Dolce vita
"A Sard¨¢ le gusta forzar las situaciones para que aparenten ser ciertas sin serlo"
Xavier Sard¨¢ trabaja tras una m¨¢scara. Hay algo teatral, distanciado y hasta c¨ªnico, en su forma de interpretar al presentador de programas. Aparentemente desinformado, torpe, deslabazadas las preguntas, hasta las gafas de pasta que ahora luce, a ratos parece que no corrigieran dioptr¨ªas, sino que sirvieran de parapeto tras el que guarecerse. Presencia constante en los medios desde hace d¨¦cadas, apenas sabemos nada de ¨¦l. Desde Cr¨®nicas marcianas muestra debilidad por personajes heterodoxos, sobre todo aquellos que se han inventado una personalidad exterior, ajena al mundo real con la que combaten la previsibilidad, el hast¨ªo o tan solo sacan rentabilidad a la sobreexposici¨®n medi¨¢tica. A Sard¨¢ le gusta forzar las situaciones para que aparenten ser ciertas sin serlo y aunque su ¨²ltimo programa de entrevistas, Usted perdone, es hiperrealismo labrado a c¨¢mara en mano, sin iluminaci¨®n, en decorados particulares, calles y locales p¨²blicos, al final siempre monta un peque?o espect¨¢culo felliniano, en el que se impone su sentido melanc¨®lico de la existencia, ese que reivindica la dolce vita como ¨²nica alternativa a la fatalidad.
Su encuentro con Guti cuaj¨® en una conversaci¨®n agradable, donde el ¨¦xito deportivo, las convenciones y la pose de personaje ejemplarizante, tan sobreactuada por los invitados habituales, fueron demolidos escena tras escena. Guti reivindic¨® el placer de que le pagaran por solo jugar medias partes, sin lamentar que no se exprimiera del todo su talento de futbolista. Ha transportado fuera de las canchas el mismo desgarbado descre¨ªmiento que le hizo un futbolista capaz tanto de romper los partidos como de desesperar al fan¨¢tico. Mostr¨® los tatuajes amorosos que tuvieron que ser labrados de nuevo en su piel para ocultar los rastros del pasado tras las rupturas. Y cualquiera pod¨ªa pensar que es una suerte para los pol¨ªticos no tener que tatuarse el programa electoral. A estas alturas Rajoy estar¨ªa lleno de parches que ocultaran sus promesas de no subir impuestos, bajar pensiones, privatizar sanidad y educaci¨®n. Y verle nacionalizar bancos es como si el Papa se tatuara una t¨ªa en pelotas en el om¨®plato. En el fondo, hasta un tatuado enamorado adquiere un compromiso mayor que un pol¨ªtico en campa?a. Intuyo que ese es el circo que Sard¨¢ lleva empe?ado en retratar desde hace a?os.
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