H¨¦roes
En Los Vengadores se insiste en la identificaci¨®n de los atentados contra las Torres Gemelas con el mal causado por fuerzas exteriores. As¨ª, los superh¨¦roes se entregan, sin l¨ªmite presupuestario ni derecho a una defensa justa, a la destrucci¨®n de los villanos. La ficci¨®n ideol¨®gica es siempre un preparativo para la realidad, impone unas reglas de juego que luego aceptaremos de manera autom¨¢tica porque hemos sido convenientemente deformados para ello. Despu¨¦s de los malos est¨¢n los tontos, que en la pel¨ªcula son quienes, salvada la humanidad tras grandes fatigas, a¨²n ponen en duda la existencia de superh¨¦roes o se hacen preguntas inc¨®modas en la tele. Varios de ellos responden al arquetipo del intelectual.
No hay nada nuevo en la pel¨ªcula, ni su ¨¦xito ni el ajustado traje de cuero de la chica ni el personaje descre¨ªdo que finalmente se convierte a la fe. Pero en el momento m¨¢s delicioso alguien le pregunta a un renacido Capit¨¢n Am¨¦rica si cree que a¨²n funcionar¨¢ lo del traje con los colores de la bandera de barras y estrellas. "Quiz¨¢ en estos momentos se necesite m¨¢s que nunca recuperar esos valores antiguos", es la respuesta que casi est¨¢ pidiendo v¨ªtores enlatados. Pero volvamos a la realidad. Lo maravilloso de Europa es que no tiene iconograf¨ªa de superh¨¦roes y la idea del personaje salvador es ajena a nuestra tradici¨®n ilustrada. Por eso las crisis nos consumen y desalientan, porque no esperamos recetas m¨¢gicas y aunque el miedo traiga caudillos siempre se ven obligados a militarizar su popularidad. Aqu¨ª recibimos a Hollande, con la fe en un aseado profesor de secundaria, con la confianza en el sentido com¨²n que ojal¨¢ nunca perdamos del todo.
El Pa¨ªs Desaparecido al que canta Jeff Tweedy de Wilco es lo opuesto al taquillero sue?o de aplastar al extranjero para sanar los complejos propios. Nos urge a despertar de esa siesta donde somos consolados por los noticiarios que retratan la tragedia ajena. No s¨¦ si Grecia se convertir¨¢ en la v¨ªctima de nuestra guerra econ¨®mica, pero a falta de superh¨¦roes renacidos, Europa tiene que sacudir el polvo a los valores antiguos que mejor nos representan, los que seguimos necesitando m¨¢s que nunca para no convertirnos en un continente desaparecido.
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