Tragicomedias de la condici¨®n humana
El irland¨¦s Anthony Cronin relata el universo emocional y literario de Samuel Beckett
Al Nobel huidizo y polifac¨¦tico de 1969 (Dubl¨ªn, 1906-Par¨ªs, 1989), el ¨²ltimo prohombre de la Vanguardia, que refut¨® las convenciones irrefutables del pensamiento occidental desde la narrativa, la poes¨ªa y el teatro, le marc¨® para siempre su metaf¨®rica subida a la torre Martello del lenguaje y del estilo cuando con 22 a?os ¡ªy un doctorado en filolog¨ªa rom¨¢nica¡ª conoci¨® a Joyce y se contagi¨® de su ludismo trascendente y del esp¨ªritu del modernism convirti¨¦ndose para siempre en un ejemplo de c¨®mo la expresi¨®n y la introspecci¨®n vencen a la imaginaci¨®n. Dec¨ªan Beach y Monnier, las editoras de Joyce en Par¨ªs, que el joven Beckett se comportaba con su maestro como un nuevo Stephen Dedalus, y parece que su complicidad literaria lleg¨® al extremo de que el disc¨ªpulo padeciera desde sus primeras obras la ansiedad de la influencia del maestro, cuya obra, en muchos sentidos, radicaliz¨®.
Amante del arte, recorri¨® galer¨ªas en una Alemania nazi a la que pocos a?os m¨¢s tarde contribuir¨ªa a derrotar y, antes de establecerse en Par¨ªs, regres¨® a Irlanda y se ocup¨® de la publicaci¨®n de su primera novela, tal vez la m¨¢s cercana a la comedia, Murphy (1938), para¨ªso de la parodia. No fue, en cambio, simb¨®lico sino muy real su descenso al infierno de su venerado Dante cuando el estallido de la guerra mundial hab¨ªa de empujarlo a un desenga?o existencial que desembocar¨ªa en el absurdo que ya asomaba en sus primeros contactos con Picasso, Breton y Soupault, el otro ide¨®logo del surrealismo con el que colabor¨® en la traducci¨®n al franc¨¦s de Finnegans Wake, de la que se impregn¨® durante sus a?os de ¨¦migr¨¦ en aquel Par¨ªs fou de entreguerras que quiso convertir en su atelier, que ya no abandonar¨ªa salvo en viajes espor¨¢dicos a su Irlanda natal o a Londres.
Eran a?os dedicados a leer a Proust, parad¨®jicamente presente en su obra cada vez que se invoca a una memoria malograda, y al que dedic¨® un incisivo ensayo publicado en 1931, y tambi¨¦n a C¨¦line, hermanados ambos por la pesadumbre de su ¨®ptica nihilista (¡°pertenecemos al sufrimiento¡±, confiesa Bardamu en Viaje al fin de la noche), a?os en los que detest¨® a Hemingway, al que posiblemente tildara de fr¨ªvolo, frecuent¨® el c¨ªrculo joyciano, bebi¨® Beaujolais, acudi¨® con asiduidad a los caf¨¦s de la Rive Gauche cit¨¢ndose con Marcel Duchamp para jugar al ajedrez en La Closerie des Lilas o con Peggy Guggenheim, que fue su Gertrude Stein particular, y otros colegas para hablar de algunos de sus artistas favoritos, Jonathan Swift, Samuel Johnson, Racine, Cervantes, Yeats (y su concepto de la alienaci¨®n humana), C¨¦zanne o Goya ¡ªNadie se conoce reza uno de los Caprichos¡ª, y coquete¨® con la filosof¨ªa desde sus lecturas de un Descartes que m¨¢s tarde vertebrar¨ªa su obra en forma de s¨¢tira t¨¢cita. Ley¨® tambi¨¦n a Freud y sobre todo a Schopenhauer. Cuando el ej¨¦rcito alem¨¢n tom¨® Par¨ªs ya hac¨ªa tiempo que sus paseos con Joyce y Giacometti por la orilla del Sena no eran sino un feliz recuerdo; el destino quer¨ªa ahora que anduviese a caballo entre sus escarceos con la Resistencia tras escapar de la Gestapo y su denodada lucha con las palabras para acabar el texto de su novela Watt (1953), escorada ya hacia el absurdo de la tragedia.
Fue un ejemplo de c¨®mo la expresi¨®n y la introspecci¨®n vencen a la imaginaci¨®n
La posguerra trajo consigo su decisi¨®n primordial de escribir en franc¨¦s y de autotraducirse al ingl¨¦s, biling¨¹ismo o extra?a diglosia justificada por su necesidad de alejarse de la lengua materna para evitar automatismos benefici¨¢ndose as¨ª del extra?amiento del idioma, medida que lo acerca a Nabokov o a Gombrowicz y que marca al fuego su personalidad literaria. El primer y feliz corolario de adoptar el franc¨¦s como lengua literaria fue el abandono de bloqueos creativos y la conquista de una fruct¨ªfera fluidez en la escritura que dio lugar a la publicaci¨®n de su celeb¨¦rrima trilog¨ªa narrativa formada por Molloy (1951), Malone muere (1951) y El innombrable (1953), ¡°una de las grandes efusiones creativas de los tiempos modernos, un mundo de espacios confinados o yermos habitados por monologuistas antisociales y mis¨¢ntropos condenados a una rutina de purgatorio¡±, como advierte Coetzee en Mecanismos internos, consagrada a la tragedia del mundo contempor¨¢neo, que Beckett quiso observar a trav¨¦s del espejo c¨®ncavo de lo grotesco para acentuar su patetismo y su desolaci¨®n, encarnados en personajes enfermos de la peor anemia imaginable, la anonimia, y de soledad tambi¨¦n y de enajenaci¨®n, t¨ªteres desvalidos deambulando con su existencia a cuestas, entre inventarios de objetos en la l¨ªnea de los que obsesionaron a Joyce o Perec, en un mundo en el que siempre es medianoche y unidos por la repetici¨®n al estar ¡°condenados a decir y a interpretar la misma historia una y otra vez¡± en su ¡°descenso al abismo del yo¡±, como los describe Bloom en El canon occidental, convertidos en voces que divagan inquiriendo respuestas que su condici¨®n de Geworfenheit, el t¨¦rmino con el que Heidegger califica a aquel ser atrapado en el delito calderoniano de haber nacido y arrojado al absurdo de una existencia gobernada por leyes abstrusas e inevitable deterioro, jam¨¢s les permitir¨¢ obtener. Como escribi¨® Ezra Pound en 1959, ¡°si nunca escribi¨¦ramos sino lo que se ha comprendido, el campo de la comprensi¨®n jam¨¢s se extender¨ªa¡± y es por eso mismo, porque no comprende, por lo que el personaje de El innombrable grita ¡°estoy obligado a hablar. No me callar¨¦ nunca. Nunca¡±, convertida la incontinencia verbal en el ¨²nico ant¨ªdoto para la inconsistencia existencial o, si no, en el ¨²nico modo de hacer visible la falacia de la interpretaci¨®n y el significado en un mundo inc¨®gnito: ¡°?Significar? ?Nosotros significamos?¡±, exclama un personaje de Final de partida (1957).
La trilog¨ªa y su obra m¨¢s c¨¦lebre, Esperando a Godot (1952), ep¨ªtome de un teatro del absurdo, del minimalismo, del silencio elocuente y la ausencia de acci¨®n, ven la luz en el momento en que estalla el nouveau roman liderado por Robbe-Grillet, que m¨¢s adelante incluir¨¢ a Beckett en la n¨®mina que hizo p¨²blica de los precursores de su escuela. La querencia experimental que ambos comparten no significa que el irland¨¦s errante hubiera querido nunca formar parte del grupo ¡ªcomo tampoco las afinidades filos¨®ficas de la obra de Beckett con el existencialismo, y ello pese a que Sartre le public¨® algunos textos en Les Temps Modernes y a que sus obras comulgan con el esp¨ªritu de La n¨¢usea (1938), ¡°Existir es estar ah¨ª, simplemente. [¡] Ning¨²n ser necesario puede explicar la existencia¡±¡ª, si bien en aquel Par¨ªs de la nouvelle vague compartir¨ªan tambi¨¦n a J¨¦r?me Lindon, responsable de Les ?ditions de Minuit, de nuevo la medianoche, que llegar¨ªa a ser para Beckett algo as¨ª como su hombre de confianza, el albacea en quien delegar en Estocolmo la recepci¨®n del Nobel, circunstancia nada balad¨ª dado que Beckett anduvo siempre recibiendo negativas de editores¡
Hasta la llegada del m¨ªtico J¨¦r?me Lindon, su relaci¨®n con la industria editorial podr¨ªa calificarse de v¨ªa crucis agotador. Llegaron m¨¢s tarde grandes textos de menor repercusi¨®n, Watt ¡ªen el que se encuentran huellas a¨²n de la conferencia de Jung sobre el pecado del nacimiento que tanto hab¨ªa de impactarle cuando necesit¨® ayuda psicol¨®gica tras la muerte de su padre en 1933¡ª, Textos para nada (1955), el sobrecogedor C¨®mo es (1961) y composiciones cercanas al experimentalismo oulipiano de Perec, como la innovadora tentativa titulada Sin (1969) ¡ªque conduce la literatura de Beckett a su punto extremo, a su grado cero¡ª que fueron puestos en valor por Coetzee en la tesis doctoral que dedic¨® a la obra de Beckett y que resultan esenciales a la hora de acabar de perfilar la personalidad art¨ªstica de un autor que puso en jaque, con un humor oscuro, la filosof¨ªa cartesiana del sujeto, una de las actitudes intelectuales que lo llevaron por derroteros similares a los que tomar¨ªa Derrida.
De un modo misterioso le fue dado descubrir que la escritura contradice al mundo y lo redime
Esta enjundiosa biograf¨ªa de Cronin, Samuel Beckett. El ¨²ltimo modernista, que sabe bien c¨®mo abordar la obra como fruto de la vida del autor y que ha elogiado sin regateos John Banville, uno de los m¨¢s devotos seguidores del estilista dublin¨¦s, con Bernhard, Rushdie, Pinter, Arrabal o Coetzee, complementa y enriquece la can¨®nica de James Knowlson, Damned to fame: the life of Samuel Beckett (Bloomsbury, 1996), y la de Deirdre Bair, Samuel Beckett: A life (Vintage, 1978), denostada en su d¨ªa sin demasiada raz¨®n, a la vez que contribuye de forma destacada a una posible ¡°Biblioteca esencial¡± de Beckett de la que formar¨ªan parte tambi¨¦n los cuatro vol¨²menes de su obra completa, Samuel Beckett: The Grove Centenary Edition, al cuidado de Paul Auster (Grove Press, 2006), la antolog¨ªa cr¨ªtica editada por John Pilling, The Cambridge Companion to Beckett (Cambridge University Press, 2010), el volumen de entrevistas editado por Mel Gussow, Conversations with and about Beckett (Grove Press, 1996) y la introducci¨®n general a su personalidad de artista escrita por el reconocido cr¨ªtico Andrew Gibson, Samuel Beckett (Reaktion, 2010). El libro de Cronin, que representa un inmenso esfuerzo editorial y que fue traducido por Miguel Mart¨ªnez-Lage con las garant¨ªas de calidad que siempre ofrec¨ªan sus trabajos beckettianos, tiene la virtud a?adida de no comportarse como una monograf¨ªa al uso sino como una suerte de novela, contada precisamente por uno de esos narradores omniscientes que Beckett proscribi¨®, que tiene al autor irland¨¦s por protagonista. Ata?en algunas de las cuestiones que revela el bi¨®grafo al universo emocional del autor, su militancia agn¨®stica o su relaci¨®n tormentosa con Lucia, la hija de Joyce; otras conciernen a su literatura, como la influencia del music-hall y de Laurel & Hardy y el cine mudo, la comicidad y la hip¨¦rbole en su estilo o la relaci¨®n tangencial con Camus o con la m¨²sica y la televisi¨®n en un tiempo en que el ruido de la cultura de masas interrump¨ªa la conversaci¨®n de ¨¦lite.
El hombre que revolucion¨® la literatura contempor¨¢nea componiendo textos de azogue en los que pueden reflejarse miles de hombres sin atributos que vagan por un mundo indigente, sin Dios, sin ley y sin sentido, que quieren interpretar, el hombre que se convirti¨® en necesidad hermen¨¦utica, escribi¨® ¡°Entonces entr¨¦ en casa y escrib¨ª Es medianoche. La lluvia azota los cristales. No era medianoche. No llov¨ªa¡±. Entonces entr¨® en casa y escribi¨® por rebeld¨ªa y porque de un modo misterioso le fue dado descubrir que la escritura contradice al mundo y lo redime. Estrag¨®n: Entonces, ?qu¨¦ hacemos? Vladimir: No hay nada que hacer. Piensan algunos que es factible que Beckett no escribiera sus tragicomedias de la desesperanza de la condici¨®n humana, que pesa en los p¨¢rpados, escribi¨® su adorado Keats, por otra causa que la de contradecir con perseverancia la r¨¦plica de su personaje.
Samuel Beckett. El ¨²ltimo modernista. Anthony Cronin. Traducci¨®n de Miguel Mart¨ªnez-Lage. Ediciones La u?a RoTa. Segovia, 2012. 652 p¨¢ginas. 25 euros.
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