El viaje cat¨¢rtico de Colin Thubron
Uno de los m¨¢s grandes escritores de viajes nos recibe en su casa de Londres para hablar de todo lo que la vida nos da y nos quita y de su nuevo libro, ¡®Hacia una monta?a en el T¨ªbet¡¯
Llamo a la puerta de Colin Thubron consciente de que me espera un largo rodeo antes de adentrarme en el paraje m¨¢s ¨ªntimo de sus sentimientos. El nuevo libro del gran viajero es un periplo al sagrado monte Kailash, la ¡°preciosa joya de nieve¡±, en el Himalaya tibetano, un lugar santo para el budismo y el hinduismo y destino de peregrinaci¨®n desde tiempo inmemorial. Pero dentro de ese viaje del reputado autor de En Siberia a los confines de una geograf¨ªa y varias religiones anida otro personal y rec¨®ndito que nos conduce por los territorios de su alma en un trayecto sorprendente y conmovedor. He llegado a la casa de Thubron, cerca de Holland Park, con el libro en la mano, releyendo al tunt¨²n aqu¨ª y all¨¢ p¨¢rrafos especialmente hermosos mientras el viento de primavera agita las p¨¢ginas como banderas de oraci¨®n en el mediod¨ªa londinense. El aire es limpio y puro como una plegaria. Hac¨ªa tiempo que no le¨ªa un libro como Hacia una monta?a en el T¨ªbet (RBA). La prosa de Thubron, que posee una capacidad ¨²nica para describir paisajes, extray¨¦ndoles una sobrecogedora dimensi¨®n l¨ªrica e incluso espiritual, alcanza aqu¨ª alturas ¨Cy valga la figura¨C dignas del techo del mundo. No en balde, The Times situ¨® al autor viajero en 2008 entre los 50 mejores escritores brit¨¢nicos del ¨²ltimo medio siglo. Mientras espero que abra me siento inundado de la melancol¨ªa del libro y de su extra?a paz triste y purificadora, una paz que procede de los grandes horizontes perdidos de aquellas latitudes, pero tambi¨¦n de otras p¨¦rdidas, y de su aceptaci¨®n. Thubron (Londres, 1939) realiz¨® su viaje al Kailash marcado por la muerte de su madre, una desaparici¨®n que reactiv¨® el dolor por las de su padre y su hermana, y por la constataci¨®n de que extinguida su familia hab¨ªa ca¨ªdo sobre ¨¦l una sombra de soledad y olvido. ¡°?Por qu¨¦ hace esto, por qu¨¦ viaja solo?¡±, le pregunta en el libro su gu¨ªa sherpa. ¡°No puedo responderle¡±, escribe Thubron para s¨ª mismo, para nosotros. ¡°Hago esto por los muertos¡±.
Colin me saluda con efusividad y me invita a pasar al sal¨®n de su bonita casa mientras desaparece en la cocina, donde se est¨¢ encargando ¨¦l mismo de preparar la comida. Vago a mis anchas con una copa de vino en la mano fisgando en la biblioteca tras saludar al gran b¨²ho real (Bubo bubo) disecado, que me mira alarmado como si recordara mi ¨²ltima visita en la que le birl¨¦ una pluma. Dostoievski y Montaigne se alinean con libros obviamente relacionados con el ¨²ltimo viaje: Introducci¨®n al budismo tibetano, de Powers; An end to suffering: The Budha in the world, de Parkaj Mishra, los poemas de Tagore, El libro tibetano de los muertos, cuya relectura incidi¨® en el viaje de Thubron al Kailash ¡°como la luz de una estrella muerta¡±. En otros anaqueles se despliegan los cl¨¢sicos de la literatura de viajes: Thesiger, Chatwin, Patrick Leigh Fermor y hasta ?21 t¨ªtulos! de Freya Stark, una de las grandes influencias en Thubron.
Le comento a mi anfitri¨®n mientras nos sentamos a la mesa junto a un gran ventanal que da a su amado jard¨ªn (es un reputado jardinero), flanqueado por una vieja iglesia, que la vista parece de una novela de Jane Austen, y r¨ªe afablemente. Le entrego entonces con la esperanza de que no lo tenga ya el libro que le he tra¨ªdo de regalo, The leopard of Rudraprayag, de Jim Corbett. En Hacia una monta?a en el T¨ªbet, Thubron revela que su padre, el general Gerald Thubron (1903-1992), del que sab¨ªamos que luch¨® con mucho valor en la II Guerra Mundial ¨Cen la campa?a de T¨²nez y luego en Italia¨C, hab¨ªa servido previamente en la India y caz¨® en Naini Tal, los predios de Corbett, desde donde part¨ªa para expediciones en pos del tigre y del sambar. Le pregunto a Colin qu¨¦ ha sido de todas esas cosas maravillosas y rom¨¢nticas que su padre se trajo de all¨ª, incluidos los trofeos y especialmente la piel de aquel gran leopardo, confiando secretamente en que me la ense?e. ¡°Al desmontar la casa de mis padres no sab¨ªa qu¨¦ hacer con ese material. Hab¨ªa fotos y muchos animales disecados. El enorme leopardo que colgaba en el comedor de casa lo recuerdo muy bien, era algo muy excitante para un ni?o. Pero al final estaba muy mal conservado. Me desprend¨ª de todo¡±. No puedo evitar un suspiro. ¡°Tambi¨¦n del oso. A mi madre nunca le gustaron esas cosas, pero las toleraba porque para mi padre significaban mucho, parte de su pasado¡±. Hablamos de lo que se conserva y se tira cuando la gente muere. ?l ha conservado las cartas de amor de sus padres porque destruirlas se le hac¨ªa insoportable.
Al Kailash (6.714 metros), que seg¨²n la tradici¨®n lleg¨® volando (!), viajan los peregrinos para realizar la kora, la circunvalaci¨®n de la monta?a, que tiene efectos regeneradores y salv¨ªficos. Son 50 duros kil¨®metros. No es raro que mueran algunos de los penitentes, generalmente muy mal preparados. ¡°Tu cuerpo se limpia de pecado como si lo exudara. Se dice que una sola vuelta disipa el envilecimiento de una vida entera y compensa incluso por el asesinato de un lama o de un padre; ocho koras te elevan al estado de Buda¡±. El viaje literario del escritor al Kailash arranca en la remota regi¨®n nepal¨ª de Humla, caminando con un gu¨ªa, un cocinero y un caballista hacia la refulgente monta?a m¨¢s sagrada del planeta, considerada el centro del mundo y de la que brotan, seg¨²n la tradici¨®n, los cuatro grandes r¨ªos indios, el Indo, el Ganges, el Sutlej y el Brahmaputra. De la mano de Thubron entramos en un mundo en el que se disuelve la l¨ªnea entre lo real y lo ilusorio, la materia y el esp¨ªritu, los hombres y los dioses. El efecto combinado de un paisaje grandioso ¨Cel cono ultraterreno del Kailash, la maravilla de cobalto puro del lago Manasarovar¨C, la altura y el esfuerzo de marchar d¨ªas y d¨ªas por terrenos agrestes contribuye a que el viajero (y el lector con ¨¦l) se sumerja en un ambiente muchas veces irreal, on¨ªrico. Hay una parte, no obstante, eminentemente pr¨¢ctica en el libro, la intendencia, la comunicaci¨®n con los locales, campesinos, monjes de carmes¨ª y azafr¨¢n o chamanes, o los problemas con los permisos: los suspicaces chinos sospechan de los viajeros occidentales solitarios y Thubron se ve obligado a unirse nominalmente y de manera puntual a un grupo de senderistas brit¨¢nicos al cruzar la frontera. Tambi¨¦n hay mucha historia y antropolog¨ªa. Poliandria, inhumaci¨®n por descarnaci¨®n y entierro celeste, el palimpsesto de los dioses tras el que ense?a su cabeza la vieja religi¨®n bon, el recuerdo del ¨²ltimo l¨ªder guerrillero khamba, Gyatto Wangdu, o el de Younghusband.
Nos habla Thubron de los primeros viajeros europeos al Kailash (Desideri, Moorcroft, Sven Hadin), de la fantas¨ªa del T¨ªbet y de los milagros paranormales de los lamas, de Madame Blavatsky, del Shangri La y de Shambala, las reencarnaciones y la amapola azul. Pero no sucumbe a la inveterada m¨ªstica de la regi¨®n; hay en sus p¨¢ginas tambi¨¦n un T¨ªbet nada id¨ªlico y s¨ª s¨®rdido: pobre, violento, duro y cruel, de bandoleros y de monjes insensibles e indolentes, de monasterios desvencijados, de escoria espiritual, de estatuas de dioses hechas con excrementos y de ni?os sucios con camisetas estampadas.
En el viaje encontramos al mejor Thubron en su pintura de los paisajes descarnados ¨Cjalonados de chortens y de las omnipresentes banderas de oraci¨®n, ondeando desva¨ªdas¨C y de las gentes, a las que describe con humanidad, como personas cercanas, y nunca con af¨¢n exotizante. Una mujer lleva atado un beb¨¦ enfermo a la espalda como un juguete triste y gastado. Un monje combina el reloj digital y el rosario. Otros son seguidores del Manchester y se enfadan porque los ha derrotado el FC Barcelona. Los encuentros son el contrapunto humano a la rotundidad del paisaje, panoramas hipn¨®ticos con altiplanicies de fr¨ªa belleza en las que el T¨ªbet flota en su propio tiempo. Thubron conversa con un lama confrontando su desaz¨®n con la paz del religioso, que le habla de la nada y la misericordia. Dentro del ambiente melanc¨®lico del viaje hay momentos de euforia en el camino, y de humor, como el encuentro cara a cara con un yak al salir de la tienda, el test¨ªculo de un general sij que era centro de un rito t¨¢ntrico en el monasterio de Shepeling o la pregunta del formulario de salud chino para viajeros: ¡°?Ha tenido un contacto estrecho con un cerdo durante m¨¢s de una semana?¡±.
Le pregunto qu¨¦ tal se encontr¨® durante el viaje al Kailash, que realiz¨® con 70 a?os y los achaques l¨®gicos. ¡°Tuve suerte, no padec¨ª mal de altura. En el tramo m¨¢s alto del recorrido, a 5.600 metros, sufr¨ª algo de desorientaci¨®n, pero nada grave¡±. Le comento que hace a?os, en un viaje remotamente similar, a las fuentes del Ganges, en el Himalaya del Garwhal, yo sufr¨ª tal hemorragia nasal que se pod¨ªa seguir mi rastro por todo el glaciar de Tapovan. ¡°Posiblemente eso le salv¨® de algo m¨¢s severo, reduciendo la presi¨®n¡±, comenta Thubron pas¨¢ndome el sufl¨¦ de pescado. Coincidimos en que lo peor de esos viajes es a veces saber que nadie te vendr¨¢ a buscar si las cosas van mal dadas y que la evacuaci¨®n es una posibilidad muy remota. Tras el ventanal veo un mito, un p¨¢rido de cola larga, y se lo se?alo al escritor. En su ¨²ltimo libro hay abundantes descripciones de p¨¢jaros, algo nuevo en su literatura. ¡°Es cierto, cuando vas por esos parajes, como caminas todo el rato, ves muchos. Sobre todo en la zona de Nepal, en los desfiladeros que eran santuarios de la vieja guerrilla mao¨ªsta, se conserva mucha vida salvaje¡±. Sin embargo, es el paisaje, como siempre, lo m¨¢s cautivador en Thubron. La soledad intimidante del T¨ªbet, donde ¡°todo lo que no es esencial se ha consumido¡±, y sus estepas viol¨¢ceas. ¡°Tengo una fuerte reacci¨®n al paisaje cuando viajo. En Nepal hay muchos ¨¢rboles y una vegetaci¨®n que no desentonar¨ªa en un jard¨ªn ingl¨¦s, pero despu¨¦s te encuentras con ese extra?o mundo del T¨ªbet, desnudo, con sus colores minerales. La claridad del aire, la pureza de la luz, te permiten ver a mucha distancia. Es una plenitud de visi¨®n como la de un marino. Es un mundo que impacta, que a veces sobrecoge con su soledad y vac¨ªo. Pero nunca me sent¨ª atemorizado, al igual que jam¨¢s me ha infundido miedo el desierto. El desierto es liberador. En cambio, encuentro los bosques sofocantes¡±.
El primer libro que se public¨® de Thubron en Espa?a, en 1998, El coraz¨®n perdido de Asia, estaba bajo el signo de la muerte de su padre: el itinerario parec¨ªa una sucesi¨®n de tumbas, mausoleos y ausencias. ¡°No lo recordaba, es cierto. Aqu¨ª, en Hacia una monta?a en el T¨ªbet, esa relaci¨®n con la muerte es m¨¢s premeditada. Era consciente de que viajaba por la muerte de mi madre y la extinci¨®n de mi familia, ¨¦ramos una familia feliz¡±. En el libro, las referencias a la muerte son continuas. ?Qu¨¦ buscaba?, ?redenci¨®n, catarsis, autosacrificio? ¡°No, m¨¢s una meditaci¨®n sobre m¨ª mismo, aunque consegu¨ª una cierta sensaci¨®n de alivio, es cierto. El viaje, el libro, no es un ejercicio religioso, yo soy agn¨®stico. Ten¨ªa inter¨¦s en ver ese paisaje sagrado, un mundo que te hace entender que tu propia vida y muerte no son importantes. Me ha sido dif¨ªcil aceptar la muerte de los que amaba¡±.
Thubron habla muy pausadamente mientras comemos. ¡°Un viaje como ese te da cierta perspectiva sobre esas cosas. En la tradici¨®n budista es positivo que el individuo no sobreviva, resulta tranquilizador contrastar nuestra visi¨®n angustiada con esa tradici¨®n. No te conforta, no ofrece consuelo para la p¨¦rdida, pero la pone en otra perspectiva. Es dif¨ªcil decir exactamente por qu¨¦ hice ese viaje. La caminata no te libra de la pena. Un viaje no es una cura, pero produce una ilusi¨®n de cambio. Para poner algo entre yo y la muerte. Hacer algo, algo que marque¡±. A Thubron, el gentleman viajero, le es dif¨ªcil expresar sus sentimientos ¨ªntimos. Es lo que tiene educarse en Eton. ¡°Nunca hab¨ªa escrito nada tan personal como algunos pasajes de este libro. Hablo de cosas que yo mismo me sorprendo al leerlas¡±. El pudor tan anglosaj¨®n a exteriorizar las emociones. ¡°Por supuesto, al acabarlo sent¨ª cierta verg¨¹enza, miedo al rid¨ªculo. Ahora, aqu¨ª, puedo hablar de estas cosas, pero en p¨²blico¡¡±. Le digo que no se preocupe, que el libro es emocionant¨ªsimo y hace saltar las l¨¢grimas en m¨¢s de una ocasi¨®n. Cuando interpela a su hermana muerta, rompiendo la propia forma, la estructura del libro¡ ¡°No es f¨¢cil, no¡±. Y entonces los dos nos sentimos inc¨®modos, y ¨¦l se levanta, trajina en la cocina mientras yo carraspeo tratando de aclararme la voz, y regresa con una tarta de lim¨®n.
Le digo que sus libros tienen una gran carga po¨¦tica. ¡°He le¨ªdo mucha poes¨ªa desde ni?o¡±. De hecho, lleva la poes¨ªa en la sangre. Desciende por parte de su madre, Evelyn, del gran poeta John Dryden (¡°Happy the man, and happy he alone?/ He who can call today his own¡±). Hijo de soldado y descendiente de poeta: pluma y espada. ¡°Ser¨¢ por eso que necesito escribir y viajar¡±. ?Viajar es la parte marcial de su alma y escribir la otra? ¡°Viajar te hace atrevido, y m¨¢s a¨²n viajar para escribir, te obliga a hacer cosas que no har¨ªas viajando por placer, como en el periodismo, olvidas el riesgo. Concentrarte en algo frena el miedo¡±. Pensando en esa herencia de poeta le comento qu¨¦ importantes son las madres. ¡°Lo son, los heridos, en accidentes o guerras, llaman a sus madres, no a sus esposas o a sus hijos. Estaba muy cerca de mi madre. Esa cercan¨ªa aument¨® con la muerte de mi hermana. He escrito cosas inconscientemente, que no imaginaba nunca contar¡±. Es un momento de gran intensidad. Thubron se cubre las manos con la cara y prosigue. ¡°Cosas que aparecen en las p¨¢ginas y en las que no hab¨ªa pensado mucho. La muerte de mi hermana, c¨®mo fue¡±. Carol falleci¨® con 21 a?os en los Alpes mientras esquiaba, a causa de una avalancha. ?l ten¨ªa 19. En otro pasaje, el escritor se ahoga en un ascenso y sin soluci¨®n de continuidad pasa a explicar la asfixia de su madre cuando le retiran la mascarilla en el hospital. ?Escribir ese libro ha sido una experiencia dolorosa? ¡°En algunos aspectos escribirlo fue m¨¢s triste y solitario que el viaje. Durante el viaje sent¨ª una gran melancol¨ªa, pero no dolor. Escribiendo, s¨ª. Percibir el parecido del Kailash con la cara norte del Eiger visto desde Grindelwald, donde muri¨® mi hermana, fue duro, pero escribirlo, m¨¢s. Algo pas¨® en ese viaje entre yo y mis muertes. Una conmoci¨®n, una despedida; es confuso, no puedo responder bien. Me preguntan si hubo algo como un despertar espiritual. No, es mucho m¨¢s complicado¡±. ?Hay algo de la culpabilidad del superviviente? ¡°S¨ª lo hay. Eso es. Hay una culpa, un elemento de autoacusaci¨®n¡±. ?Peregrin¨® al T¨ªbet, al Kailash, como una penitencia, una expiaci¨®n? Dicen que una sola vuelta a la monta?a borra los pecados de toda una vida. ¡°Hay un elemento, pero no puedo ser m¨¢s espec¨ªfico. Es la parte de realizar una actividad muy dura en un pa¨ªs agreste. Un viaje as¨ª tiene algo de sufrimiento¡±. Miramos hacia fuera: contemplar el jard¨ªn resulta un alivio. Distingo rosales formando un arco entre dos cupidos; un manzano, alhe?a, mimosa, acanto, procedente del viejo jard¨ªn de la madre de Thubron¡
¡®Hacia una monta?a en el T¨ªbet¡¯ posee esa parte ¨ªntima, personal. Pero es a la vez el libro de un gran escritor profesional, un maestro del g¨¦nero. Est¨¢n esos flashes sobre su familia engastados en el relato de un trayecto en el que Thubron vuelca toda su experiencia, su destreza y su oficio. De nuevo, como en otros de sus libros, aparecen los efectos de la globalizaci¨®n. ¡°S¨ª, incluso, en esos parajes encuentras latas de cerveza vac¨ªas y paquetes de tabaco arrugados¡±. La gente, la capacidad que tiene Thubron para extraer de las personas con que se topa en el viaje sus inquietudes y esperanzas, es, como de costumbre, uno de los grandes puntos de inter¨¦s. ¡°Encontr¨¦ mucha gente desesperanzada, es una zona muy pobre y perciben que no hay salida para ellos¡±. Hay much¨ªsima informaci¨®n en el libro sobre esa regi¨®n del T¨ªbet poblada de esp¨ªritus y demonios. ¡°El Kailash nunca ha sido escalado. De alguna manera sigue puro. Me gusta esa tradici¨®n de respeto. Habl¨¦ con Reinhold Messner sobre el tema. Me dijo que no es una monta?a dif¨ªcil, pero que escalarla ser¨ªa un sacrilegio. No se ha de perturbar a sus dioses¡±.
A la vista de la intensidad de la escritura y el desnudamiento a que se somete el escritor, algunos se han preguntado si no ser¨¢ el ¨²ltimo libro del viajero. ¡°Me sorprendi¨® que dijeran eso. No, no es un libro de despedida. Ahora toca escribir una novela, como suelo hacer, la alternancia pendular entre viajes y narrativa, que es otra forma de introspecci¨®n. Y ser¨¢ una novela muy ambiciosa. Pero luego volver¨¦ a viajar. Sin duda. No s¨¦ ad¨®nde ir¨¦¡±. Tal y como est¨¢ el patio no ser¨¢ Siria. ¡°No, y eso que adoro Siria, fue el tema de mi primer libro, Mirror to Damascus. Hablando de obras anteriores, el libro sobre la ruta de la seda, el viaje anterior al del Kailash, fue como una especie de preparaci¨®n para este: all¨ª ya romp¨ªa el espejo del narrador y pasaba al otro lado. ¡°Es cierto, era la primera vez que hac¨ªa algo as¨ª, las referencias directas a m¨ª mismo, cierta irrupci¨®n del yo novelista. Me prepar¨® para ser capaz de escribir estos pasajes tan personales sobre mis padres y mi hermana¡±.
Le pregunto a Thubron si conserva cosas de su padre, el general. ¡°S¨ª, las medallas, la espada¡¡±. Hace un gesto vago se?alando hacia el piso superior. ¡°Por all¨¢ arriba¡±. Creo que me voy a quedar sin ver ninguna de las reliquias de la casa, excepto el b¨²ho, cuando, hablando de Freya Stark, Colin me dice que la escritora, ¡°una buena amiga¡±, le dej¨® en su testamento dos tazas de t¨¦ de porcelana china. Se levanta, va a la cocina y vuelve con ellas. No puedo creerlo: ???voy a tomar caf¨¦ en una taza que perteneci¨® a Freya Stark!!! ¡°Era como una abuela para m¨ª, muri¨® con m¨¢s de 100 a?os, pero le gustaban los j¨®venes. Tambi¨¦n me dio un mandala nepal¨ª. Ella ha sido una de mis grandes influencias¡±. ?Como lleva la amistad? Viajar es hacer amigos en ruta y perderlos continuamente. ¡°S¨ª, haces muchos amigos que sabes que nunca volver¨¢s a ver. En especial en esas zonas remotas. Es duro. Todo el tiempo pierdes gente. Todo es transitorio en el camino¡±. Con el caf¨¦, hablamos del padre de Uma Thurman, de Lobsang Rampa ¨C¡°ahora lo recuerdo¡±¨C, de la di¨¢spora tibetana, ¨C¡°el budismo est¨¢ muy contaminado en Estados Unidos, esa obsesi¨®n americana con la espiritualidad y la salud mental¡±¨C, de Mallory, un personaje que le interesa mucho, y del nuevo libro que le ha dedicado al monta?ero perdido y hallado Wade Davis. Le pregunto si escribe poes¨ªa. ¡°S¨ª, pero hace tiempo que ya no la publico. ?Y usted?¡±. Le contesto que s¨ª, pero que una vez escrita me produce tal sonrojo, que se la env¨ªo por correo a mi hermana para no destruirla. ¡°Est¨¢ bien tener a alguien as¨ª, con quien hay tanta confianza¡±, dice con un deje triste, y me doy cuenta de que hablarle de mi hermana no va a alegrar la sobremesa. As¨ª que le pregunto por su pareja, Margreta de Grazia, una especialista en Shakespeare de 30 a?os. ¡°Nos casamos en septiembre¡±. Ella es el contrapunto en la vida de Thubron. Un faro en sus viajes y su soledad.
Pero hoy no vamos a escapar de la sombra de la muerte. Hablamos de Paddy Leigh Fermor, escritor, h¨¦roe de guerra y amigo de ambos. Thubron ley¨® uno de los textos en su funeral hace un a?o, The garden of Cyrus, de Thomas Browne, antes de que un miembro de los Irish Guards tocara The last post. ¡°Ha dejado un enorme vac¨ªo¡±. ?C¨®mo fue su muerte? ¡°Como sabe, padec¨ªa un c¨¢ncer de garganta, no pod¨ªa hablar, era muy penoso. Le trajeron de Grecia para morir aqu¨ª como era su deseo, en Worcestershire. Lo visit¨¦ la noche antes. Muri¨® tranquilo¡±. Siento una honda tristeza. ?Qu¨¦ ser¨¢ de su gato? A¨²n conservo una foto del felino que me dio otra amiga de todos, Jan Morris. ¡°Por ah¨ª estar¨¢ en Kardamyli, lo alimenta la gente¡±. La casa de Paddy en el Peloponeso parece que se va a convertir en museo en su memoria. Los griegos, por cuya causa luch¨® con las armas en la mano como Byron, y cuyo pa¨ªs y cultura veneraba, lo apreciaban mucho. Le pregunto por el material literario que dej¨® Paddy, especialmente la tercera parte de su viaje de adolescente por Europa antes de la II Guerra Mundial, la continuaci¨®n de El tiempo de los regalos y Entre los bosques y el r¨ªo, que nunca lleg¨®. Thubron, que es albacea de Paddy, es una de las pocas personas que han le¨ªdo ese texto que finalmente se publicar¨¢. ¡°Hay mucho material, da perfectamente para un libro. No estaba seguro de ese texto, yo creo que se llev¨® una desilusi¨®n al llegar a la meta de su largo viaje: no encontr¨® Bizancio¡±.
Nos quedamos en silencio. Recordando rostros y contabilizando p¨¦rdidas. Echando las cuentas de todo lo que la vida entrega y arrebata. En un pasaje de Hacia una monta?a en el T¨ªbet, un monje le habla a Thubron del despojamiento y de la disoluci¨®n del individuo. ¡°?Conoce el dicho budista?¡±, le dice. ¡°El hombre debe separarse de todo cuanto ama¡±. Miro a Colin de reojo y le envidio: al menos ¨¦l ha ido hasta la monta?a y encontrado el camino de vuelta a casa.
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