Rafael, las pasiones de un genio
Fogoso, competitivo e incontenible, Rafael vivi¨® deprisa Pero tuvo tiempo para convertirse en el pintor m¨¢s influyente del arte occidental El Prado dedica una muestra hist¨®rica a sus ¨²ltimos a?os
La felicidad vende por lo general peor que la desgracia, salvo si en el relato dichoso entra en juego el final injusto y abrupto. Rafael disfrut¨® de una vida plena de alegr¨ªas y de ¨¦xito, pero que, ay, result¨® demasiado corta. Corta, pero suficiente para que su arte se considere insuperable aun hoy, casi cinco siglos despu¨¦s de su muerte. Falleci¨® a los 37 a?os en Roma, su ciudad de adopci¨®n, por causas un tanto peregrinas que han acabado en el gran anecdotario de la cultura occidental achacadas a su legendaria fogosidad. Hasta tal punto abus¨® de los placeres sexuales junto a su amante, la Fornarina, que lleg¨® a casa un d¨ªa tan falto de fuerzas que precis¨® atenci¨®n. Un error de c¨¢lculo m¨¦dico, relatan las cr¨®nicas de la ¨¦poca, acab¨® por darle la puntilla y, tras varios d¨ªas consumido por una devastadora fiebre, se fue el Viernes Santo de aquel a?o de 1520 (?el mismo d¨ªa de su nacimiento en 1483!). Roma se despert¨® ba?ada en l¨¢grimas por la desaparici¨®n de su mejor pintor, del intelectual m¨¢s refinado y sensual, del campe¨®n de todos los ingenios, del m¨¢s afinado notario del incomparable sue?o renacentista.
Pandolfo Pico, embajador de Isabella d¡¯Este en Roma, describi¨® el ¡°grand¨ªsimo y universal abatimiento por la p¨¦rdida de la esperanza de las cosas grand¨ªsimas que de ¨¦l se aguardaban¡±. Hasta los fen¨®menos inexplicables pusieron de su parte; una grieta, como consigna Antonio Forcellino en la novelesca biograf¨ªa Rafael. Una vida feliz (Alianza), se abri¨® en el palacio del Vaticano en aparente respuesta sobrenatural al hecho luctuoso, lo que oblig¨® al Papa a abandonar sus apartamentos.
En realidad, Rafael pudo morir de malaria o por una intoxicaci¨®n del plomo contenido en la pintura que empleaba. Pero ?qui¨¦n necesita una explicaci¨®n emp¨ªrica ante un relato mitol¨®gico tan bien redondeado?
Debida a esto o a aquello, su muerte marc¨® en cierto modo el principio del fin del esplendor renacentista de Roma. Atra¨ªdo por sus sensuales placeres y por las huellas seductoras de la reci¨¦n descubierta Antig¨¹edad, el joven y desconocido pintor de 25 a?os hab¨ªa llegado en 1508 desde Florencia. Le preced¨ªa una fama ganada a pulso gracias a su don de gentes, esa capacidad para la amable intriga y el deslumbrante trabajo desarrollado en Urbino y Umbr¨ªa, cuando, tras la repentina muerte de su progenitor, Giovanni Santi, al chico le toc¨® siendo un ni?o hacerse capit¨¢n del barco art¨ªstico del taller de su Urbino natal.
A la Ciudad Eterna lleg¨® requerido por el papa Julio II, en respuesta a una llamada que el ambicioso Rafael llevaba tiempo queriendo recibir; la Roma deseosa de sacudirse el polvo de la ignominia sembrada por el papa espa?ol Alejandro VI era el sitio indicado para alguien como ¨¦l.
Junto a Julio II y su sucesor, Le¨®n X, el artista contribuy¨® a construir el relato de un tiempo para el que su muerte sirvi¨® de punto y aparte, que se har¨ªa final en 1527 con el Saco de Roma. ¡°La entrada de los soldados luteranos supuso un simb¨®lico cierre al Renacimiento¡±, explicaba recientemente Miguel Falomir en la estancia de Constantino, una de las cuatro habitaciones papales pintadas por Rafael y su taller (en este caso, sobre todo por su taller). Para demostrarlo, el m¨¢ximo experto del Prado en pintura italiana hasta 1700 se?alaba, con el museo vaticano cerrado, las huellas dejadas por los invasores, una suerte de grafitis del siglo XVI en la logia de Rafael, sublime terraza particular de Le¨®n X y lugar habitualmente hurtado a los ojos del p¨²blico. La entrada la hab¨ªa franqueado Antonio Paolucci, director de la instituci¨®n vaticana, tras sentenciar: ¡°?Los dos mejores pintores de la historia? ?Vel¨¢zquez y Rafael!¡±.
Poco despu¨¦s de saberse su muerte, una grieta se abri¨® en el Vaticano
Como una c¨¢psula de ese tiempo y de aquellas circunstancias biogr¨¢ficas irrepetibles se presenta la muestra El ¨²ltimo Rafael, reuni¨®n de 40 pinturas y 30 dibujos con la que, desde el 12 de junio, el Museo del Prado indagar¨¢ junto con el Louvre en el estilo tard¨ªo del genio. Prometen una de esas exposiciones que, como suele decir la cr¨ªtica anglosajona, aspiran a definir una generaci¨®n.
Adem¨¢s de una ocasi¨®n ¨²nica para contemplar un n¨²mero insospechado de joyas provenientes de dos de las mejores colecciones del artista del mundo (y no solo de esas, tambi¨¦n hay pr¨¦stamos tan importantes como la Santa Cecilia de la Pinacoteca Nacional de Bolonia), la muestra aporta la novedad de atreverse con la etapa ¨²ltima de nuestro hombre, habitualmente poco explorada. Y a menudo denostada: Rafael, acaso el pintor m¨¢s influyente de todos los tiempos, tambi¨¦n ha sido v¨ªctima de los mayores malentendidos. Cuando en el siglo XIX corrientes de creadores academicistas italianos y alemanes, as¨ª como los prerrafaelitas, recuperaron su obra, confundiendo ese torrente de creatividad en continua evoluci¨®n con una traici¨®n a los ideales del principio de su carrera y despreciaron sus a?os romanos.
?Por qu¨¦? Precisamente por eso que pretenden celebrar los comisarios Tom Henry y Paul Joannides, dos de los mayores expertos de Rafael en el mundo, en quienes humildemente han delegado las labores de especialista Falomir y Vincent Delieuvin, supervisores desde el Prado y el Louvre. La exposici¨®n es tanto sobre Rafael como sobre su taller, verdadera factor¨ªa de 50 trabajadores cuyos designios rigi¨® el genio con astucia de buen jefe (s¨ª, en eso tambi¨¦n era excepcional). Una m¨¢quina de aceptar encargos en la que las ideas part¨ªan de una sola cabeza, pero la ejecuci¨®n se dejaba en manos de pintores que trascend¨ªan al mero aprendiz, sobre todo en los casos de Giulio Romano y Giovanni Francesco Penni.
La muestra esconde un trabajo de cinco a?os. Y el cat¨¢logo aspira a condicionar los estudios rafaelitas por una buena temporada. En la lista de las obras incluidas se avanzan atribuciones que dar¨¢n que hablar en el mundo acad¨¦mico. Se brindar¨¢ tambi¨¦n una interesante reflexi¨®n sobre la autor¨ªa, al colocar el foco en la calidad m¨¢s que en la mera firma y situar el final despu¨¦s de la muerte de Rafael: en el conjunto destaca una secci¨®n, desgajada espacialmente del resto, de obras en torno a La transfiguraci¨®n, copia propiedad del Prado terminada entre 1520 y 1528 por el taller de Romano y Penni. La original, conservada en la pinacoteca vaticana y considerada una obra cumbre del artista, no puede viajar.
¡°Es una exposici¨®n sobre el modo en que funcionaba la mente de Rafael y cu¨¢n precisas eran sus instrucciones para que otros culminasen el trabajo, de las que conservamos valiosa informaci¨®n en los dibujos y cartones¡±, aclara con quir¨²rgica precisi¨®n brit¨¢nica el comisario Tom Henry. La raz¨®n de que Rafael cediera tanto protagonismo a sus colaboradores halla su explicaci¨®n, por un lado, en la misma manera en que funcionaban los talleres de la ¨¦poca (alejada sin duda de la idea rom¨¢ntica del artista solitario que se pelea de principio a fin con su obra). Por otro, en la escasa capacidad del genio de Urbino de decir que no a los encargos.
Para el Vaticano, el taller pint¨® cuatro estancias gigantescas que fueron aumentando en complejidad t¨¦cnica y emoci¨®n art¨ªstica, adem¨¢s de la mencionada logia, una loggetta y una stufetta. Rafael sab¨ªa bien a qui¨¦n deb¨ªa lealtad, como se puede comprobar en las representaciones que de sus patrones (y de s¨ª mismo) fue dejando caer en los frescos de las estancias. Despu¨¦s de todo, fue Julio II quien permiti¨® la materializaci¨®n de su sue?o romano. Lleg¨® al Vaticano recomendado por un pariente lejano, el arquitecto Donato Bramante. La idea inicial era que participase junto a otros artistas en la decoraci¨®n de la biblioteca personal de Julio II. Cuando este vio de lo que Rafael era capaz, mand¨® echar a los dem¨¢s para confiarle todo el trabajo al reci¨¦n llegado.
El imprevisible pont¨ªfice, cuya mayor aspiraci¨®n, adem¨¢s de las conquistas militares, fue pisotear la memoria de su antecesor, supo entender que el arte pod¨ªa ser un fenomenal veh¨ªculo propagand¨ªstico. Viv¨ªa la incre¨ªble destreza de Rafael como una victoria moral sobre el nefasto papa borgia Alejandro VI, que encarg¨® la decoraci¨®n de sus apartamentos a un m¨¢s modesto Pinturicchio.
Uno de los cuadros m¨¢s inquietantes de Rafael sigue siendo el retrato que hizo de Julio II (1512) y que se guarda en la National Gallery de Londres. En ¨¦l se ve al pont¨ªfice con una largu¨ªsima barba, fruto de un juramento. El que, preso de la obcecaci¨®n militar, se hizo a s¨ª mismo de no afeitarse hasta vencer al ej¨¦rcito de Ferrara y expulsar de Italia a los invasores franceses. En los ojos se adivina la melancol¨ªa por la derrota militar, s¨ª, pero tambi¨¦n un claro mensaje: el Papa, cuya actitud belicosa hab¨ªa sido afeada hasta por Erasmo de Rotterdam, conservaba el gesto apacible del que solo disfrutan los practicantes de la profunda vida espiritual.
Cuando Julio II muri¨®, en 1513, su sucesor, Le¨®n X, m¨¢s inclinado a los placeres terrenales y cineg¨¦ticos que a presentar batalla, no vio la necesidad de alterar el statu quo art¨ªstico y financiero que encontr¨®. Quiz¨¢ porque Agostino Chigi, apasionado banquero sien¨¦s y empleador predilecto de Rafael, le recibi¨® en su pontificado con un pr¨¦stamo de 75.000 ducados.
Para Chigi, que perd¨ªa y recobraba la amistad con Julio II como van y vienen los valores burs¨¢tiles, Rafael pint¨® una de sus obras cumbres al fresco: la Logia de Psiche, en Villa Farnesina. Con m¨²sica barroca de fondo y la luz primaveral del ajetreado Trastevere inund¨¢ndolo todo a trav¨¦s de los ventanales de la terraza cubierta, Gabriele Finaldi, director adjunto del Prado, detallaba en una reciente visita a Roma, y con su contagioso inter¨¦s por las historias de la pintura antigua, algunas de la excentricidades de Chigi, que dan una idea del ambiente de despreocupaci¨®n en el que Rafael vivi¨® sus a?os de plenitud. ¡°Cuentan que en las comidas aqu¨ª celebradas se empleaba una vajilla de oro que luego se tiraba al T¨ªber. Luego, al parecer, se recog¨ªa con una red tendida previamente en el fondo del r¨ªo¡±.
No fue aquel el ¨²nico desprecio a la mesura que contemplaron estas paredes. Giorgio Vasari, pintor y arquitecto que sin embargo alcanz¨® la inmortalidad como el primer historiador del arte, cuenta en el tratado publicado en 1550 Las vidas de los m¨¢s excelentes arquitectos, pintores y escultores italianos desde Cimbabue a nuestros tiempos (C¨¢tedra) que Chigi se vio obligado a colocarle a Rafael una cama para que terminase el encargo que se le hab¨ªa hecho sin dejar de atender sus impulsos sexuales.
¡°Rafael era una persona muy enamoradiza y aficionada a las mujeres, siempre dispuesto a servirlas¡±, escribi¨® Vasari, tipo dado a la discreci¨®n, pero obligado por los c¨¦lebres amor¨ªos del genio, aventuras en las que contaba con la complicidad de su ¨ªntimo amigo Giulio Romano. Dos cuadros del pintor destacan sobre los dem¨¢s en su incesante b¨²squeda del ideal de belleza femenina. Retrato de mujer, conocido como La Velada (hoy en Florencia), y La Fornarina, pintado en un gesto de extremada sensualidad y conservado en la Galer¨ªa Nacional de Arte Antiguo de Roma, en el Palacio Barberini.
Solucionarle la log¨ªstica amatoria no era la ¨²nica manera de atizar a Rafael. Tambi¨¦n funcionaba el truco de enfrentarle continuamente al arte de sus enemigos, ardid por lo dem¨¢s muy extendido entre los mecenas del Renacimiento. Contra Sebastiano del Piombo se vio arrojado por ejemplo durante la decoraci¨®n de la Farnesina y ante el encargo del que ser¨ªa su ¨²ltimo cuadro, La transfiguraci¨®n, destinado a presidir inacabado su funeral en el Pante¨®n romano, donde hoy descansan sus restos acompa?ados del epitafio ¡°Esta es la tumba de Rafael, en cuya vida la Madre Naturaleza temi¨® ser vencida por ¨¦l y a cuya muerte ella tambi¨¦n muri¨®¡±.
Cierto es que Del Piombo nunca pareci¨® rival de la misma altura de su maestro Miguel ?ngel. Es c¨¦lebre la an¨¦cdota que cuenta que Rafael cambi¨® su forma de atacar los frescos de las estancias vaticanas cuando Bramante le permiti¨® ver sin permiso parte del trabajo de su contrincante en la Capilla Sixtina. Siempre estuvo nuestro hombre presto a competir, atento al trabajo de Leonardo y de otros. ¡°Sent¨ªa p¨¢nico a la obsolescencia¡±, explic¨® Falomir durante un paseo por la Pinacoteca vaticana, ¡°desde el d¨ªa en que vio c¨®mo Perugino, con quien se form¨®, pas¨® de ser un gran pintor a un mero condenado a la irrelevancia¡±.
Guiado por la luz de aquella revelaci¨®n, no descans¨® hasta verse solo en la c¨²spide de los artistas de Roma. Sucedi¨® a la llegada de Le¨®n X (a quien tambi¨¦n retrat¨®, aunque luciese un gesto ciertamente m¨¢s bobalic¨®n). Hacia 1514, Miguel ?ngel, aislado por su ingobernable temperamento, se hallaba enfrascado en una de sus tit¨¢nicas tareas escult¨®ricas. Y Leonardo (tercer v¨¦rtice de la sant¨ªsima trinidad del Renacimiento descrita por Falomir), de quien, seg¨²n Delieuvin, Rafael estudi¨® atentamente el segundo cart¨®n de la Santa Ana durante su estancia en Florencia, era un anciano superado por la ambici¨®n de sus obsesiones cient¨ªficas. Entonces, el pobre chico de Urbino fue invitado a suceder a Bramante, muerto ese a?o, como jefe de antig¨¹edades de Roma y pudo dar rienda suelta a otra de sus grandes pasiones: la arqueolog¨ªa.
Al nombramiento siguieron tiempos de enorme actividad para Rafael, a?os de ideas esbozadas que otros se encargaban de culminar. ¡°Todo el mundo comprendi¨®, no solo en Roma, la m¨¢xima que dice que si quieres ver algo terminado con rapidez, debes encarg¨¢rselo a un hombre ocupado¡±, afirma Tom Henry. ¡°En esta ¨¦poca solo se puede certificar la autor¨ªa al 100% de los cuadros que pint¨® de sus amigos y benefactores¡±. Entre ellos, tres de las estrellas de la exposici¨®n, los retratos de Baldassarre Castiglione (1519) y el autorretrato con Giulio Romano, y el de Bindo Altoviti (1516-1518), provenientes del Louvre y de la National Gallery de Washington.
Estas piezas, pero sobre todo la imponente La transfiguraci¨®n, ofrecen la poderosa tentaci¨®n de imaginar qu¨¦ habr¨ªa podido salir del pincel de Rafael de no haber sucumbido tan joven a su propia leyenda. Incluso Henry, cuya religi¨®n, ¡°el pensamiento positivo anglosaj¨®n¡±, no le permite esta clase de aventuras en los resbaladizos terrenos del arte-ficci¨®n, se atreve a considerar que, si no hubiera muerto, la evoluci¨®n del arte occidental se habr¨ªa ahorrado unos 80 a?os.
¡®El ¨²ltimo Rafael¡¯ ocupar¨¢ las salas del Prado entre el?12?junio y el 16 de septiembre.
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