El espect¨¢culo devorador
Mario Vargas Llosa repasa la deriva de la cultura ¡ªgarant¨ªa del progreso espiritual¡ª hacia el divertimento y la banalidad
La civilizaci¨®n del espect¨¢culo
Mario Vargas Llosa
Alfaguara. Madrid, 2012
232 p¨¢ginas. 17,50 euros (electr¨®nico: 8,99)
Policarpo, obispo de Esmirna y Padre de la Iglesia, habr¨ªa dicho en el siglo II, seg¨²n se lee en la Patrolog¨ªa de Migne: ¡°?Dios m¨ªo! ?En qu¨¦ tiempo me hab¨¦is hecho nacer!¡±. Preparando alguno de sus libros hist¨®ricos, Flaubert ley¨® esta expresi¨®n y la hizo suya: ya nunca le abandonar¨ªa la sensaci¨®n de que hab¨ªa nacido en el peor de los siglos posibles, y as¨ª qued¨® reflejado por lo menos en su ¨²ltima novela, p¨®stuma, uno de los monumentos de la literatura del siglo XIX.
Pero eso no significaba ninguna novedad. Cien a?os antes que el m¨¢rtir cristiano, cuando la Rep¨²blica se tambaleaba, Cicer¨®n hab¨ªa exclamado algo similar: O tempora, o mores. Cada generaci¨®n, como es sabido, ha alabado las virtudes de las anteriores, y cada siglo, seg¨²n el parecer de nost¨¢lgicos e incluso realistas, ha considerado a los siglos pret¨¦ritos como algo superior. La teor¨ªa de que la historia no hace m¨¢s que acumular ruinas a nuestras espaldas (Walter Benjamin) posee un atisbo de optimismo, pues mejor habr¨ªa sido nacer antes (o no nacer, seg¨²n Calder¨®n), si cada siglo que pasa amontona nuevos escombros ante toda mirada retrospectiva.
Sin embargo, algo debe de suceder en nuestros d¨ªas substancialmente y cualitativamente distinto a este respecto: el siglo XX y lo que llevamos del XXI han sostenido de modo frecuente y radical que la civilizaci¨®n llamada desarrollada, u occidental, o nacida bajo el signo del capitalismo neoliberal, corre por caminos que se encuentran muy alejados de los postulados de libertad, aprecio a la raz¨®n y pr¨¢cticas dialogales que todav¨ªa ensalz¨® la Ilustraci¨®n europea. A pesar de los detractores del Iluminismo, como fue el caso de Adorno y de su colega Horkheimer, las alarmas acerca de la decadencia de nuestras civilizaciones ¡ªpor lo menos desde la revoluci¨®n de 1848, desde la Comuna de Par¨ªs o despu¨¦s de las dos guerras mundiales europeas¡ª no han hecho m¨¢s que proliferar, hacerse m¨¢s acuciantes y desoladas, y sumergirse en una melancol¨ªa algo m¨¢s productiva, si bien se mira, que la del grabado de Durero, al alba de la modernidad. Ninguno de los grandes y pesimistas diagn¨®sticos del siglo XX sobre la cultura se encuentra emparentado con esa c¨®lera ext¨¢tica que el ¨¢ngel de Melencolia parece exudar: las humanidades retroceden, la modernidad no ha hecho m¨¢s que asestarle golpes bajos al prestigio de la raz¨®n no cient¨ªfica, y aquella cultura human¨ªstica que engendr¨® los m¨¢s altos logros del saber literario y de las artes se bate en retirada ante la mirada quiz¨¢ nost¨¢lgica, pero en realidad anhelante, de escasos intelectuales: pues el acomodo intelectual se ha vuelto, tambi¨¦n ¨¦l, aliado de la distracci¨®n y los panfletos.
Mario Vargas Llosa publica bajo este signo su primer libro tras el Premio Nobel de Literatura: La civilizaci¨®n del espect¨¢culo, nacido al abrigo de unos pocos autores citados en el texto ¡ªT. S. Eliot, Popper, Trilling, Lipovetsky, Steiner, Berlin¡ª, y de otros muchos que, por amor de brevedad y para no aburrir al lector, no se citan: estar¨ªan, en esta n¨®mina, desde Tocqueville a Allan Bloom, pasando por Burke, Bonald, De Maistre, Schopenhauer, Nietzsche, Heidegger, Oswald Spengler o Val¨¦ry, es decir, una n¨®mina que va de los llamados ¡°reaccionarios¡± del siglo XIX ¡ª¡°reactivos¡±, habr¨ªa que llamarlos, algo mucho m¨¢s positivo¡ª al pensamiento liberal de mejor cu?o del siglo pasado.
Las tesis de Vargas Llosa no son originales, ni los an¨¢lisis que presenta el libro son m¨¢s penetrantes que muchos otros escritos acerca del mismo asunto; pero se agradece que un autor tan le¨ªdo y con un prestigio tan s¨®lido las divulgue, a modo de resumen o de memor¨¢ndum, en este libro: la cultura se ha convertido en espect¨¢culo (Debord) y divertimento ¡ªalgo que Pascal, en su teor¨ªa del divertissement, no acababa de condenar, pero fen¨®meno ante el que ya nos previno en el siglo XVII¡ª; las formas de la m¨²sica contempor¨¢nea no solo tienden a ensordecernos sino tambi¨¦n a enmudecernos: todo sermo convivialis resulta est¨¦ril ante su presencia apabullante; las llamadas por los soci¨®logos ¡°religiones de substituci¨®n¡± est¨¢n ocupando el lugar que anta?o hab¨ªan ostentado las religiones basadas en s¨®lidas creencias y en atisbos de transcendencia ¡ªanimalistas, ecologistas, pseudobudistas, vegetarianos, gimnosofistas y otros espec¨ªmenes¡ª; la figura del intelectual, tiempo atr¨¢s tan prestigiosa cuanto prestigiada, ha quedado reducida a casi nada y substituida por ambulantes profesionales; las pr¨¢cticas sexuales propias de las generaciones m¨¢s j¨®venes tienden a la cosificaci¨®n del amante y del amado; la llamada ¡°correcci¨®n pol¨ªtica¡± ha acabado, entre otras cosas, con la enorme tradici¨®n cr¨ªtico-literaria de nuestro continente, verdadera br¨²jula en el arte de navegar entre los libros; la autoridad concedida a los maestros y a su palabra ha sido relegada, equivocadamente, al rinc¨®n de los malos h¨¢bitos de los tiempos feudales; las nuevas tecnolog¨ªas no s¨®lo no son neutras, sino que han acostumbrado a sus usuarios a una relaci¨®n banal con la informaci¨®n, desuncida de todo lo que se refiere a los verdaderos saber y conocimiento; y, por fin, la literatura se ha alejado tanto de la gran tradici¨®n cl¨¢sica como de la tradici¨®n de los grandes logros del siglo XX ¡ªuno de los mejores, hay que decirlo, de toda la historia de la literatura¡ª, y hoy ensalza unos m¨¦todos y unos valores ligeros y banales para satisfacci¨®n de lectores solo aficionados a la distracci¨®n.
En un punto cabe discrepar de las tesis de Vargas Llosa: el autor considera que ¡°para la inmensa mayor¨ªa de los seres humanos la religi¨®n es el ¨²nico camino que conduce a la vida espiritual y a una conciencia ¨¦tica, sin la cual no hay convivencia humana, ni respeto a la legalidad, ni aquellos consensos elementales que sostienen la vida civilizada¡±. Esto parece una exageraci¨®n (como lo fue en los casos de Novalis y de Eliot), en especial al contemplar la vida espiritual y la civilizaci¨®n o las culturas europeas, muy impregnadas en los dos ¨²ltimos siglos del esp¨ªritu laico que qued¨® entronizado en la Declaraci¨®n de los Derechos Humanos, y aun antes: Montesquieu, Voltaire o la ¨¦tica y la est¨¦tica kantianas, por ejemplo, postulan ideas que resultan una s¨®lida y suficiente garant¨ªa para el buen desarrollo de la vida en sociedad y para el desarrollo de las virtualidades de seres y naciones; tambi¨¦n en este sentido la m¨²sica del gran siglo europeo, el XIX, es capaz de satisfacer al m¨¢s exigente de los anhelos espirituales.
Aunque el humanismo renacentista naci¨® abrazado al cristianismo, parece claro que la vida espiritual y la conciencia ¨¦tica pueden pasarse sin ¨¦l, y este fue un logro de la concepci¨®n laica de los Estados, las naciones y la ciudadan¨ªa de las dos ¨²ltimas centurias. Todo fen¨®meno est¨¦tico de valor ha permitido a los hombres, posiblemente en cualquier momento de la historia, ascender hasta zonas transcendentales y absolutas. No es plausible decir que las religiones cristianas, en estos momentos, tan vinculadas ellas mismas al espect¨¢culo y al esc¨¢ndalo, est¨¦n en condiciones de marcar una pauta para la depauperada situaci¨®n de la cultura: para ello bastar¨ªa con potenciar la educaci¨®n y creer en la idea de Diderot, para quien, sin apelar a la religi¨®n, ¡°la finalidad de la educaci¨®n siempre ser¨¢ la misma, en cualquier siglo: formar hombres virtuosos e ilustrados¡±. Tampoco las diversas formas de la cultura popular ¡ªrefugio cultural genuino de las clases menos ¡°cultivadas¡±¡ª merecen la consideraci¨®n de Vargas Llosa, quien, en realidad, solo ha pretendido, en este libro importante, analizar qu¨¦ le ha sucedido a la mal llamada ¡°alta cultura¡±: punta de la pir¨¢mide cultural de las naciones civilizadas, ¨²ltima garant¨ªa del progreso espiritual de los pueblos y los hombres.
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