre los que se asientan los ordenadores actuales, habilidades que utiliz¨® para descodificar mensajes criptografiados que los alemanes empleaban durante la Segunda Guerra Mundial. Shannon cre¨® c¨®digos para los genes y cromosomas y para los rel¨¦s y los interruptores, y produjo un resultado de importancia descomunal, el teorema de la codificaci¨®n sin ruido. La teor¨ªa de la codificaci¨®n se convirti¨® en un elemento esencial de la ciencia de la computaci¨®n, y sin la correcci¨®n de errores y la compresi¨®n de datos no existir¨ªan los m¨®dems, los CD (aunque estos est¨¢n, en realidad, desapareciendo), ni la televisi¨®n digital. La idea de Shannon de codificar la vida result¨® cierta: la r¨¦plica del ADN (herencia) es una copia de informaci¨®n, mientras que la fabricaci¨®n de prote¨ªnas es una transferencia de informaci¨®n (ARN mensajero). ¡°Si existiera algo parecido a una gu¨ªa de los seres vivos¡±, se?ala Gleick, ¡°creo que su primera l¨ªnea dir¨ªa como un mandato b¨ªblico: que se multiplique la informaci¨®n. El gen no es una macromol¨¦cula portadora de informaci¨®n. El gen es la informaci¨®n¡±.
Tampoco falta en este monumental libro la discusi¨®n de esas unidades de informaci¨®n culturales que son los memes ¡ª¡°ideas con capacidad de propagarse¡±¡ª de Richard Dawkins. ¡°Un meme¡±, dec¨ªa Daniel Dennett, ¡°es un paquete de informaci¨®n con car¨¢cter¡±. Ni se ha olvidado la teor¨ªa cu¨¢ntica de la informaci¨®n, con sus implicaciones para las teor¨ªas, cl¨¢sica y semicl¨¢sica, de los agujeros negros, y sus esperanzadoras, aunque lejanas a¨²n, consecuencias para construir computadores cu¨¢nticos, el reino de los qubits.
El libro de James Gleick es, ciertamente, un canto, y una explicaci¨®n, del multidimensional universo de la informaci¨®n, pero no es un canto ajeno a sus peligros. ¡°Un aluvi¨®n de datos¡±, leemos en ¨¦l, ¡°a menudo no consigue decirnos lo que debemos saber. Por su parte, el conocimiento de algo no garantiza nuestra iluminaci¨®n ni nuestra sabidur¨ªa¡±. El nacimiento de la teor¨ªa de la informaci¨®n supuso el sacrificio del significado, la mism¨ªsima cualidad que da un valor y unos objetivos a la informaci¨®n, pero no debemos olvidar tales valores y objetivos. La informaci¨®n es un instrumento precioso, s¨ª, pero un instrumento al fin y al cabo. Con la red hemos averiguado cosas ¡ªy averiguaremos muchas m¨¢s en el futuro¡ª que ning¨²n individuo habr¨ªa podido saber nunca, pero la vida es algo m¨¢s que informaci¨®n, y desde luego no se reduce a los 140 caracteres de un mensaje de Twitter.
En un mundo en el que la informaci¨®n parece haberse convertido en prioritaria, en reina todopoderosa, muy por delante del conocimiento, este libro, cuya lectura no siempre es f¨¢cil, constituye una gu¨ªa indispensable para traspasar el c¨®modo h¨¢bitat de los meros usuarios y adentrarnos en la frondosa y compleja selva de aquellos que, adem¨¢s, comprenden.
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