El descampado
Los descampados son un territorio metaf¨®rico. Hay muchos que florecen a la sombra de obras paralizadas. Por ejemplo, los campos de atletismo de Vallehermoso en Madrid, fueron demolidos y ser¨¢n reconstruidos para gesti¨®n privada, pero con un ol¨ªmpico retraso. En ese desamparo muchos vecinos plantan huertos ecol¨®gicos para regalar a sus ciudades una imagen menos especulativa, zafia y deprimente. Hace poco la polic¨ªa municipal corri¨® a destrozar el huerto de Montecarmelo cuando ya nac¨ªan los primeros frutos, algo que enterneci¨® a los responsables del destrozo. Las ¨®rdenes de arriba quer¨ªan impedir que arraigaran los derechos de siega, que obligar¨ªan a esperar a cosechar antes de proceder a cualquier construcci¨®n.
Las autoridades, conocedoras de que vivimos en momento de emergencia, podr¨ªan pactar con asociaciones vecinales el uso de los terrenos p¨²blicos que la magnitud de nuestro agujero financiero no permite desarrollar o subastar a socorridos especuladores de suelo p¨²blico que s¨ª florecen en toda ¨¦poca. Pero la urgencia por destruir est¨¢ mucho m¨¢s asentada en nuestros pol¨ªticos que la de permitir que afloren iniciativas creativas. Detr¨¢s de todo ello, m¨¢s all¨¢ de casos tan insultantes, reside una vuelta a los or¨ªgenes. En casi todos los aspectos vitales, la crisis obliga a reconciliarse con las ra¨ªces propias, tambi¨¦n con las formas de trabajo y desarrollo m¨¢s cl¨¢sicas y de honda tradici¨®n.
Si se inocula de nuevo en los trabajadores la cultura de esfuerzo y austeridad, es normal que las personas traten de recuperar la labranza y el entretenimiento de calle. El ocio no costoso nos retrotrae a los tiempos de la partida en el bar, el f¨²tbol en el descampado y las pandillas de calle. Lo ingrato es imponer a la sociedad las condiciones de vida anteriores al sue?o del bienestar y la protecci¨®n social, pero a cambio no permitirle recuperar el espacio p¨²blico y la libertad sin gobierno y tasa de anta?o. El af¨¢n recaudatorio de la autoridad ha llegado a su cl¨ªmax, permitamos por tanto que la expansi¨®n de la gente hacia su propio entorno les compense. Acotar toda evasi¨®n humana al territorio capitalizado por las grandes empresas de internet es ceder a la virtualidad la ¨²nica dimensi¨®n de calle o plaza com¨²n. Que al menos el descampado nos vuelva a pertenecer.
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