La cultura de la buena gente
Una descomunal ola de maldad impulsa hoy a danzar, sea en la Justicia o en la Pol¨ªtica, en Bankia o en el Vaticano, como si la moral hubiera subido a los cielos y los infiernos se hallaran aqu¨ª.
Como consecuencia de este fen¨®meno, el planeta parece deslizarse sobre unos ra¨ªles falsos, unos conductores irresponsables, unas m¨¢quinas con tan poca fiabilidad que nos ponen al borde del abismo. No hay una mente que reordene el caos ni un coraz¨®n tan bueno que permita transfusiones aqu¨ª o all¨¢.
Pero no todo pod¨ªa ser tan aciago. La f¨ªsica hace ver que a¨²n en la m¨¢xima oscuridad bullen unos fotones y en el m¨¢ximo resplandor se hospedan agujeros negros. Del lado de la esperanza luminosa hay varios ejemplos que, por el momento, no son capaces de combatir el caos pero que, mol¨¦cula a mol¨¦cula, van componiendo un tejido ben¨¦fico, de ¡°punto de cruz¡±.
Este movimiento semiartesanal aparece en los talleres de reparaciones que se oponen a la maldita obsolescencia calculada. Arreglan bicicletas, lavadoras y toda clase de autom¨®viles que antes descart¨¢bamos para regocijo de las empresas. Estos talleres de reparaciones son la r¨¦plica de los bricolages en los pa¨ªses subdesarrollados, donde por principio no debe tirarse nada. El movimiento de quienes sin ser rematadamente pobres se sirven de las comidas sin caducar pero desechadas en los contenedores, son otro ejemplo de ¡°punto de cruz¡±.
Especialmente en la cultura, el ¡°punto de cruz¡± crece de prisa. Talleres de teatro en donde apenas cobran los actores ni apenas pagan los espectadores pero juntos pasan un buen rato. Talleres de creatividad en lugares de trabajo polivalentes donde los profesionales intercambian ideas e inventan unas veces poco y otras veces m¨¢s. Una palabra como networking nomina esta forma de hacer, crowdfunding es la colaboraci¨®n entre peque?os patrocinadores y artistas y freeganism, a la pr¨¢ctica de aprovechar los sobrantes de supermercados o restaurantes, forman un vocabulario insertable en la tendencia ¡°punto de cruz¡±.
No hay que esperar grandes escalas. La proliferaci¨®n de peque?as y exquisitas editoriales como lindos y eficientes miniestudios de arquitectura son producto de la sensibilidad. Y no una sensibilidad cualquiera sino de una sensibilidad de buena gente orientada a procurar la felicidad social.
Hace unos d¨ªas, cient¨ªficos norteamericanos que han triunfado en la creaci¨®n de p¨ªldoras contra el alcoholismo o contra la depresi¨®n, han ca¨ªdo en la cuenta de que su tarea principal ser¨ªa crear medicamentos que contribuyeran, sin m¨¢s, a producir buena gente. Los avances en biogen¨¦tica alargan las vidas. Ahora, los avances en las gentes valdr¨ªan para mejorar el gozo de vivir.
No ser¨¢n grandes laboratorios a lo Sandoz de los que podr¨ªa esperarse investigaciones de este tipo. Los grandes laboratorios est¨¢n estructuralmente interesados en que la gente sea mala, se sienta enferma o lo pase mal. Gracias a la oleada del mal actual, los laboratorios son campeones de windsurfing mientras la caridad se mueve, en general, por terrenos m¨¢s secos. La futura ¡°pastilla de la moralidad¡± de la que hablaba hace unos d¨ªas The New York Times ser¨ªa de un car¨¢cter m¨¢s hondo.
Las farmacias venden hoy ¡°Pastillas contra el dolor ajeno¡± que apenas valen un euro. Lo llamativo es tanto su coste cercano a cero como el v¨ªnculo que, a peque?as dosis, en ¡°punto de cruz¡±, une la m¨ªsera aportaci¨®n con la miseria de los pobres. Todos nos unimos, debajo de la ola del mal, en el brote del bien que pone a las personas en contacto con otras. Se trata de ¡°el punto de cruz¡± que inventa, con la colaboraci¨®n de muchos y en el plan de un mundo mejor. Mundo de gentes para las gentes, puesto que ya, a estas alturas, lo que importa a la biogen¨¦tica no ser¨ªa tanto la importancia de un gen como la feliz reuni¨®n de la buena gente.
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