32.000 a?os de pel¨ªculas
"Werner Herzog logra destilar la fuerza y el sentido de esa escena en un ambicioso trabajo documental que transmite al espectador el v¨¦rtigo del tiempo"
En una de las secuencias de la inagotable Roma, de Federico Fellini, los constructores de una l¨ªnea de metro descubr¨ªan una casa romana de dos mil a?os de antig¨¹edad perfectamente conservada al abrigo de la luz. Se establec¨ªa una ef¨ªmera comunicaci¨®n a trav¨¦s del tiempo entre las miradas de los intrusos y los personajes dibujados en los frescos que decoraban los muros¡ hasta que la irrupci¨®n del aire exterior hac¨ªa desaparecer esas im¨¢genes ante el ojo de la c¨¢mara. A trav¨¦s del artificio, Fellini constru¨ªa un momento m¨¢gico sobre la fragilidad de la memoria y la implacable erosi¨®n del tiempo. En cierto sentido, La cueva de los sue?os olvidados, de Werner Herzog, logra destilar la fuerza y el sentido de esa escena en un ambicioso trabajo documental que transmite al espectador no solo el v¨¦rtigo del tiempo, sino tambi¨¦n la sensaci¨®n de estar, por delegaci¨®n, en un espacio fr¨¢gil y sagrado: el lugar en el que hombre ¡ªo lo que acabar¨ªa siendo el hombre¡ª descubri¨® la trascendencia y ejercit¨® por vez primera, haya o no un dios, la espiritualidad.
LA CUEVA DE LOS SUE?OS OLVIDADOS
Direcci¨®n: Werner Herzog.
G¨¦nero: documentaci¨®n de divulgaci¨®n.
Estados Unidos, Francia, 2010.
Duraci¨®n: 90 minutos.
El lugar es la cueva Chauvet, situada en Ard¨¨che, al sur de Francia: una catedral del Paleol¨ªtico, cuyo acceso est¨¢ vedado al p¨²blico general. Solo los arque¨®logos y paleont¨®logos que trabajan sobre el terreno para documentar y analizar los restos f¨®siles y los objetos art¨ªsticos encontrados en el lugar tienen acceso al enclave, pero durante un muy limitado n¨²mero de jornadas al a?o y bajo un estricto protocolo de funcionamiento. Werner Herzog consigui¨® que el ministro de Cultura franc¨¦s le concediera el permiso para entrar en la cueva Chauvet con un escueto equipo de rodaje. All¨ª, junto a las fascinantes personalidades de quienes trabajan dialogando con los albores de la humanidad, el cineasta descubri¨® algo que puede sonar a boutade, pero no lo es (basta ver la pel¨ªcula para comprobarlo): las sofisticadas pinturas sobre las paredes de la caverna, dispuestas sobre diferentes planos y, a menudo, creando la ilusi¨®n del movimiento de las figuras, parec¨ªan la demostraci¨®n palpable de que el cine pod¨ªa contar con 32.000 a?os de antig¨¹edad. El movimiento de las antorchas sobre esas escenas dispuestas en relieves rocosos como una superproducci¨®n precinematogr¨¢fica para una sensibilidad croma?¨®n.
Reticente a usar la tecnolog¨ªa 3D, Herzog fue convencido por su director de fotograf¨ªa para rodar la pel¨ªcula en tres dimensiones, decisi¨®n que oblig¨® a customizar el equipo de c¨¢maras para adaptarlas a las exigencias del territorio. Si en Pina, Wim Wenders usaba el 3D para ser fiel al pulso con el espacio que manten¨ªa el cuerpo de los bailarines, aqu¨ª Herzog logra el efecto prodigioso de trasladarnos el lugar secreto en el que nunca podremos entrar, pero en el que empezamos a ser lo (mejor) que somos.
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