Seducido, llego a Palacio
Un trasgo divertido, entra?able y un punto insolente recorre las dependencias de palacio Es Leandro, el fantasma de La Moncloa, principio y fin de esta serie que arranca hoy y que se prolongar¨¢ durante todo el mes de agosto
Buenas noches. Me llamo Leandro y soy el fantasma de La Moncloa. Digo noches porque quienes nacimos de las sombras vivimos en una perpetua semioscuridad que ni el sol m¨¢s radiante, y cuidado que en los interiores de este palacio entra a raudales, logra desgarrar del todo. Y me he autobautizado como Leandro porque Felipe, que ya les voy diciendo para que nos vayamos conociendo que solo me pueden ver en carne apretujable los presidentes que son y han sido de esta Espa?a, y algunos otros seres elegidos por m¨ª en muy contadas ocasiones, el primer d¨ªa que me le aparec¨ª, me dijo: ¡°?Co?o, el hijo ese de Alfonso XIII!¡±. Que luego me enter¨¦ y es que hay un se?or que se llama Leandro Alfonso Luis de Borb¨®n Ruiz, que ya le vale ese Ruiz, que al parecer es cagadito a m¨ª. Lamento no poder corroborar el parecido, porque ya se sabe que los espejos no devuelven la imagen a los fantasmas, a los vampiros y a los banqueros. As¨ª que di por buena la capacidad fisiogn¨®mica de Felipe y ya he aceptado que soy poseedor de un pelo imposible, una barba imposible y una nariz imposible. O sea, que tengo un aspecto imposible, tal que Borb¨®n Ruiz, que cuidado que veo a gente pasar por estas dependencias y nunca he visto a nadie tan imposible.
Recuerdo muy bien c¨®mo era Felipe. Siempre estaba que si unas olivitas, que si una manzanilla, que si t¨ªo, pasa contigo, que por consiguiente. Aunque a lo mejor no es este momento de hablar de ¨¦l. Lo que pasa es que ya me conocer¨¢n, que se me va la cabeza de un presidente a otro seg¨²n suspiro, conocido como es que los fantasmas tenemos un cerebro incons¨²til, por as¨ª decir, y nos cuesta mantener un hilo l¨®gico. Vamos, como a los presidentes. As¨ª que lo m¨¢s apropiado ser¨¢ que les cuente c¨®mo me las entiendo con Mariano Rajoy, que es el mandam¨¢s con el que ahora tengo que lidiar. Bien. Pues es muy simp¨¢tico. Y quiere mucho a sus ni?os. Bueno, y a Viri, claro, que ustedes la ven as¨ª como l¨¢nguida pero ya les contar¨ªa yo cosas que oigo. Pero resulta que¡
Bueno, no, estoy pensando que mejor les explico qu¨¦ hago aqu¨ª y por qu¨¦ hay un fantasma en La Moncloa, que lo he dado por hecho desde la primera l¨ªnea y es posible que a ustedes, preocupados por sus cosas, y por la crisis, que yo lo comprendo, nunca se les hubiera ocurrido ser conscientes de mi existencia. Porque la gente, as¨ª en general, sabe poco de fantasmas, que nos tienen muy poco valorados. Y no s¨¦ por qu¨¦. Porque si alguien se despepita por tener un consultor espiritual o gur¨² que se le dice, un asesor fiscal, un entrenador personal y hasta un personal shopper, no s¨¦ por qu¨¦ va a ser menos un fantasma individual. Ayuda mucho, ya se lo digo. Para un roto y un descosido. Que nuestra vida simula un permanente echarse a la briba, pero ya les dar¨ªa yo aguantar a Aznar cuando ven¨ªa de ver a Bush. Por hacer terror¨ªfico el cuento.
Pues les dec¨ªa. Yo era el fantasma titular del Congreso de los Diputados, situado, como saben todos, porque sale mucho en televisi¨®n, en la madrile?a carrera de San Jer¨®nimo, cerquita de Sol, que m¨¢s castizo no hay lugar. ?Qu¨¦ tiempos aquellos!, nos dec¨ªamos los fantasmas de plantilla, que entonces ten¨ªamos delante a un Sagasta, a un C¨¢novas, a un Prieto, a un Largo Caballero, a un Gil-Robles o incluso a un Lerroux, que siempre gusta un poco de picante frente a tanto jam¨®n york. Pero claro, es que luego vinieron las Cortes franquistas. Y qu¨¦ les voy a decir que no sepan. No quiero ni acordarme, que en aquella ¨¦poca hasta iba gente con chaqueta blanca, boina roja o camisa azul, y algunos con todo puesto, la chaqueta, la camisa y la boina, como si estuvieran en el probador. Un horror. Y lo peor es que hablaban, sobre todo, de la familia y los municipios. Y de los luceros. Muchos luceros. Incluso hab¨ªa alguno que hasta gru?¨ªa. Recuerdo que un d¨ªa, Jos¨¦ Antonio Gir¨®n de Velasco¡ Bueno, no, lo dejo. Es la inconsutilidad.
Pues les dec¨ªa que estaba yo all¨ª un d¨ªa de febrero de 1981, temi¨¦ndome lo peor, que aunque en los ¨²ltimos a?os aquello hab¨ªa mejorado mucho, que si bien segu¨ªa por all¨ª Manuel Fraga, el se?or le acoja en su seno y le asede el car¨¢cter de macho cabr¨ªo, ya nos hab¨ªamos divertido un rato largo con que si ese que llegaba era Carrillo, aquella otra La Pasionaria que baj¨® las escaleras, cual enjuta y adusta Mistinguette, cogidita del brazo de un se?or con el pelo largo y blanco como si de un ¨¢ngel se tratara, que luego me enter¨¦ de que era un tipo m¨¢s bien revoltoso, Rafael Alberti, y otras novedades que nos alegraron la pajarilla despu¨¦s de aquellos terribles treinta y cinco a?os de momios y ¡ªpocas¡ª momias. Tambi¨¦n hab¨ªan aparecido en ese tiempo unos j¨®venes que parec¨ªan venir de una excursi¨®n en cualquier dehesa, como Felipe Gonz¨¢lez y Alfonso Guerra, sobre todo este ¨²ltimo, que siempre ten¨ªa cara de querer armarla. Hab¨ªa tambi¨¦n un tipo que a m¨ª me gustaba m¨¢s que a un tonto una tiza. Acababa de presentar su dimisi¨®n como presidente y se llamaba Adolfo Su¨¢rez. Es que era verle y me entraban unas ganas locas de jugarme con ¨¦l una ca?a a los chinos.
Pues digo que aquel febrero de 1981, el d¨ªa 23, para ser m¨¢s exactos, andaba este menda incorp¨®reo por los pasos perdidos, que solo de pensar en que ¨ªbamos a tener unos cuantos a?os a Leopoldo Calvo Sotelo de agitador de las masas es que me daba como un yuyu. Ya hab¨ªamos disfrutado de Landelino Lavilla, que pedazo juergas nos hab¨ªa tocado disfrutar como mand¨®n de la casa de los leones. Y en estas que zas, aquel Tejero con el tricornio, inolvidable imagen, arm¨® la que ya saben, que como ser¨ªa aquello que a¨²n perduran las ondas s¨ªsmicas y de vez en cuando alguien escribe un libro o suelta una pretendida novedad sobre el susto. Y es entonces cuando se produjo la chispa, la descarga, la conmoci¨®n, el escalofr¨ªo y el barquinazo. El flechazo, vamos. Fue ver a ese Adolfo Su¨¢rez ponerse en pie, levantar el ment¨®n y ponerse chulo, como si estuviera en la cantina del cuartel y un subordinado le hubiera insinuado un mal gesto, fue un decir aquello de ¡°como presidente le ordeno que deponga su actitud¡±, que me dije para mis adentros, en el caso de que los fantasmas tuvi¨¦ramos adentros, que no est¨¢ confirmado que as¨ª sea, me dije, digo, este es mi hombre. He aqu¨ª un tipo con el que uno se puede ir a una timba de p¨®quer y sabe que siempre te va a defender del tah¨²r. Gesto de piedra, hombros hacia atr¨¢s, mirada al frente, ¡°No sabe con qui¨¦n est¨¢ hablando¡±, le dir¨ªa en¨¦rgico al bandolero, que incapaz de aguantar ese fuego en la mirada huir¨ªa sin rematar la vileza que hubiera preparado.
As¨ª que, cuando el tricorniado Tejero se desteji¨® y pas¨® de fiero le¨®n, como los p¨¦treos de la puerta, a despeluchado gatito, y los civilones saltaron las ventanas con aquella actitud tan digna, gallarda y valerosa, aqu¨ª Leandro, un servidor, todav¨ªa invisible, se meti¨® de rond¨®n y con tanto arte como cuidado en el coche oficial de don Adolfo Su¨¢rez. Llegamos a La Moncloa, gran alboroto en esta casa, tan nueva entonces para m¨ª, tan resabida ahora. Y hasta hoy.
Hay que ver c¨®mo pasa el tiempo. Y los presidentes: Adolfo, Leopoldo, Felipe, Aznar, Jos¨¦ Luis y Mariano. Habr¨¢n notado que no he dicho Jos¨¦ Mar¨ªa. Es que no me sale, ignoro por qu¨¦. Y si les parece duro tratar con dichos personajes, todos grandes hombres, cuerpos unos m¨¢s tangibles que otros, qu¨¦ les voy a decir de sus ectoplasmas, que aqu¨ª se quedan y ponte a aguantarles.
Bueno, de Leopoldo hay medio, que dur¨® muy poco. Ecto, le llamamos.
Ma?ana, siguiente cap¨ªtulo: Hola, Mariano; soy Leandro.
Babelia
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