Otra modernidad
En el relato can¨®nico de la modernidad en las artes ese momento del origen imprescindible en todas las mitolog¨ªas sucede en Par¨ªs, en 1906, en el estudio en el que Picasso pintaba Les demoiselles d¡¯Avignon. En el pensamiento m¨¢gico el mito se confunde con la historia, y nadie imagina ya que no se corresponda con la realidad y menos a¨²n que haya otras versiones posibles. Lo que solemos entender como la historia del arte moderno es una narraci¨®n m¨¢s o menos mitol¨®gica que urdi¨® Alfred H. Barr, el primer director del MOMA. Otros museos derivan sus colecciones de la intenci¨®n de representar la historia. El MOMA la invent¨® a su medida. No es que el MOMA coleccionara obras de arte moderno; es que una obra era arte moderno porque el MOMA la hab¨ªa adquirido.
No hay mitolog¨ªa sin h¨¦roes y sin auras religiosas. El h¨¦roe fundador era Picasso, que hab¨ªa tenido su predecesor en C¨¦zanne como Jesucristo en el Bautista, y que hab¨ªa engendrado un solo linaje de disc¨ªpulos. Y el acto fundacional, la explosi¨®n originaria cuya onda expansiva llenaba el siglo XX, era Les demoiselles d¡¯Avignon, que de manera conveniente ten¨ªa algo de piedra angular de la colecci¨®n del museo: t¨² eres Pedro y sobre esta piedra, etc¨¦tera.
Nada que objetar. El Picasso de las primeras d¨¦cadas del siglo era un pintor de una fertilidad y una audacia inventiva arrebatadoras, y adem¨¢s estaba todav¨ªa muy lejos de convertirse en ese icono universal con algo de parodia y simulacro de su propio talento al que John Berger puso en duda tan l¨²cidamente en su Ascensi¨®n y ca¨ªda de Picasso; y un mito, cualquier mito, tiene la ventaja de una claridad mucho m¨¢s cautivadora que las ambig¨¹edades, las incertidumbres y la mera sobreabundancia de los hechos reales.
Esta es otra historia posible, casi simult¨¢nea, pero que sucede en otra ciudad, con otros nombres: Viena, 1907; el taller de Gustav Klimt; una obra que consiste, igual que Les demoiselles d¡¯Avignon, en una contemplaci¨®n de lo femenino, y que tambi¨¦n rompe con las convenciones acad¨¦micas: el retrato de Adele Bloch-Bauer. Picasso pint¨® acord¨¢ndose al parecer de las mujeres de un prost¨ªbulo en la calle Aviny¨® de Barcelona y haciendo escarnio y rindiendo homenaje a los desnudos opulentos de Ingres; m¨¢scaras africanas negaban como tachaduras la tradici¨®n del parecido acad¨¦mico; planos como ensamblados a hachazos pon¨ªan fin a cinco siglos de ilusionismo visual.
Alex Ross dice agudamente de Ravel que supo revolucionar las profundidades de la m¨²sica sin agitar la superficie. Hay algo de eso en los cuadros que Klimt pintaba en Viena m¨¢s o menos al mismo tiempo que Picasso en Par¨ªs. Las reproducciones les han perjudicado, al contaminarlos de una familiaridad enga?osa, que adem¨¢s simplifica su complejidad y suaviza sus aristas. Una l¨¢mina de El beso o del retrato de Adele Bloch-Bauer tendr¨¢ siempre una lisura decorativa que no existe en la realidad. Es al verlos de cerca cuando se descubre toda su novedad contenida, todo lo que hay en ellos, como en Les demoiselles, de recapitulaci¨®n y de ruptura. Picasso levanta una marejada: Klimt revuelve las aguas profundas. Picasso escapa de la tradici¨®n gracias al exotismo de las m¨¢scaras, como Gauguin hab¨ªa escapado viajando a la Polinesia. Klimt se remonta a un periodo del arte no menos apartado de las referencias habituales, los muros dorados de los mosaicos bizantinos de R¨¢vena. La figura de esa dama de la alta sociedad jud¨ªa de Viena que tal vez fue su amante emerge de un resplandor liso de oro. Y el vestido, cuando se mira de cerca, es un mosaico alucinante de signos que parecen jerogl¨ªficos egipcios y tambi¨¦n c¨¦lulas humanas vistas al microscopio y s¨ªmbolos primitivos de fertilidad. Nada es en principio m¨¢s convencional en la pintura que el retrato de una mujer rica. Klimt cumple el encargo y a la vez le da la vuelta, mostrando al mismo tiempo el rango social y la belleza y las ansiedades y los deseos que est¨¢n latiendo por dentro, que se revelan en unos labios entreabiertos, en una mirada demasiado fija, en unas manos delgadas que se retuercen como a punto de quebrarse.
Par¨ªs es la capital obvia de la modernidad en esos a?os, pero en Viena estaban sucediendo cosas tal vez de mucho m¨¢s calado, en las artes y en las ciencias, en los puntos de cruce entre unas y otras. En Viena, en la segunda mitad del siglo XIX, la medicina avanz¨® m¨¢s que en ninguna otra parte para convertirse en una disciplina cient¨ªfica. Y es probable que en ninguna otra ciudad de Europa estuvieran tan mezclados cient¨ªficos, escritores, m¨²sicos y artistas. La historia es conocida, y nos atrae m¨¢s porque sabemos que su esplendor acabar¨¢ en desastre. Por la Viena de Klimt, de Kokoschka, de Mahler, de Schnitzler, de Adolf Loos, de Freud, deambulaba el joven Hitler resentido y hambriento, priv¨¢ndose de comer para asistir a los montajes revolucionarios de las ¨®peras de Wagner que dirig¨ªa Mahler. Y era all¨ª tambi¨¦n donde trabaj¨® en una tienda de ropa femenina moderna una dise?adora joven que se llamaba Emilie F?lge, y que aspiraba a liberar a las mujeres de la opresi¨®n b¨¢rbara de los cors¨¦s, con prendas livianas y simples, d¨²ctiles al movimiento.
Durante muchos a?os, Klimt y F?lge mantuvieron una camarader¨ªa que probablemente era tambi¨¦n sexual, y que sin duda influy¨® en el modo en que Klimt dibujaba y pintaba a las mujeres. En la Neue Galerie, donde est¨¢ el retrato de Adele Bloch-Bauer, el 150? aniversario del nacimiento de Klimt se celebra con una exposici¨®n que incluye otros retratos de mujeres y algunos de esos dibujos er¨®ticos en los que el trazo mismo de los contornos tiene una cualidad imp¨²dica y delicada de caricia. Fui a verlos el otro d¨ªa y pens¨¦ en el modo tan distinto en que Picasso pinta y dibuja a las mujeres. Las mujeres de Picasso est¨¢n vistas desde fuera. Tienden a ser modelos en el taller, o prostitutas, o estatuas ensimismadas, o caricaturas. Existen como proyecciones de la mirada del pintor. Las de Klimt habitan en un recinto de intimidad soberana, solas o en parejas, abrazadas a un hombre o a otra mujer, due?as de su deseo, carnales y enjutas, olvidadas del pintor que las est¨¢ dibujando o respondiendo a su mirada con otra mirada no menos directa.
El cient¨ªfico y premio Nobel Eric Kandel acaba de publicar un tratado formidable sobre las bases psicol¨®gicas y neurol¨®gicas de la percepci¨®n est¨¦tica, The Age of Insight, que tiene su punto de partida en esa otra modernidad vienesa del principio de siglo, no menos radical que la de Par¨ªs, aunque con un final mucho m¨¢s amargo. En la portada del libro de Kandel brillan los oros bizantinos del retrato de Adele Bloch-Bauer, su mirada inteligente y triste. Otros porvenires fueron posibles y quedaron malogrados, pero lo que suced¨ªa en los estudios de los pintores y de los arquitectos, en los laboratorios de los cient¨ªficos, en los cuartos de trabajo de los escritores de esa ciudad destinada al desastre, nos sigue alumbrando todav¨ªa. Y en el mundo visual de Gustav Klimt mujeres y hombres se relacionan con mucha m¨¢s naturalidad que en el de Picasso.
Gustav Klimt: 150TH Anniversary Celebration. Neue Galerie. Nueva York. Hasta el 27 de agosto. www.neuegalerie.org.
The Age of Insight. The quest to understand the unconscious in art, mind and brain, from Vienna 1900 to the present. Eric R. Kandel. Random House, 2012. 656 p¨¢ginas.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.