Dos ¡®tonys¡¯ londinenses
Ya puedo decir que he tomado el t¨¦ (?o eran fish & chips?) con el ganador de un Tony. Ocho galardones acaba de llevarse Once, el musical sobre aquella bonita pel¨ªcula hiperindie del m¨²sico y la florista emigrante en Dubl¨ªn, y el premio a la mejor orquestaci¨®n ha sido para Martin Lowe, al que conoc¨ª har¨¢ cosa de 10 a?os (?10 a?os ya?) en Brixton, en la casa de Mar¨ªa Delgado y Henry Little. Mar¨ªa Delgado, britaniqu¨ªsima pero de raigambre ib¨¦rica, es (entre otras muchas cosas) una de las fundamentales impulsoras de nuestro teatro en Reino Unido, y Martin Lowe, su amigo casi de infancia (bueno, de la Universidad de Hull) era entonces el joven director musical de Jerry Springer The Opera, que acababa de presentarse en el National y, seg¨²n Mar¨ªa, no pod¨ªamos perdernos bajo ning¨²n concepto porque iba a ser un bombazo, y vaya si lo fue. Martin Lowe ha tenido una carrera de impresi¨®n. Se ocup¨® de los remozamientos de Cats, Les Mis, The Full Monty, y Mamma mia (entre otras) en el West End y del maravilloso e injustamente tratado Caroline or Change, el musical de Tony Kushner y Jeanine Tesori en el NT. Su pasaporte a Broadway fue la direcci¨®n musical de la adaptaci¨®n cinematogr¨¢fica de Mamma mia, tras la que lleg¨® la oferta de Once: se traslad¨® a Nueva York para los workshops el pasado diciembre, y en marzo se estrenaba el musical en el Bernard B. Jacobs Theatre. Por una curiosa sincron¨ªa, mientras Martin recib¨ªa su Tony, mi mujer y yo est¨¢bamos viendo el nuevo cap¨ªtulo de Smash, la serie (algo ros¨¢cea, pero entretenid¨ªsima, y con voces gloriosas) sobre el calvario de poner una pica en Broadway.
Los neoyorquinos manifiestan, desde antiguo, reverencia por los c¨®micos brit¨¢nicos
No ha sido esa mi ¨²nica alegr¨ªa. La semana pasada, la compa?era Laura Requejo, de S Moda, me preguntaba sobre los actores brit¨¢nicos que m¨¢s me hab¨ªan impresionado ¨²ltimamente. Como la lista es larga, cit¨¦ tres: Benedict Cumberbatch, que protagoniz¨® After the dance, de Rattigan, justo cuando acababa de presentarse Sherlock en la BBC, arrasando por partida doble; Dominic West, el gran McNulty de The wire, que el pasado verano protagoniz¨® el revival de Butley, la comedia de Simon Gray que hab¨ªa lanzado a Alan Bates en los sesenta, y, por ¨²ltimo pero nunca en ¨²ltimo lugar, James Corden, el protagonista de One man, two Guvnors, la farsa m¨¢s exitosa del teatro ingl¨¦s reciente. ¡°Ahora¡±, le dije, ¡°est¨¢ haci¨¦ndola en Broadway, y su nombre figura en lo alto de todas las quinielas de los Tonys¡±. Bien, acert¨¦ (yo y 500): Corden se ha llevado el Tony al mejor actor. ?Un premio cantado? Pues no del todo. One man, two Guvnors (gran espect¨¢culo y sulf¨²rico texto de Richard Bean) ha sido un ¨¦xito en Broadway, y los teatreros neoyorquinos manifiestan, desde antiguo, amor y reverencia por los c¨®micos brit¨¢nicos, pero f¨ªjense ustedes con quien compet¨ªa el joven Corden: Philip Seymour Hoffman por Muerte de un viajante, James Earl Jones por The best man, Frank Langella por Man and boy y John Lithgow por The columnist.
Hay que unir a eso el hecho de que Corden tiene una carrera muy corta (har¨¢ siete a?os debutaba como Timms en The history boys) y m¨¢s centrada en televisi¨®n, como actor y guionista de Gavin and Stacey, pero nadie le puede negar un largu¨ªsimo talento esc¨¦nico: recuerdo su extenuante interpretaci¨®n de Londres, donde sab¨ªa ser feroz y encantador a un tiempo, donde interpelaba al p¨²blico, improvisaba a partir de las noticias del d¨ªa, sub¨ªa y bajaba del escenario, bailaba, cantaba, y se mov¨ªa en escena como un oso arlequinado, seg¨²n la bonita definici¨®n que Jean Renoir acu?¨® para Michel Simon. Por cierto: ?nadie se anima aqu¨ª a montar One man, two Guvnors?
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