La comida de las fieras
'La loba', el anta?¨®n melodrama de Lillian Hellman, est¨¢ estupendamente servido (puro West End) por Gerardo Vera en el Mar¨ªa Guerrero. Les encantar¨¢ odiar a Regina Hubbard, una Nuria Espert suculenta de maldad
?La loba (The Little Foxes, 1939) podr¨ªa llamarse La zorra, pero sonar¨ªa mal. Los zorritos (acorde al original) tampoco pita. El t¨ªtulo viene de la Biblia: Salom¨®n habla de ¡°los peque?os zorros que devastan los vi?edos y agrian el vino¡±. La comida de las fieras hubiera estado bien, pero se le ocurri¨® antes a Benavente. Lillian Hellman se inspir¨® en sus parientes de Alabama, los Marx y los Newhouse, para inventar a los Hubbard, una familia de comerciantes enriquecidos por la Guerra de Secesi¨®n. Profundamente dem¨®cratas: han crecido explotando por igual a esclavos algodoneros y arist¨®cratas arruinados. Es capitalismo salvaje (capitalismo, a secas) de segunda generaci¨®n: sus padres ya expoliaron el Oeste.
Yo creo que ese tipo de material est¨¢ mucho m¨¢s hondamente tratado por los narradores y cineastas americanos que por sus autores dram¨¢ticos. O¡¯Neill lo sobrecarg¨® de tragedia (A Electra le sienta bien el luto) y Hellman lo lleva al thriller melodram¨¢tico, con poderosos golpes de teatro, pero superficial y maniqueo. A un lado, los buenos buen¨ªsimos: James Hiddens, el marido, un santo var¨®n; Alexandra, la hija honesta a carta cabal, y la encantadora y victimizada t¨ªa Birdie. Al otro, los Hubbard: la taimada Regina, casada con James; los hermanos Malasombra (Ben y Oscar), que rivalizan en codicia y trapacer¨ªa, y Leo, el hijo de Oscar y Birdie, tan corto como venal. Los golpes de teatro son dos y giran en torno a una caja de bonos y unas gotas cordiales. Y tres sus grandes escenas: la chejoviana confesi¨®n de Birdie y los sucesivos enfrentamientos de Regina con James y con su hija. ?Se ha quedado anticuada La loba? Tal vez el problema estribe en que ya hemos visto muchas obras en esa l¨ªnea y recibimos lo que fue primer plato como una sopa recalentada. Y es muy posible, en definitiva, que le falte ese toque de poes¨ªa y de locura que separa el melodrama astuto de la obra de arte. Ernesto Caballero ha hecho una versi¨®n muy eficaz (sobre traducci¨®n de Ana Riera) aunque dir¨ªa que bastante recortada, y con cambios curiosos: los Giddens pasan a ser los Hiddens, y Horace se convierte en James. Gerardo Vera la ha servido muy bien, con alguna pega que luego comento: predomina la solidez del reparto y el ¨®ptimo cuidado de la escenograf¨ªa (que tambi¨¦n firma), la luz y el vestuario, a cargo de G¨®mez-Cornejo y Franca Squarciapino. El reparto me pareci¨® un tanto subido de edad: en el original son todos m¨¢s j¨®venes. Quien m¨¢s sale perdiendo es el personaje de Alexandra, que pasa de adolescente a cuarentona. Se acepta la convenci¨®n, pero el conjunto chirr¨ªa un poco. La loba es, ante todo, una pieza para una superactriz con ganas de anudarse el mo?o, alzar la ceja y divertirse haciendo de bicho que pic¨® al tren. Regina Hubbard no tiene demasiadas capas, pero lo compensa con una personalidad arrasadora, y eso es, fundamentalmente, lo que ha de aportarle toda actriz que la interprete, desde Tallulah Bankhead hasta, por supuesto, Nuria Espert en el espect¨¢culo del Mar¨ªa Guerrero. Su Regina es como debe ser: comienza mundana, sensual y sard¨®nica, se calienta al olor del dinero fresco, y cuando arrecian las intrigas fraternas asoma el monstruo perfecto, dispuesto a llevarse por delante todo lo que se interponga en su camino, talmente la mism¨ªsima locomotora del Big Chief (o del Silver Streak, otro tren may¨²sculo en esa zona). Tiene sus motivos la se?ora: es muy triste y muy injusto ser pubilleta despose¨ªda, pero tambi¨¦n est¨¢ muy feo llegar a lo que llega, aunque en todo melodrama es ley no escrita que cuanto m¨¢s mala, m¨¢s gozo. Hay, pues, una diversi¨®n esencial en el trabajo de la Espert, m¨¢s cercana a las grandes villanas de Diana Rigg que al perfil de Bette Davis. Un vitalismo, una suculencia de la maldad que nos contagia su disfrute: parafraseando aquel viejo anuncio, la Espert en La loba es ¡°la mujer a la que adorar¨¢n odiar¡±. Y es muy acertado el acorde final, cuando su rostro muestra devastaci¨®n pero sin perder anhelo. Esa se?ora no se queda a pudrirse en la mansi¨®n, como una dama faulkneriana: la va a liar parda en Chicago, y es una pena que Hellman, que escribi¨® una precuela de la obra (Another part of the forest, 1946), no nos contara las aventuras posteriores de Regina como jefaza de la CIA, de un megaburdel o de la General Motors. Victor Valverde (James, antes Horace) es un antagonista ideal y una soberbia idea de casting: pisa con pie muy firme y da a la perfecci¨®n la elegancia, la honestidad, la fatiga extrema de su personaje. Impecable tambi¨¦n Carmen Conesa, una de esas actrices que crece a cada nuevo trabajo: estupendo el enfrentamiento con la madre. Jeannine Mestre tiene el bomb¨®n de la t¨ªa Birdie, una criatura (y eso hay que reconoc¨¦rselo a la autora) que anticipa todas las dolientes y alucinadas southern belles de Tennessee Williams. Golpeada por el canalla de su marido, despreciada por todos (por todos los malos, se entiende), Birdie tiene su gran momento, como dec¨ªa antes, al comienzo del segundo acto, cuando evoca su plantaci¨®n perdida, confiesa detestar a su ¨²nico hijo (ya estaba tardando) y declara, en frase digna de O¡¯Neill, que no ha tenido ¡°un solo d¨ªa completo de felicidad en veintid¨®s a?os¡±. Es un pasaje de mucho lucimiento, y la tarde que vi la funci¨®n le aplaudieron el mutis. Est¨¢ muy bien Jeaninne Mestre, pero su composici¨®n tiene un punto ¡°subido¡±, y quien dice subido dice demasiado ¡°po¨¦tico¡±. Quiz¨¢s convendr¨ªa un tono m¨¢s neutro, m¨¢s arrasado, para que ese mon¨®logo nos partiera el coraz¨®n. Muy poderoso, notable de voz y de ferocidad (y a ratos un poco campanudo) el Benjamin de H¨¦ctor Colom¨¦: me record¨® a Arturo L¨®pez, del mismo modo que Ricardo Joven (Oscar) me hizo pensar en la manera de Tom¨¢s Blanco. Markos Mar¨ªn insufla humor y veracidad al desagradecid¨ªsimo personaje de Leo, cuyo arco radica en ir de bobo vanidoso a bobo pillado en falta. Muy sobrio, en su breve papel, Paco Lahoz en el rol de William Marshall, el empresario norte?o. A Ileana Wilson, que interpreta a Addie, la criada negra, le ha marcado (o tolerado) Vera un estereotipo tonal que ya era artificioso en los d¨ªas en que Hattie McDaniel le anudaba el cors¨¦ a Vivien Leigh en Lo que el viento se llev¨®. Si De ratones y hombres es puro Broadway, como dec¨ªa la semana anterior, La loba del Mar¨ªa Guerrero es West End por los cuatro costados.
La loba, de Lillian Hellman. Versi¨®n de Ernesto Caballero. Dramaturgia y direcci¨®n de Gerardo Vera. Teatro Mar¨ªa Guerrero. Madrid. Centro Dram¨¢tico Nacional. Hasta el 10 de junio. cdn.mcu.es.
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