Delitos
El uso torcido de la gracia de la amnist¨ªa vuelve a ser actualidad. Es una corriente constante que ya nos hace relacionar el perd¨®n gubernamental con la sospecha. El ¨²ltimo episodio incurre en una inmoralidad a¨²n mayor: renunciamos a la persecuci¨®n del delito fiscal a cambio de obtener unos ingresos que de otro modo d¨¢bamos por perdidos para siempre. De seguir esta din¨¢mica, pronto perdonaremos asesinatos sin esclarecer para ahorrar en gastos policiales de investigaci¨®n. En este aroma de impunidad, los medios de comunicaci¨®n tienen un papel fundamental que jugar. El cuento, para estar completo, tiene que servirse con datos, visualizaciones y agravios comparativos.
Lo que se ha dado en llamar el caso de los ni?os robados ejemplifica c¨®mo la presi¨®n medi¨¢tica puede activar el bloqueo judicial y forzar la actuaci¨®n responsable de las autoridades. Antena 3 dedic¨® la noche del lunes a un apasionante reportaje de su Equipo de Investigaci¨®n, con todos los recursos habituales del g¨¦nero, incluidos los excesos formales. Pero hab¨ªa algo de reivindicaci¨®n orgullosa del propio medio. No en vano fue El Diario, con el equipo de Sandra Davi¨², quien logr¨® el hito televisivo de retransmitir aquel abrazo entre el padre adoptivo, la madre biol¨®gica, la hija reencontrada y sus hermanas, bajo la mirada de la madre adoptiva, comprensiblemente superada por los acontecimientos. Ese caso ha llevado a los tribunales a Sor Mar¨ªa, una monja de memoria selectiva y aspecto c¨®rvido, a quien abogados y congregaci¨®n estimulan en su silencio cuando lo racional, y puede que lo cristiano, ser¨ªa ayudar a esclarecer otros tantos dramas familiares.
La apertura de tumbas vac¨ªas y la prolongaci¨®n de sospechas sobre ginec¨®logos y comadronas, alumbra la forma de actuar corrupta y supremacista que se remonta a los manejos de una dictadura moral. Cuanto m¨¢s conocemos, y en esto los medios est¨¢n siendo m¨¢s eficaces que nadie, m¨¢s intuimos que nos encontramos ante una trama enrocada. Sin necesidad de c¨¢mara oculta, concesi¨®n al espectador m¨¢s hambriento, se deja entrever la mezcla de intereses miserables, pero sobre todo algo peor: la capacidad de arrogarse la decisi¨®n de elegir qui¨¦n era digno de ser padre y qui¨¦n no lo era, amparando su delito, nada nuevo en esta plaza, en una interpretaci¨®n retorcida de la moral social.
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