?Maldito diluvio¡­!

Bienvenida sea siempre el agua, pero maldito el diluvio que descarg¨® sobre la Maestranza durante la lidia del tercero de la tarde. Tanto rogar por ella, y viene a caer en el momento en que un toro bravo y encastado deb¨ªa confirmar las magn¨ªficas impresiones que dej¨® desde que sali¨® por chiqueros. La lluvia en tromba lo desdibuj¨® todo y rompi¨® el encanto emotivo de una pelea que se presentaba apasionante. Campana, que tal era su nombre, galop¨® de salida, acudi¨® con alegr¨ªa a los caballos, persigui¨® incansable en banderillas, y lleg¨® a la muleta dispuesto a ofrecer la guinda del bello espect¨¢culo de la bravura. Y tuvo quince o veinte embestidas de categor¨ªa, largo, fijo en el enga?o y nobil¨ªsimo. Pero la atenci¨®n estaba centrada en esa tormenta antitaurina que destroz¨® la esperanza. Quede constancia, no obstante, de la calidad de un toro bravo y noble con mala suerte.

Y hubo otros: el cuarto, que no hizo una buena pelea en varas, derroch¨® nobleza y embisti¨® una y otra vez para que su matador pudiera lucirse a placer. Y el sexto, berre¨®n, aguant¨® una faena largu¨ªsima y no se cans¨® de embestir con extraordinaria clase. Bajaron la nota los dos primeros, muy descastados, y el quinto, que result¨® ser un inv¨¢lido. En resumen, una buena corrida, con tres toros de categor¨ªa.

?Y los toreros? La familia, bien, gracias. El Fandi derroch¨® voluntad y entrega, como siempre. Esper¨® a su lote de rodillas en el tercio, puso banderillas a toro pasado y mulete¨® como suele hacerlo: mal, para qu¨¦ vamos a enga?arnos. Le dieron la oreja del tercero porque el p¨²blico era entusiasta y festivalero, pero no la mereci¨®. Y dio unos mil pases en el sexto, y ninguno bueno.

Padilla no tuvo suerte. Puso banderillas en compa?¨ªa de El Fandi y lo hizo con holgura y correcci¨®n, pero sus toros no le acompa?aron. El primero, tullido y desfondado, y el quinto, un inv¨¢lido. Lo mejor, las dos estocadas; sobre todo, la primera, atrac¨¢ndose de toro, y de efectos fulminantes.

El Cordob¨¦s lo intent¨®, hizo lo que sabe -menos el salto de la rana, afortunadamente-, y pas¨® inadvertido. El que abri¨® plaza era marm¨®reo y desabrido, y el cuarto, noble y repetidor. Bueno, pues estuvo m¨¢s correcto con el primero que con el segundo.

La pena es que la tarde se rompi¨®. Hac¨ªa un fr¨ªo helador, soplaban molestas rachas de viento y, como colof¨®n, la maldita tormenta, cargada de bendita agua, que pod¨ªa haber esperado un par de horas. Hombre, por favor¡­