El hijo veraneante de Silos
"Se notaba que hab¨ªa una lucha entre el jard¨ªn y las galer¨ªas del claustro y que cada uno de los elementos hab¨ªa intentado apoderarse del otro"
El profesor Gerardo Boto no daba cr¨¦dito a lo que ve¨ªa en aquella revista francesa. Camufladas entre los pinos de una verde colina del Ampurd¨¢n, pasaban ricamente la tarde, posando para un fot¨®grafo, las arquer¨ªas de un claustro rom¨¢nico que llevaban m¨¢s de medio siglo de vacaciones en aquel lugar paradis¨ªaco.
¡°?V¨¢lgame Dios!¡±, se dijo el estudioso cuando se dio cuenta de que una docena de capiteles estaban a punto de darse un chapuz¨®n en la piscinita situada a los pies del basamento del monumento. ¡°?C¨®mo ha podido llegar hasta aqu¨ª un hijo del claustro de Silos sin que nadie supiera de su existencia, ni siquiera su padre?¡±.
Esa misma pregunta me hice yo el viernes 8 de junio cuando consegu¨ª llegar con un nutrido grupo de periodistas, fot¨®grafos y c¨¢maras de televisi¨®n hasta el escondite del monumento.
Viendo aquellas arquer¨ªas exclaustradas, incompletas y abiertas al paisaje circundante, no pude por menos de recordarme de mi estancia en el monasterio de Silos pocos d¨ªas despu¨¦s del atentado de las Torres Gemelas.
Mientras el mundo parec¨ªa venirse abajo arrastrado por las torres en su ca¨ªda, tuve la fortuna de pasearme al ritmo de sus maravillosas arquer¨ªas, bajo la protecci¨®n de sus artesonados y la suerte de poder estar durante un buen rato, a solas, contemplando el jard¨ªn mon¨¢stico en donde los ¨ªndices de los cipreses nos apuntan hacia el cielo mientras el sol, sin hacer alarde de su presencia y sin que apenas se note su discurrir, pasa revista a las columnas y los capiteles repartiendo luces, penumbras y sombras a los laterales del claustro seg¨²n convenga a cada una de las estaciones del a?o.
En aquellos momentos de incertidumbre e inseguridad el claustro silense era un microcosmos donde se pod¨ªa gozar del silencio y de la intimidad; un ¨¢mbito para la introspecci¨®n y la meditaci¨®n y un lugar adecuado para encontrar la paz y la armon¨ªa interior.
La primera impresi¨®n que tuve en Palam¨®s fue muy distinta de la habida en Silos, porque aquello que ten¨ªa delante de mis ojos entre los pinos de la pradera no era un claustro rom¨¢nico sino un decorado rom¨¢ntico formado por las arquer¨ªas de un m¨¢s que probable claustro rom¨¢nico llegado de no se sabe donde para servir de tel¨®n de fondo a una piscina dom¨¦stica de una finca maravillosa. Expatriado de su tierra, privado de su historia, despojado de sus cubiertas y muros de acompa?amiento, desprovisto de su funci¨®n espiritual y apaciguadora del esp¨ªritu, con los pinos pase¨¢ndose a sus anchas a ambos lados del jard¨ªn, el claustro era mucho m¨¢s un ornamento que un monumento porque hab¨ªa quedado reducido a una escenograf¨ªa transparente incapaz de proporcionar el juego infinito de luces y sombras que proporcionan el interior y exterior de todo claustro verdadero.
Se notaba que hab¨ªa una lucha entre el jard¨ªn y las galer¨ªas del claustro y que cada uno de los elementos hab¨ªa intentado apoderarse del otro. A pesar de que las columnas hab¨ªan estirado todo lo que pod¨ªan y los arcos estaban muy crecidos para lo que es habitual entre los de su especie, los pinos hab¨ªan medrado de tal forma que hab¨ªan conseguido, no solo sobrepasar muchas veces la altura de los arquitos, sino que los troncos lucieran sus h¨¢bitos de corteza en el trasfondo de las arquer¨ªas.
?Qu¨¦ puede esperar de la vida y a qu¨¦ tiene derecho, a partir de ahora, el hijo veraneante del Claustro de Silos?
Creo que es muy sencillo: saber qui¨¦n es, de d¨®nde viene, y ad¨®nde va.
Esto es darse a conocer a fondo y sin limitaciones y cortapisas, que se investigue su procedencia y las vicisitudes de su traslado y gozar en paz y tranquilidad, en las mejores condiciones de protecci¨®n y conservaci¨®n, del privilegiado lugar que ocupa en armon¨ªa con los pinos que le acompa?an. Eso s¨ª, alejado lo m¨¢s posible de la piscina que ba?a sus pies.
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