El joven in¨¦dito
Beatriz de Moura, editora: ¡°Para ser un verdadero creador necesitas algo de lo que gozan muy pocos: un don¡±. Estas palabras me remiten a lo inapresable y misterioso de ese don, aunque s¨¦ que no faltan esp¨ªritus con buen humor que sospechan que el talento tiene una f¨®rmula secreta, estilo Coca-Cola. De esa fabulosa f¨®rmula habla El talent (Labreu editors), divertida y recomendable novela de Jordi Nopca en la que unos j¨®venes roban en Berl¨ªn un prototipo capaz de detectar el valioso y huidizo ¡®talento literario¡¯ y luego vuelan con su bot¨ªn a Lisboa para buscar all¨ª a posibles grandes autores in¨¦ditos.
A veces pienso en el don todav¨ªa oculto de esos autores. Hace un momento, por ejemplo, he imaginado a un joven narrador in¨¦dito que ser¨ªa muy inteligente y habr¨ªa estudiado con atenci¨®n la literatura contempor¨¢nea y se habr¨ªa dedicado durante tiempo a observar los fallos de todos los que han escrito antes que ¨¦l. Como este joven andar¨ªa, adem¨¢s, muy curtido en teor¨ªa literaria ¨C¡°esas pistas tan elegantes para novelas a¨²n no escritas¡±, seg¨²n Zadie Smith-, nuestro joven se sentir¨ªa m¨¢s que preparado para escribir su primer libro, e incluso estar¨ªa convencido de tenerlo todo para poder lograr una novela perfecta.
Leemos a Beckett y
Supongamos que han pasado tres a?os y el animoso joven in¨¦dito ha terminado por escribir y publicar su libro y ¨¦ste ha sido bien recibido por p¨²blico y cr¨ªtica. No puedo evitar ¨Cporque es el caso m¨¢s frecuente cuando el escritor es inteligente- imaginarle frustrado. ?Por qu¨¦? Pues porque en su fuero interno sabe que, al ir del ¨¦ter a la realidad, vol¨® en su novela mucho m¨¢s bajo de lo que hab¨ªa so?ado y no consigui¨® con exactitud expresar su manera de estar en el mundo, quiz¨¢s porque de su alma se ausent¨® su duende personal en el momento menos oportuno. Se hab¨ªa propuesto nada menos que dejar su ¡°marca de agua¡± en el texto. Y es que si algo ten¨ªa ¨¦l claro era que lo ¨²nico en lo que se asemejan todas las grandes novelas es en el estilo tan personal con el que articulan la experiencia y nos obligan a estar atentos; es decir, la manera en que nos despiertan del sonambulismo de nuestras vidas.
Nos es f¨¢cil imaginar al joven pregunt¨¢ndose por lo raro que es el don, al menos la esencia del duende personal de cada uno, y sintiendo verdadera envidia de los raros pero contundentes y afortunados casos de j¨®venes de talento innato: el caso de Francis Scott Fitzgerald, por ejemplo, que, tras su primer libro, recibi¨® este comentario de parte del gran cr¨ªtico Edmund Wilson: ¡°Comete errores y es torpe como ¨¦l solo, pero le sobra el talento; tiene un don especial, a¨²n incipiente, para conseguir que haya vida en todo lo que escribe¡±.
Es cruel, pero el don es algo que no se obtiene estudiando los fallos de los otros o con alg¨²n otro tipo de esfuerzo concreto, ojal¨¢ fuera posible, pero no. Es m¨¢s, la facilidad, por ejemplo, para darle vida a lo que narramos es algo que se tiene de entrada (el caso escandaloso de Fitzgerald, por ejemplo) o no se tiene. Y ya no digamos poseer la marca de agua, el estilo tan personal con el que articulan la experiencia nuestros escritores favoritos. Esa marca es innata tambi¨¦n y est¨¢ relacionada con el car¨¢cter de cada uno y la habilidad que se tenga para dar con ella. Leemos a Beckett, por poner un ejemplo, y nos traspasa su extra?a y tan distinta y singular manera de verlo todo, y luego, por la tarde, descubrimos que el mundo se nos ha ido volviendo beckettiano y que, como nos tem¨ªamos, somos s¨®lo palabras, estamos hecho de palabras, polvo de verbo, sin suelo en el que posarnos, y no nos importa ya qui¨¦n habla, pues todo es falso, no hay nadie, no hay nada en el nunca jam¨¢s, mejor ahogarse en este aire inaceptable.
Babelia
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