Encaramado al ¨¢rbol del jacarand¨¢
Feria internacional del libro de Londres, 2012. Hace unos a?os en sus corrillos y foros se hablaba de la emergencia de las transnacionales, de la dictadura de las cadenas libreras, del ascenso del agente literario, de las nuevas tecnolog¨ªas, de la digitalizaci¨®n de la lectura. Este a?o se habl¨®, sobre todo, de China, protagonista absoluta de la Book Fair, y a quien el sector brit¨¢nico, inmerso en una crisis que est¨¢ dando al traste con las librer¨ªas ¡°de calle mayor¡±, parece contemplar como un nuevo Eldorado. Con 170.000 puntos de venta diseminados por todo el pa¨ªs y una clase media ascendente hambrienta de educaci¨®n y conocimientos, China ya ha dejado de ser un gigantesco taller de artes gr¨¢ficas baratas para convertirse en un cliente privilegiado y exigente, de ah¨ª las colas que pod¨ªan verse ante los lujosos estands del pabell¨®n 2 de Earls Court, en el que tambi¨¦n hab¨ªa asentado sus reales por primera vez Amazon.com (y, m¨¢s sorprendentemente, la Consejer¨ªa de Medio Ambiente de la Junta de Andaluc¨ªa). Por lo dem¨¢s, la crisis se ha hecho m¨¢s evidente en la capital de la libra esterlina, a pesar del regalo de los Juegos Ol¨ªmpicos. Junto a Gerrard Street, en el coraz¨®n tur¨ªstico de Chinatown, han aparecido prostitutas orientales que ofrecen r¨¢pidos massages, algo jam¨¢s visto en el barrio. Cerca, en la antigua y muy librera Charing Cross, la antes excelente librer¨ªa Blackwell¡¯s se ha desprendido de parte de su espacio y ha reducido el fondo: durante una estancia de m¨¢s de dos horas no cont¨¦ en ella m¨¢s de una quincena de clientes. Y en la legendaria Foyle¡¯s lo m¨¢s animado era el caf¨¦ (afuera llov¨ªa). Volviendo a la Book Fair, lo m¨¢s buscado y ofertado (adem¨¢s de las consabidas novelas ¡°negras¡±) sigue siendo la ficci¨®n escrita por mujeres (especialmente de pa¨ªses culturalmente lejanos), con predominio de temas ¡°inspiracionales¡±: historias de amor y de amistad, pero sobre todo de hero¨ªsmo femenino y ¡°superaci¨®n¡±, y a¨²n mejor si en la narraci¨®n se entreveran recetas gastron¨®micas locales. El ¡°libro de la feria¡± ha sido, sin duda, Children of the Jacaranda Tree, de la iran¨ª (licenciada por Berkeley y residente en Tur¨ªn: no es una paria) Sahar Delijani, que cuenta una historia multigeneracional con todos los requisitos para convertirse en uno de esos ¨¦xitos que se amoldan a los gustos hegem¨®nicos globales. La ha comprado por un anticipo de ¡°seis cifras¡± Weidenfeld & Nicolson (un sello del grupo Orion, que a su vez pertenece a Hachette), lo que ha dado pie a que determinadas terminales medi¨¢ticas ya est¨¦n haciendo su promoci¨®n internacional (si cuesta tanto tiene que ser buena, reza subliminalmente el mensaje). En fin, la veremos pronto traducida, de modo que paciencia y a ver qui¨¦n se la queda.
Traducciones
En cuanto a las traducciones, uno tiene sus man¨ªas. Ya s¨¦ que las de Shakespeare que public¨® Astrana Mar¨ªn a finales de los a?os veinte del siglo pasado distan de ser filol¨®gicamente correctas, y que su castellano resulta hoy casi tan ¡°arcaico, barroco y castizo¡± como el de Jos¨¦ Mor Fuentes, que fue el autor de la primera (1842) versi¨®n espa?ola de la grandiosa Decadencia y ca¨ªda del Imperio Romano, de Edward Gibbon. Pero ocurre ¡ªay¡ª que la primera vez que le¨ª (y me rend¨ª) a Shakespeare lo hice de la mano de Astrana y, salvo el propio autor en su lengua (a la que acced¨ª m¨¢s tarde), ya no hay quien elimine de mi maltrecho o¨ªdo la resonancia de aquella prosa redicha y apasionada. Incluso cuando me enfrento a traducciones m¨¢s recientes ¡ªy mejores¡ª de, por ejemplo, Valverde, Conejero, Pujante o Molina Foix, echo de menos aquella sonoridad obsoleta y majestuosa que tengo incrustada en alg¨²n pliegue de mi cerebro. Por no hablar de las notas inolvidables (y a menudo sesgadas) que el cervantino Astrana introduc¨ªa como explicaciones, glosas o comentarios a las obras del Bardo. Recuerdo, por ejemplo, aquella estupenda con la que el esforzado pol¨ªgrafo conquense justificaba a pie de p¨¢gina su traducci¨®n del Aroint thee, witch! que le dicen a una de las brujas de Macbeth (acto I, escena III), por un castizo ¡°?arredro vayas, bruja!¡±, una exclamaci¨®n, por cierto, que como incontenible reflejo condicionado me viene a mi enferma cabeza cada vez que se me aparece en la pantalla (o en mis pesadillas) cierta Presidenta de comunidad aut¨®noma. Viene lo anterior a cuento de la nueva (y espl¨¦ndida) traducci¨®n de la obra maestra de Gibbon llevada a cabo por Jos¨¦ S¨¢nchez de Le¨®n Mendui?a, y cuyo primer volumen (de dos) acaba de publicar Atalanta. Me ha bastado con repasar algunos pasajes que me gustan particularmente para comprobar que la nueva es, con su prosa elegante y r¨ªtmica, la traducci¨®n que se merecen los lectores espa?oles del siglo XXI, de modo que es la que desde aqu¨ª les recomiendo. Pero, qu¨¦ quieren que les diga, yo me siento m¨¢s hecho a la antigua, que es la que (por ahora) conservo en un estante elevado de mi ca¨®tica biblioteca. Y es que, adem¨¢s de su lenguaje ¡°arcaico, barroco y castizo¡±, en la nueva echo tambi¨¦n de menos algunas notas simp¨¢ticas (aunque quiz¨¢s espurias) incluidas en la edici¨®n anterior (ignoro si procedentes de otras ediciones brit¨¢nicas), como aquella que en el cap¨ªtulo VI aclaraba que el vicioso Heliog¨¢balo (uno de mis emperadores literariamente favoritos, gracias a Antonin Artaud) hab¨ªa nombrado ministros a tres de sus amantes (un bailar¨ªn, un cochero y un barbero) en raz¨®n de la enormitate membrorum. Se conoce que al divino c¨¦sar le gustaban bien dotados.
Monta?a
Supongo que si salieron a curiosear (e incluso a comprar) para Sant Jordi o para ese pariente (algo m¨¢s pobre y madrile?o) que es la Noche de los Libros, ya se habr¨¢n dado cuenta de que la avalancha de novedades contin¨²a, como si las realidades de un mercado deprimido no alteraran los planes editoriales. Ante tanto material uno se siente como el agobiado escalador de una interminable monta?a de libros en la que no es f¨¢cil decidir qu¨¦ comprar con un presupuesto bastante m¨¢s reducido que el de otros a?os y menos margen para el capricho. Algo todav¨ªa m¨¢s dif¨ªcil si ya se ha gastado una parte en la trilog¨ªa dist¨®pica de Los juegos del hambre (Molino), de Suzanne Collins, que es la lectura preferida esta temporada por los quincea?eros y dem¨¢s ¡°j¨®venes adultos¡± de todo el planeta-imperio. En mi caso, esta vez me he inclinado por libros menos evidentes, como la colecci¨®n de relatos minimalistas Dime, de Mary Robison, que acaba de publicar Alba en una nueva serie dirigida por la escritora Mar¨ªa Tena, o la trilog¨ªa de novelas cortas (La se?ora Kirchgessner, El n¨ªspero y Los lugares del delito), de Luigi Pintor (El Aleph), fundador junto con Rossana Rossanda de Il Manifesto (1969) y uno de los m¨¢s influyentes periodistas italianos de izquierda de la segunda mitad del siglo XX. Ambos han sido estos d¨ªas lecturas provechosas, y hasta bals¨¢micas, si considero el estado de ¨¢nimo tremendamente deprimido en que me sumieron los resultados obtenidos por madame Le Pen en le premier tour. A ver si ahora resulta que gana otra vez Merkozy y, encima, teniendo que hacer concesiones al neofascismo rampante. Lo que faltaba.
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