La saga de los aviadores estrellados
Volar fascina y el peligro mortal de caer del cielo a?ade un riesgo m¨¢s. Hay pilotos m¨ªticos por sus haza?as y otros por sus accidentes y aterrizajes forzosos. Personajes de enrevesadas biograf¨ªas como Johannes Steinhoff o Melitta Schenk. Aut¨¦nticos ¨¢ngeles ca¨ªdos.
Escribo la palabra ¡°aeroplano¡± y me quedo con la mirada perdida en la pantalla, donde una niebla blanca se disuelve lentamente arrastrada entre un rumor lejano de motores por la corriente de aire de las h¨¦lices. Aviones¡ No hay aventura como la aventura de las m¨¢quinas a¨¦reas, en la que a todos los riesgos habituales has de sumar el peligro mortal y constante de caer del cielo. All¨¢ arriba todos son hijos de ?caro. Desde que los audaces hermanos Wright alzaron el vuelo aquel inolvidable d¨ªa de 1903 en las dunas de Kitty Hawk hasta la peripecia reciente del aparato con energ¨ªas renovables Solar Impulse del d¨²o Piccard-Borschsby (el primero, por cierto, Bertrand Piccard, reto?o de una familia que ha ido de lo m¨¢s alto a lo m¨¢s bajo: su abuelo, Auguste, ascendi¨® a la estratosfera y su padre, Jacques, descendi¨® a la fosa de las Marianas), la aviaci¨®n est¨¢ llena de historias fascinantes.
Los nombres de los pilotos que han dejado su estela en el fino aire titilan como estrellas en la gran pantalla del cielo. Ah¨ª est¨¢ Chennault, que encabez¨® el equipo acrob¨¢tico conocido como Tres Hombres en el Trapecio Volante y luego reuni¨® a 300 (?siempre 300!) voluntarios estadounidenses para volar en la fuerza a¨¦rea de Chiang Kai-chek contra los japoneses en China en 1940: los Flying Tigers, ?guau!, qu¨¦ chaquetas. Por ah¨ª vuelan tambi¨¦n sir John Alcock, que se enfrent¨® en 1917 a tres hidroaviones turcos y derrib¨® dos, cruz¨® el Atl¨¢ntico por primera vez de Terranova a Irlanda (con Whitten Brown de navegante) y se mat¨® al chocar contra un ¨¢rbol en un aterrizaje con niebla en Francia no sin antes inmortalizarse en el cuadro de Ambrose McEvoy, ese gran retratista de valientes; o Frank Trenholm Coffyn, que pese a su ominoso apellido aprendi¨® a volar de la mano de Orville Wright ¨Csu padre era el banquero de los hermanos alados¨C, fue piloto de pruebas para Curtiss, luch¨® en la I Guerra Mundial y consigui¨® la segunda licencia de piloto de helic¨®pteros en EE UU a los 66 a?os. Y qu¨¦ me dicen de Douglas Wrong Way Corrigan, que tras ayudar en la preparaci¨®n del Spirit of St Louis de Lindbergh y convertirse ¨¦l mismo en aviador y barnstormer (los pilotos de exhibici¨®n de las fiestas populares; la gente del Pylon de Faulkner, vamos) devino celebridad por accidente en 1938 al despegar de Nueva York rumbo a California y aterrizar, en cambio, ?en Dubl¨ªn!; volaba adem¨¢s en un viejo Curtiss-Robin usado que no ten¨ªa permiso para realizar vuelos sobre el Atl¨¢ntico por falta de seguridad¡
Steinhoff cabalgaba un Me-262, ese terrible ¨¢ngel nazi a reacci¨®n al que ning¨²n caza aliado alcanzaba
Ya ven que es hablar de aventuras a¨¦reas y se me va la olla. Pilotos sobrevolando parajes agrestes dignos de Jack London en sus baqueteados hidroaviones, alas audaces transportando las sacas del correo sobre las dunas o los altos picos de los Andes, jovencitos convertidos instant¨¢neamente en hombres ¨Co en cad¨¢veres¨C al surgir a la cola de su aparato la sombra roja del triplano del bar¨®n, tipos con lo que hay que tener rompiendo la barrera del sonido y envueltos de s¨²bito en un trueno de plata. S¨ª, esta mano que teclea vehementemente una vez estrech¨® la de Chuck Yeager¡ Pero d¨¦jenme a?adir otro gran personaje, una chica que merecer¨ªa ella sola todo un reportaje: Florence Barnes, alias Pancho (!), aviatrix estadounidense nacida en 1901 que antes de descubrir los aeroplanos se cas¨® con un predicador y luego se escap¨® para unirse a un circo. Fue despu¨¦s trampera, marinero y miembro de una cuadrilla de bandidos mexicanos entre los que obtuvo su apodo. En 1928 aprendi¨® a volar, y en los a?os treinta se convirti¨® en doble de escenas de aviaci¨®n en Hollywood, trabajando en filmes como Hell¡¯s Angels. A?os despu¨¦s regent¨® un bar, Pancho¡¯s Fly Inn, en la base Edwards de la fuerza a¨¦rea, que debido a su mala reputaci¨®n fue clausurado por las fuerzas a¨¦reas del ej¨¦rcito de EE UU.
Podr¨ªamos seguir as¨ª mucho tiempo, acumulando nombres e historias (los aviadores sin piernas: Rudel, Bader, Maresyev, Hoppy Hodkinson), pero vamos a centrarnos en lo que para m¨ª es la esencia de la aviaci¨®n: la gran ca¨ªda que sigue al ascenso rutilante del piloto y que lo devuelve a la realidad y al peso tras experimentar el espejismo de la conquista del cielo. Exactamente: la gran met¨¢fora de nuestras vidas, hechas de grandes despegues y aterrizajes forzosos. Las aventuras de pilotos que se estrellan (y hay tantas maneras de caer como aviadores y aviadoras, como hombres y mujeres) son mis favoritas, como lo son la novela y la pel¨ªcula de El paciente ingl¨¦s, con su requemado conde Alm¨¢sy. Mi santo patrono de la aviaci¨®n, en todo caso, es el piloto alem¨¢n Johannes Steinhoff, Macky (1913-1994), considerado el hombre m¨¢s guapo de la Luftwaffe, que ya es t¨ªtulo, antes de peg¨¢rsela con su reactor Me-262 y quedar horriblemente desfigurado (pas¨® a ser el Niki Lauda de la Luftwaffe), y cuyas vicisitudes a lo largo de la II Guerra Mundial son dignas de la mejor novela de aventuras, incluido su enfrentamiento con ese orondo ogro que era el villano mariscal del Reich Hermann Goering. Steinhoff, vamos a ser claros, era un as de caza de la aviaci¨®n de Hitler y cada aparato rival que derribaba (y fueron 176) alejaba un poco la victoria de los aliados sobre la peste nazi. Pero era un caballero que defend¨ªa a los hombres bajo su mando y se granje¨® el respeto de sus enemigos, aparte de horrorizarse sinceramente al conocer la realidad de los campos de exterminio. De hecho, tras la guerra fue rehabilitado, se reincorpor¨® a la fuerza a¨¦rea alemana y contribuy¨® a su renacimiento en el marco de la OTAN con el rango de general. Es famoso su acto de reconciliaci¨®n con el viejo comandante de la 82 Aerotransportada de EE UU en presencia de Reagan. Un ala de caza de la nueva Luftwaffe lleva su nombre.
La nueva vida de Steinhoff arrojado del firmamento y convertido en un hombre cuyo rostro era imposible de entender si no lo observabas muy, pero que muy detenidamente ¨Cantes ten¨ªa un aire de Steve McQueen, especialmente a lomos de su bonita motocicleta DKW¨C, comenz¨® el 18 de abril de 1945. El piloto formaba parte como Oberst de la escuadrilla de ¨¦lite Jagdverband 44, compuesta por los Experten, los grandes ases de caza alemanes que quedaban vivos al final de la guerra ¨Cmenos del 5%¨C y equipada con los Me?262, la gran virguer¨ªa en materia de aviaci¨®n de entonces. Cabalgando ese terrible ¨¢ngel a reacci¨®n al que ning¨²n caza aliado alcanzaba y que se met¨ªa como una exhalaci¨®n entre las formaciones de bombarderos para devastarlos como un lobo veloz en un reba?o de ovejas, Steinhoff y sus compa?eros, de los que ninguno carec¨ªa de la exclusiva Cruz de Caballero, volvieron a sentir que el cielo les era propicio tras a?os de progresivo hundimiento de la Luftwaffe. Result¨® un espejismo: para cazar a un ¨¢ngel solo has de esperar a pillarlo cuando despega o aterriza, y as¨ª lo hizo el enemigo. Alzar el vuelo con un reactor cargado de municiones y combustible de alto octanaje con la pista llena de cr¨¢teres de bombas y un ojo puesto en las alturas por si te atacan los P-51 Mustang, cadillacs del cielo (www.youtube.com/watch?v=1ouJ_WyS9v8), es un estr¨¦s. No era raro en esas condiciones peg¨¢rtela. Nuestro aviador, que ten¨ªa sin duda mano para la pluma ¨Csus dos libros, Messerschmitts over Siciliy y The final hours, son excelentes¨C escribi¨®: ¡°?ramos como esos insectos, las ef¨ªmeras, que han llegado al final de su d¨ªa, cuando el sue?o se disuelve en la nada¡±.
El Me-262 de Steinhoff se estrell¨® en un accidentado despegue y adem¨¢s le estallaron los cohetes que llevaba debajo de las alas. ¡°Donde quiera que miraba, todo era rojo¡±, recuerda en sus memorias el aviador. El ¨¢ngel se convirti¨® en un infierno y el piloto se quem¨® en la carlinga como un pavo dentro de un horno. Su varonil rostro literalmente se derriti¨®. Steinhoff siempre hab¨ªa temido la desfiguraci¨®n, y aquel d¨ªa su pesadilla se hizo realidad. No obstante, consigui¨® salir por su propio pie del aparato ardiente mientras le ca¨ªan trozos de piel al caminar. La recuperaci¨®n en el hospital fue lenta y dolorosa. Sumergido en una nube de opi¨¢ceos y sintiendo como si le devoraran el rostro millares de hormigas, el piloto, que entre otras cosas hab¨ªa perdido los p¨¢rpados, fue sometido a varias operaciones de cirug¨ªa reconstructiva. Se hizo lo que se pudo¡
Steinhoff es solo uno de los casos de aviadores quemados. En realidad, el m¨¢s notable, el verdadero paciente ingl¨¦s, es eso, un ingl¨¦s. Se trata de Richard Hillary, cuyas memorias, El ¨²ltimo enemigo, han aparecido este a?o publicadas en castellano por C¨®mplices Editorial, y yo, que me alegro mucho porque mi valiosa primera edici¨®n en ingl¨¦s se la regal¨¦ en un momento de debilidad a otro gran piloto de guerra y escritor, James Salter, hago un esfuerzo por no desviar el rumbo y hablarles ahora de los combates de Salter a los mandos de un Sabre contra los Mig-15 sobre Corea¡
Hillary (1919-1943), uno de los Few, los pilotos de la RAF que salvaron Gran Breta?a de las ¨¢guilas nazis, sacudi¨® al mundo anglosaj¨®n al aparecer en 1942 su libro en el que explica su vida y sus experiencias como piloto en la Batalla de Inglaterra. Era un chico bien como solo lo puede ser un chico ingl¨¦s, tipo Retorno a Brideshead para entendernos. Y sensible, capaz de escribir que ¡°la niebla amarillenta daba un aire de tristeza a los Spitfires¡± y que las nubes bajo su aeroplano ¡°se esparc¨ªan como capas de nata montada¡±. El 3 de septiembre de 1940, Hillary, crey¨¦ndose invulnerable, despeg¨® con su escuadrilla para una misi¨®n de caza. Se encontraron con un mont¨®n de aparatos alemanes que avanzaban como un enjambre de langostas. ¡°En cuanto nos vieron se dispersaron y descendieron en picado, y durante los diez minutos siguientes todo fue una imagen borrosa de balas trazadoras y aviones haciendo piruetas. Un Messerschmitt cay¨® envuelto en llamas a mi derecha y un Spitfire se precipit¨® en picado dando media vuelta en el aire¡±. En medio del combate, Hillary es alcanzado. ¡°Todo el aparato tembl¨® como un animal herido. Un segundo despu¨¦s, la cabina era una masa de llamas¡±. En un momento de intensa agon¨ªa piensa: ¡°?As¨ª que es esto!¡±. Pero consigue arrojarse fuera del avi¨®n y abrir el paraca¨ªdas. Se precipita en el mar. Imaginemos el siseo del agua al abrazar ese cuerpo devenido antorcha. Mientras flota con el chaleco salvavidas, observa las quemaduras de sus manos, con la piel en jirones. ¡°Me mare¨¦ un poco al sentir el olor de la carne quemada¡±. La cara le arde. En la soledad del mar, sufriendo, se plantea si deshinchar el chaleco para acelerar la muerte. Cuando una lancha lo rescata, est¨¢ ciego.
En Oxford, antes del conflicto, Hillary era un guapo y esnob estudiante en el Trinity College que oteaba en los vientos de guerra una distracci¨®n para su ennui pijo y se imaginaba combatiendo en el aire al estilo de un caballero medieval redivivo. Como piloto de caza esperaba una mezcla de diversi¨®n, miedo y exaltaci¨®n. Per ardua ad astra. Durante el entrenamiento descubri¨® la embriaguez del vuelo y luego la belleza letal de los Spitfires, que no la eclipsaba el camuflaje. ¡°Y entonces lleg¨® Dunkerque: hombres cansados y andrajosos que una vez hab¨ªan formado un ej¨¦rcito regresaban con souvenirs de Francia pero sin sus equipos, y la gente casi lo consideraba una victoria¡±. Tras varios combates a¨¦reos y ver caer a muchos camaradas, Hillary fue derribado y se estrell¨® en el mar del Norte.
La segunda parte de El ¨²ltimo enemigo explica el tratamiento m¨¦dico a que fue sometido, en gran parte experimental, para curar sus quemaduras y paliar su desfiguraci¨®n. Las enfermeras se desmayaban durante las curas. Se usaba ¨¢cido t¨¢nico, pero produc¨ªa infecciones y septicemia. El cirujano pl¨¢stico de las fuerzas a¨¦reas A. H. McIndoe emplea con ¨¦l tratamientos nuevos: es uno de los guinea pigs, los primeros pacientes, todos aviadores quemados, de las nuevas t¨¦cnicas reparadoras. La ciencia adelantar¨¢ con ellos una barbaridad. Un d¨ªa, Hillary descubre que puede ver; lo primero son los ojos azules de una de las enfermeras que le recuerdan un cielo libre de Messerschmitts: no es muy rom¨¢ntico, pero indica una recuperaci¨®n. Como a Steinhoff, en el otro bando, le ponen p¨¢rpados nuevos con piel del brazo. Y labios. Las manos tienen poco remedio: le quedan como garras de p¨¢jaro. La madre del malhadado piloto se toma con curiosa filosof¨ªa la deformaci¨®n de su hijo: ¡°Deber¨ªas estar contento de que te haya ocurrido¡±, le suelta. ¡°Hab¨ªa demasiada gente que te dec¨ªa que eras guapo y t¨² te lo cre¨ªas, estabas a punto de convertirte en un caradura¡±. Parece de una crueldad rayana en los Messerschmitts, pero a?ade: ¡°Ahora sabr¨¢s qui¨¦nes son tus amigos de verdad¡±. El momento m¨¢s conmovedor del libro es cuando, durante un bombardeo, Hillary, ya fuera del hospital, ayuda a extraer a una mujer sepultada de entre las ruinas de una casa y cuyo hijo ha sido encontrado muerto. La mujer, malherida, coge la mano de Hillary y tras estudiar con inmensa humanidad su desconcertante rostro, le dice con ternura: ¡°Gracias, se?or. Veo que a usted tambi¨¦n le han dado¡±.
El piloto cierra su obra renegando de su antigua arrogancia y con una llamada a la compasi¨®n, pero su vida tuvo un final terrible. Tras mucho empe?arse, Hillary, que, por cierto, se reuni¨® en una ocasi¨®n con Antoine de Saint-Exup¨¦ry, que le pidi¨® que le escribiera un prefacio a Pilote de guerre ¨CHillary no lo hizo, pero el encuentro con Saint-Exup¨¦ry le impuls¨® a escribir su propio libro¨C, consigui¨® volver a volar. Como lo oyen. Fue en julio de 1942. Antes hab¨ªa recuperado, junto con retazos de cara, parte de su antigua autoestima, a lo que no fueron ajenos su ¨¦xito literario y un affaire con Merle Oberon (que, por cierto, hab¨ªa sufrido un grave accidente de coche y llevaba cicatrices que solo la h¨¢bil iluminaci¨®n durante los rodajes pod¨ªa disimular). Una vez de nuevo en el aire, qued¨® claro que, pese a todo su tes¨®n, Hillary no estaba capacitado para volver a ser piloto de caza ni participar en acciones de guerra. En realidad, casi no pod¨ªa sostener el tenedor en la mesa. Pero sigui¨® volando. El 8 de enero de 1943, a los mandos de un bombardero ligero Blenheim, se estrell¨® durante un vuelo nocturno y se mat¨®. El avi¨®n sufri¨® una enorme explosi¨®n al impactar en tierra y se incendi¨®. A Hillary lo identificaron por el reloj. No hubo segunda oportunidad para el F¨¦nix del Spitfire. Sus restos fueron incinerados. El aviador lo hab¨ªa dispuesto as¨ª: ¡°Dado que las llamas lo intentaron ya una vez, sugiero que puedan tenerme definitivamente al final¡±.
De todos los pilotos que han ca¨ªdo, pocos me conmueven tanto como la glamurosa aviadora Beryl Markham. Es cierto que ella no ardi¨® como Steinhoff y Hillary, ni desapareci¨® en el oc¨¦ano como Amelia Earhart. Ni siquiera se estrell¨®. Su ca¨ªda fue del coraz¨®n, emocional. Se pas¨® la vida cayendo, equivoc¨¢ndose irremediablemente una y otra vez en sus amores. La m¨¢s bella y desgraciada aviadora, aunque ella consideraba que no sirve de nada anticipar los pesares. ¡°Siempre tendr¨¢s ¨¦xito, pero nunca ser¨¢s feliz¡±, le vaticin¨® un hechicero. No se estrell¨®, les dec¨ªa, pero dos de sus parejas, c¨¦lebres pilotos ambos, se mataron en sendos accidentes: Dennys Finch-Hatton (s¨ª, el aviador-cazador de Memorias de ?frica que interpreta Robert Redford, ella no viajaba a bordo por una premonici¨®n) y Tom Campbell Black, campe¨®n de vuelo, que muri¨® al chocar su aparato con un bombardero y result¨® ¨C?qu¨¦ final para un piloto!¨C con la pala de una h¨¦lice clavada en el coraz¨®n. Black, que le ense?¨® a volar en un De Havilland Gipsy Moth (gran aeroplano, como el de Alm¨¢sy: los Gipsy no se paran nunca), le dio un consejo imperecedero: ¡°Nunca vueles sin cerillas y una caja de galletas¡±. Ella a?adi¨® un libro, un vial de morfina y una pistola Luger en la guantera. ?Qu¨¦ chica! Un d¨ªa, en 1936, simplemente se march¨® volando con su avioncito de Nairobi a Londres. Repiti¨® el trayecto seis veces durante su vida. Al aterrizar en Cerde?a, las tropas fascistas la detuvieron pensando que era un hombre disfrazado: a los italianos siempre les han gustado m¨¢s de otro tipo. Markham fue la primera mujer en cruzar el Atl¨¢ntico, en direcci¨®n este-oeste, de Gran Breta?a a Estados Unidos. Lo hizo pilotando un Percival Vega Gull. De ese vuelo de haza?a, 6.000 kil¨®metros hacia el oeste con la noche, escribi¨®: ¡°La soledad en un aeroplano es irrevocable (¡), nada que contemplar salvo el alcance de tu modesto valor¡±.
A Hillary le ponen p¨¢rpados nuevos con piel del brazo. Las manos le quedan como garras de p¨¢jaro
Markham, n¨¦e Beryl Clutterbuck (1902-1986), es adem¨¢s noticia porque su precioso libro de memorias, alabado por Hemingway y titulado precisamente Al oeste con la noche, uno de los grandes textos de la historia de la aviaci¨®n (entre otras cosas), como el de Hillary, se ha publicado tambi¨¦n recientemente en castellano (Libros del Asteroide, 2012). En esa obra, con pasajes de una desoladora poes¨ªa, Beryl traz¨® la cr¨®nica de su vida, que es la de una ni?a hiperactiva dejada un poco a la buena de Dios en Kenia, que sale descalza de caza con los guerreros nandis y que descubre al crecer la felicidad en los caballos ¨Cfue una gran jinete y criadora de caballos de carreras¨C y en los aeroplanos (y la infelicidad en los hombres). A ratos es una suerte de ¡°yo ten¨ªa un avi¨®n en ?frica y sobrevolaba las colinas de N¡¯Gong¡±: ¡°Puede que hayan sido un millar las ocasiones en que he despegado mi avi¨®n del aeropuerto de Nairobi, y jam¨¢s he sentido sus ruedas deslizarse desde la tierra al aire sin experimentar al mismo tiempo la incertidumbre y la excitaci¨®n de la primera aventura¡±.
Markham (para una biograf¨ªa completa, v¨¦ase la documentad¨ªsima Straight on till morning, de Mary S. Lovell. Abacus, 2009) fue la primera aviadora profesional en ?frica; daba cobertura a los safaris desde el aire y a los mandos de su famoso biplaza Avro-Avian de fuselaje azul turquesa les descubr¨ªa las manadas de elefantes. Amaba volar sobre esa tierra primigenia e irreductible, en parte a¨²n inexplorada: ¡°Sobraba cielo para las alas¡±. Adoraba ?frica. En una ocasi¨®n traslada a un enfermo desde Masongaleni, la regi¨®n de los paquidermos, hasta el hospital de Nairobi y al llegar se da cuenta de que ha pasado horas ?volando con un cad¨¢ver! Fue de ni?a amiga de una cebra, un leopardo se llev¨® a su perro de los pies de su cama y a ella la atac¨® un le¨®n, que le dej¨® la impronta de sus colmillos y sus garras, pero al que no guardaba rencor. La chica asilvestrada, la mensahib kidogo, peque?a mensahib con piernas de potrilla, se convirti¨® en una mujer espigada de belleza a lo Garbo (a la que conoci¨®), valiente, libre e ind¨®mita, un tanto amoral. De una sexualidad poderosa y abierta, chocante para la ¨¦poca, su promiscuidad se hizo legendaria: no dudaba en buscar el placer cuando quer¨ªa y en hacer el amor con cualquier hombre al que deseara. Esto le caus¨® los naturales problemas.
Se cas¨® tres veces, la primera a los 16 a?os. Enga?¨® a todos sus maridos y m¨¢s de uno la pill¨® en flagrante delicto. Entre sus incontables amantes se cuentan el gamberro, mujeriego, manirroto, gran cazador y bar¨®n Bror von Blixen (el marido de Karen Blixen, que fue amante a su vez de Finch-Hatton: ?hay que ver c¨®mo se lo pasaban en el ?frica colonial brit¨¢nica!), del que Markham escribe que ¡°nunca fall¨® un tiro¡± (?); Saint-Exup¨¦ry (eso s¨ª que fue amor en el aire), e incluso un pr¨ªncipe ingl¨¦s, Henry, el duque de Gloucester, hijo de Jorge V, del que se rumore¨® ¨Ctodo el mundo en Kenia contaba meses con los dedos¨C que fue el padre de su hijo Gervase (otras fuentes le atribuyen a la chica un embarazo de Finch-Hatton). Sea como fuere, parece que la casa real inglesa le pas¨® una asignaci¨®n secreta a Beryl durante a?os. En fin, dejemos aqu¨ª la cr¨®nica rosa del aire para acabar con otra aventurera aviadora, que tambi¨¦n ha experimentado una ca¨ªda. Esta, de su fama.
Siempre he sentido una gran simpat¨ªa por Melitta Schenk, condesa Von Stauffenberg, cu?ada de uno de mis h¨¦roes, Claus von Stauffenberg, el hombre que trat¨® de matar a Hitler en el complot del 20 de julio de 1944, y casi sin manos (le faltaba la derecha y dos dedos de la izquierda). Melitta (1903-1945), nacida Schiller, estaba casada con Alexander, el hermano mayor del corajudo Claus. Ingeniera experta en f¨ªsica y mec¨¢nica de la aviaci¨®n, era adem¨¢s una valerosa piloto de pruebas que comprobaba en la pr¨¢ctica las investigaciones. Antes y durante la guerra realiz¨® m¨¢s de 2.000 vuelos en aviones de bombardeo en picado Ju-87 (Stuka) y Ju-88, experimentos tan arduos que en ellos a menudo perd¨ªa durante instantes el conocimiento a los mandos de los aparatos.
Beryl Markham, al mando de su biplaza azul, amaba volar sobre ?frica: ¡°Sobraba cielo para las alas¡±
De su importancia para la aviaci¨®n militar alemana da fe el hecho de que sigui¨® trabajando pese a que la familia de su padre era jud¨ªa ¨Cel abuelo era un comerciante textil de Odessa¨C y el mismo progenitor, convertido al cristianismo a los 18 a?os, hab¨ªa adoptado la nacionalidad polaca. Los nazis hicieron la vista gorda con Melitta e incluso despu¨¦s del atentado, cuando se extendi¨® la culpa de sangre a todos los Stauffenberg, aplicando el b¨¢rbaro Sippenhaft, el castigo de los parientes, a ella se la reintegr¨® r¨¢pidamente a su puesto. Ten¨ªa el rango de capit¨¢n y estaba en posesi¨®n de importantes condecoraciones, como la Cruz de Hierro de Segunda Clase y la insignia de piloto militar en oro con diamantes y rub¨ªes. Era como el reverso luminoso de la otra gran piloto de pruebas del III Reich, esta s¨ª una pedazo de nazi, Hanna Reitsch (que hasta trat¨® de sacar a Hitler de Berl¨ªn en abril de 1945). Melitta ¨Cv¨¦ase Stauffenberg, de Peter Hoffmann. Destino, 2009¨C aprovech¨® su importancia b¨¦lica (trabajaba en asuntos tan vitales como el desarrollo de un instrumento para el aterrizaje nocturno del reactor Me-262) para visitar a su marido y dem¨¢s parientes internados en campos de concentraci¨®n y llevarles comida. Lo hac¨ªa volando en peque?os aparatos, y el 8 de abril de 1945, cuando iba a ver a Alexander von Stauffenberg en un avi¨®n de instrucci¨®n B¨¹cker 181, fue tr¨¢gicamente derribada por un caza estadounidense. La aviadora consigui¨® aterrizar de urgencia, pero muri¨® a las dos horas a causa de las heridas de bala.
Si Melitta fue abatida f¨ªsicamente aquel d¨ªa, ahora ha vuelto a experimentar otro tipo de derribo, el de su imagen, al menos en la opini¨®n de alguna gente. Una reciente biograf¨ªa de la piloto, de la que es autor el periodista y escritor Thomas Medicus (Melitta von Stauffenberg, ein deutsches leben. Ro?wohlt Verlag, 2012), levanta sospechas sobre el grado de colaboraci¨®n de la aviadora con el r¨¦gimen nazi y especula con que ella y su familia, que fueron convenientemente arianizados, disfrutaran a conciencia de los privilegios que les ofrec¨ªa la condici¨®n de instrumento vital para el esfuerzo de guerra de Melitta. Medicus duda de que la piloto hubiera estado al corriente de la conspiraci¨®n de su cu?ado.
Las reacciones a las sombras que el libro arroja sobre la aviadora no se han hecho esperar. Uno de los hijos de Claus von Stauffenberg, Berthold, ha criticado el libro y reafirmado su convicci¨®n de que ¡°t¨ªa Litta¡±, que no tuvo hijos, y a la que los sobrinos adoraban, fue una extraordinaria mujer a la que se debe seguir admirando. No solo se jug¨® la vida (y muri¨®, no se olvide) por sus familiares perseguidos por Hitler, sino que ten¨ªa una estrecha relaci¨®n con su cu?ado y la mujer de este, con lo que es muy posible que conociera la preparaci¨®n del atentado.
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