Cu¨¦ntame un cuento
Hace 200 a?os apareci¨® la primera recopilaci¨®n de las historias y leyendas de los hermanos Jakob y Wilhelm Grimm, de enorme impacto cultural
El enorme impacto en la cultura universal de las historias y leyendas populares recopiladas por los hermanos Jakob (1785-1863) y Wilhelm (1786-1859) Grimm fue reconocido por la UNESCO cuando incluy¨® los Cuentos de ni?os y del hogar en su Registro de la Memoria del Mundo (v¨¦ase en Internet), al lado de, por ejemplo, la Novena Sinfon¨ªa de Beethoven, la Declaraci¨®n de los derechos del Hombre y del Ciudadano o la primera inscripci¨®n isl¨¢mica conocida.
Los Grimm pertenecieron a una generaci¨®n europea que, impulsada por el Zeitgeist del nacionalismo rom¨¢ntico, busc¨® ¨¢vidamente en el folklore y en las diversas manifestaciones de la cultura popular las ra¨ªces de sus respectivas identidades nacionales. Fil¨®logos de formaci¨®n, su campo fue el de los cuentos y leyendas orales transmitidas de padres a hijos, y que, en no pocos casos, presentaban variaciones regionales debido a las migraciones multiculturales producidas en el continente desde la edad media.
La primera recopilaci¨®n de Cuentos de los Grimm apareci¨® en 1812, de modo que este a?o conmemoramos su bicentenario. No pensados como lectura para ni?os (se publicaron sin ilustraciones y acompa?ados de notas eruditas), el ¨¦xito de las sucesivas ediciones, siempre enriquecidas con relatos suministrados por escogidos cuentacuentos, les hizo comprender la conveniencia de atender a un floreciente mercado infantil desarrollado al abrigo de la consolidaci¨®n de la burgues¨ªa urbana creada por la revoluci¨®n industrial. Para atender a ese p¨²blico sin chocar con las convenciones y la moral social, los Grimm comenzaron a editar o adaptar los cuentos: las madres malvadas ¡ªcomo la desalmada que abandona en el bosque a Hansel y Gretel¡ª, se convirtieron en madrastras; se disimularon las relaciones sexuales, como la de la cautiva Rap¨®nchigo (Rapunzel) con su pr¨ªncipe; se sustituyeron los elementos paganos por otros cristianos; se atemper¨® considerablemente la violencia de los castigos (originalmente, la madrastra de Blancanieves mor¨ªa tras verse obligada a bailar sobre unas chanclas de hierro al rojo vivo; y a las hermanastras de Cenicienta, que para intentar que su pies cupieran en el dichoso zapatito hab¨ªan llegado a cortarse los dedos, les sacaban los ojos unas palomas justicieras). Por cierto que, si quieren releer (o contarles a sus hijos) esas narraciones sin censuras, Taschen acaba de publicar Los cuentos de los hermanos Grimm, una estupenda edici¨®n, bien traducida e ilustrada, de 27 de las m¨¢s conocidas.
Este a?o conmemoramos
Desde 1812 esos relatos han circulado profusamente, ocupando (por delante de los de Perrault y los de Andersen) un lugar de privilegio en la formaci¨®n del imaginario infantil y, por extensi¨®n, en el de los adultos. Su ascendiente es perceptible en multitud de creaciones art¨ªsticas, cinematogr¨¢ficas, musicales y, desde luego, literarias. Claro que, como todos los cl¨¢sicos, su recepci¨®n ha experimentado vaivenes. Los nazis los celebraron como lectura volkisch particularmente adecuada a la educaci¨®n de los ni?os arios: al contrario de la impresentable madrastra, Blancanieves y su pr¨ªncipe ser¨ªan cabales representantes de la pureza racial. En las democracias su valoraci¨®n tambi¨¦n ha experimentado altibajos. Disney contribuy¨® a su globalizaci¨®n gracias a dos adaptaciones cinematogr¨¢ficas (Blancanieves, 1937, y La bella durmiente, 1950) que hicieron ¨¦poca y obviaban los aspectos m¨¢s conflictivos: los mismos que, en no pocas ocasiones, les han sido reprochados por educadores y pedagogos que los consideraban excesivamente violentos o moralmente peligrosos, cuando no perversos instrumentos ideol¨®gicos de todo tipo de discriminaciones y anomias.
Fue Bruno Bettelheim, en su todav¨ªa imprescindible Psicoan¨¢lisis de los cuentos de hadas (1976) el que sent¨® las bases para la reconsideraci¨®n de esos cuentos tradicionales que todo el mundo ha le¨ªdo o escuchado alguna vez. Ahora ya sabemos que los ni?os aprenden en ellos a discernir entre distintos registros (realidad / ficci¨®n) y que los elementos simb¨®licos y emotivos de los cuentos constituyen herramientas imprescindibles para su crecimiento afectivo y su paulatino descubrimiento del mundo. Lo cierto es que sin ellos ser¨ªamos emocionalmente m¨¢s pobres. Y a¨²n menos sabios.
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