¡®Viejos tiempos¡¯ / ¡®Testamento¡¯
En Madrid, 'Viejos tiempos', de Pinter, donde destaca Ariadna Gil, se despide del Espa?ol; en Barcelona ha comenzado el Festival Grec con 'Testamento', donde act¨²an padres e hijos de la compa?¨ªa She She Bop
?1 Estos tres. Viejos tiempos, de Pinter, en la sala peque?a del Espa?ol, acaba ma?ana. Les dir¨ªa: vayan por Ariadna Gil, cada vez mejor actriz, m¨¢s densa, con mayor autoridad. Es una recomendaci¨®n enojosa para sus compa?eros de reparto, lo entiendo. Me gustan mucho Emma Su¨¢rez y Jos¨¦ Luis Garc¨ªa-P¨¦rez, pero creo que aqu¨ª tardan mucho, a mi juicio, en coger ese toro por los cuernos. Viejos tiempos es una obra muy dif¨ªcil de montar. No es naturalista, no es ¡°simb¨®lica¡±, pero sus cadencias est¨¢n m¨¢s cerca de la poes¨ªa que de la prosa. Y cambia de tono a cada paso: el lirismo alcanza un fulgor alucinado, y de repente toma tierra con un trallazo vulgar, sarc¨¢stico. La funci¨®n tiene una textura de intensidad casi policiaca sustentada en elementos m¨ªnimos y aparentemente banales pero que, como siempre en el teatro de Pinter, se convierten en bombas de relojer¨ªa. Esos elementos han de reverberar, como los c¨ªrculos de la piedra en el agua, y el enigma ha de prenderte: ?qu¨¦ relaci¨®n tuvieron estos tres en el pasado?, ?qu¨¦ ha venido a buscar Anna a la casa de su antigua amiga? Anna es Emma Su¨¢rez. Kate es Ariadna Gil. Deeley, su marido, es Jos¨¦ Luis Garc¨ªa-P¨¦rez. Anna y Deeley luchan por poseer a Kate. Un doble tema que Pinter repetir¨¢ en No Man¡¯s Land: la intangibilidad del pasado y la pugna por construir la memoria del otro para as¨ª ganarle.
Viejos tiempos, de Harold Pinter
Director: Ricardo Moya.
Int¨¦rpretes: Ariadna Gil, Emma Su¨¢rez y Jos¨¦ Luis Garc¨ªa P¨¦rez.
Sala Peque?a del Teatro Espa?ol. Madrid.
Hasta el 15 de julio.
El problema es que, a mi entender, el tono que Ricardo Moya les ha marcado a Su¨¢rez y Garc¨ªa-P¨¦rez en el primer tercio est¨¢ desajustado: dan a Anna y Deeley unos acentos irreales, como de ni?os jugando a las visitas. Y pintan con colores primarios, sin matices, como si se hubieran dicho ¡°ahora vamos a interpretar la banalidad¡±. O como si estuvieran haciendo una comedia absurda: solo as¨ª puede entenderse la desaforada entrada de Emma Su¨¢rez, o el chirriante pugilato de las canciones como armas arrojadizas. Luego el ritmo se estanca, se hace premioso, casi sacramental, lo que, unido a ese falsete, aumenta la sensaci¨®n de artificio: desconecto porque lo que dicen no me parece ver¨ªdico. Yo creo, por otro lado, que la tensi¨®n de Viejos tiempos ha de ser como un hilo que se calienta hasta la incandescencia, no como una sucesi¨®n de calambrazos. M¨¢s o menos hacia la mitad percibo algo que no hab¨ªa notado en montajes anteriores, y que me resulta sugestivo: dir¨ªa que Su¨¢rez y Garc¨ªa-P¨¦rez est¨¢n interpretando a sus personajes como si fueran la versi¨®n inglesa de Blanche Dubois y Stanley Kowalski, con esa subterr¨¢nea carga de erotismo y lucha por el territorio, y a partir de ah¨ª vuelvo a conectar porque ese latido palpita con fuerza y veracidad. Durante toda la primera hora me parece mod¨¦lico el trabajo de Ariadna Gil: me creo su alerta, su escucha, incluso desde el fondo de la par¨¢lisis emocional del personaje. Hay en su Kate un magnetismo esfing¨ªaco muy poderoso, y ese saber estar a caballo entre la niebla y un territorio que le veremos construir, un pa¨ªs nuevo del que expulsar¨¢ para siempre a quienes quer¨ªan poseerla, borr¨¢ndoles de su memoria para emerger terror¨ªficamente sola pero inconquistable. Y me creo tambi¨¦n, ahora s¨ª, la lenta demolici¨®n de Anna y Deeley, sus miradas abatidas, su ingreso en el silencio, cada uno en su tierra de nadie. Matizo lo dicho al principio: vayan a ver Viejos tiempos por el trabajo de Ariadna Gil y por toda la ¨²ltima parte de Su¨¢rez y Garc¨ªa-P¨¦rez, muy bien guiados ah¨ª por Ricardo Moya.
2 Padres e hijos. Testamento, primera funci¨®n del Grec, a cargo de la compa?¨ªa alemana She She Bop, en el Mercat. Brillante, imaginativa, un tanto premiosa, repleta de momentos notables. Su tema, las relaciones paterno-filiales, se concreta en una idea original y arriesgada: los actores y sus propios padres han escrito el texto (con una peque?a ayuda de maese Shakespeare) y comparten el escenario. Nos cuentan que en un principio se propusieron interpretar El rey Lear y van a evocar ante nosotros el proceso de ensayos y representar, de modo totalmente amateur y con un precario teleprompter, sus escenas fundamentales, que sirven de espoleta para una serie de sugestivas derivaciones: el viejo catedr¨¢tico de F¨ªsica que demuestra con ecuaciones diferenciales el error de Lear cuando reparti¨® el reino, o la fiesta en el asilo, donde los hijos ¡°hacen pr¨¢cticas¡± y toman notas para cuando les toque a ellos. En la primera mitad predomina un humor negro cerebral que tal vez provoque esa sensaci¨®n de lentitud, de fr¨ªo y minucioso juego de laboratorio, un poco en la l¨ªnea de los Joglars de Laetius o M7 Catal¨°nia, hasta que un impresionante pasaje nos clava en la silla: la hija que narra el declive del padre, cada vez m¨¢s inerme, a trav¨¦s de la creciente lista de atenciones que requiere. Hay un momento precioso donde ambos escuchan Island in the sun, de Harry Belafonte, y ¨¦l rompe a cantar ese repentino himno de su juventud perdida, esquema que las restantes parejas repiten con distintas canciones: Marthaler no lo hubiera orquestado mejor.
A lo largo de la segunda parte se mezcla la creciente incomodidad por la vulnerabilidad de los viejos (y por el espejo que se alza ante nosotros) con la empat¨ªa ante su lucidez y su coraje. Pega: me pareci¨® que se desnudaban (en todos los sentidos) m¨¢s que los hijos, y que era m¨¢s larga la lista de estos ¨²ltimos cuando todos se piden perd¨®n mutuamente por los errores cometidos, aunque lo afinado del texto logra esquivar el psicodrama y el ajuste de cuentas. El perfecto equilibrio entre humor negro, emoci¨®n y poes¨ªa delirante llega, a la manera de un minicirco de tres pistas, en el asombroso episodio final: el interrogatorio sobre el sentido de la vida, al que el difunto, encerrado en un ata¨²d de cart¨®n, responde con frases de mu?eca de cuerda que resuenan como aforismos zen, mientras otro padre y otro hijo cantan Something Stupid desde ata¨²des paralelos, y dan paso a la tercera pareja recitando (ya sin prompter, y en el tono preciso) el hermoso colof¨®n de El rey Lear: ¡°Hemos de obedecer al peso de este triste tiempo, y decir lo que sentimos y no lo que deber¨ªamos decir. El m¨¢s anciano es el que m¨¢s ha soportado; nosotros, los j¨®venes, jam¨¢s veremos tanto ni viviremos tanto tiempo¡±. Ellos son Sebastian y Joachim Mark; Fanny y Peter Halmburger; Mieke y Manfred Matzke: bravo por ellos.
Viejos tiempos, de Harold Pinter. Director: Ricardo Moya. Int¨¦rpretes: Ariadna Gil, Emma Su¨¢rez y Jos¨¦ Luis Garc¨ªa P¨¦rez. Sala Peque?a del Teatro Espa?ol. Madrid. Hasta el 15 de julio. www.teatroespanol.es.
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