Muere Hal David, prodigioso letrista de la edad dorada del pop
El compositor fue pareja creativa de Burt Bacharach en los cincuenta y los sesenta Gan¨® un ?scar a la mejor canci¨®n por la pel¨ªcula 'Dos hombres y un destino'
Al igual que hubo una edad dorada de Hollywood, donde un buen pu?ado de directores, actores y guionistas parieron en blanco y negro obras maestras imborrables para la memoria colectiva, hubo un tiempo en que el pop brill¨® incandescente, con esp¨ªritu bendito y sabor a Martini nocturno, gracias a la labor de un grupo de profesionales y amantes de su oficio, que, ajenos a los j¨®venes rebeldes e individualistas del rock de la contracultura, captaron a su manera otra cara sentimental de la Norteam¨¦rica de los sesenta. Fue el tiempo de Hal David, uno de los mejores y m¨¢s sensibles letristas de la historia del pop.
Muerto ayer a los 91 a?os a causa de un ataque al coraz¨®n, David se dio a conocer por formar pareja compositiva con otro grande del pop: Burt Bacharach, cuyo nombre suena m¨¢s entre el p¨²blico espa?ol por su exitosa carrera en solitario y los tributos rendidos por gente como Elvis Costello. Pero David fue la otra gran mitad de canciones perfectamente pulidas como Walk on by, I say a little prayer o The look of love, verdaderos himnos a la elegancia compuestos con Bacharach, a las teclas del piano, y ¨¦l atareado en la m¨¢quina de escribir o con el papel y el bol¨ªgrafo.
A cuatro manos firmaron decenas de composiciones en una ¨¦poca gloriosa del pop norteamericano, aquella que surgi¨® a finales de los cincuenta y hall¨® su esplendor en los sesenta entre las paredes del Brill Building, la factor¨ªa de compositores localizada en el 1619 de Broadway, a la altura de la calle 49. Por all¨ª pas¨® una generaci¨®n de autores sin igual: Jerry Leiber y Mike Stoller, Doc Pomus y Mort Shuman, Jerry Barry y Ellie Greenwich, Carole King y Gerry Goffin, entre otros.
Nacido en Manhattan en 1921, David era hijo de padres austriacos con ascendencia jud¨ªa. Al cumplir un a?o, su familia se mud¨® a Brooklyn, donde el padre regent¨® una tienda de comida. Su hermano mayor, Mark, fue su inspiraci¨®n. En los cuarenta y los cincuenta, fue un prol¨ªfico compositor de jazz aunque su mayor ¨¦xito vino con I don¡¯t care if the sun don¡¯t shine, cantada por Patti Page en 1950 y seis a?os despu¨¦s por Elvis Presley. David estudi¨® periodismo y trabaj¨® para The New York Post pero durante el servicio militar en Hawai compuso canciones para las tropas y decidi¨® dedicarse a la m¨²sica como su hermano.
Trabajando como agente libre y formando parte de la asociaci¨®n de compositores ASCAP, que presidir¨ªa en los a?os ochenta, David compuso piezas para varios artistas, entre ellos Frank Sinatra. Pero su vida cambi¨® cuando conoci¨® a Bacharach, un joven distinguido y formado en la m¨²sica cl¨¢sica aunque admirador del jazz y el R&B urbano. Con un sueldo de 50 d¨®lares semanales, ambos empezaron a encerrarse en 1957 en uno de los habit¨¢culos del Brill Building para componer para diferentes m¨²sicos y sellos discogr¨¢ficos, como explica Ken Emerson en su libro Always magic in the air. En ese edificio, a dos pasos de Times Square, funcionaban como los guionistas del viejo Hollywood en los estudios de Los ?ngeles: trabajaban con las camisas arremangadas, por encargos, ensayando melod¨ªas y letras y pensando en las voces m¨¢s id¨®neas para cada tema.
Dos de sus primeros ¨¦xitos fueron esa especie de country ligeros The Story of my life, de Marty Robbins, y Magic moments, de Perry Como, ambos con memorables silbidos, aunque en su n¨®mina se cuentan decenas de canciones rese?ables con Dusty Springsfield (The look of love), Jackie DelShannon (What the world needs now is love), The Carpenters (Close to you) o Tom Jones (What¡¯s new Pussycat?), entre otras.
Trabajaban en la sombra, pero su labor era esencial. Sin ellos, no hab¨ªa m¨²sica, como sin el director ni el guionista no hab¨ªa pel¨ªcula. Al igual que la carrera de Billy Wilder nunca hubiese sido tan brillante sin la labor de un guionista como I. A. L. Diamond, la de Bacharach no hubiese alcanzado una cota tan arrebatadora sin David. Al cuidado estilo y variedad de acentos y matices de Bacharach, en el sonido se sumaba la rica l¨ªrica de David, de una gran profundidad emocional, sugerente en el llanto, indescriptible en el ¨¦xtasis, ilustrando los tiovivos sentimentales del hombre y la mujer urbanos, en pleno choque generacional con la hambrienta e irreverente juventud norteamericana que se lanz¨® en brazos del rock y el folk.
La asociaci¨®n m¨¢s prodigiosa de la pareja lleg¨® con Dionne Warwick, cantante negra que, con su tierna voz soul, dot¨® a las composiciones de Bacharach y David de un dramatismo asombroso. Su primer ¨¦xito fue en 1963 con Don¡¯t make me over aunque la lista es larga y maravillosa: Walk on by, Alfie, I¡¯ll never fall in love again, The windows of the world (la preferida de David), Anyone who had a heart o I say a little prayer, que la torrencial garganta de Aretha Franklin har¨ªa tambi¨¦n suya.
Compuso en 1969 Raindrops Keep Fallin' on My Head, la c¨¦lebre banda sonora de Dos hombres y un destino, que recibi¨® el premio Oscar de la Academia a la mejor canci¨®n. Tambi¨¦n gan¨® un Grammy por el musical Promises Promises, basado en el guion de Billy Wilder y I. A. L. Diamond de El Apartamento. Bacharach y David se separaron a comienzos de los setenta y el letrista colabor¨® con otros compositores como John Barry y Albert Hammond, para el que escribi¨® el ¨¦xito To all the girls I've loved before.
Pero no fue igual, en parte porque tambi¨¦n los tiempos, dominados por m¨²sicos que escrib¨ªan sus propias letras y un negocio a a?os luz de los cincuenta y sesenta, eran distintos para David, el mayor de los compositores, junto a Doc Pomus, de la generaci¨®n del Brill Building. Al menos, qued¨® constancia de que hubo una ¨¦poca en la que el pop se hizo de otro modo, que todav¨ªa emociona y que conviene reivindicar, no por una cuesti¨®n de nostalgia, qu¨¦ va, sino por una cuesti¨®n de calidad. Cuando hoy vemos triunfar a gente de la talla de Richard Hawley, Andrew Bird o Ron Sexsmith, su delicada m¨²sica, entregada a estupendos arreglos y letras, nos remite a Bacharach y David, aquellos hombres en un segundo plano. Cuando hoy vemos triunfar series como Mad Men, conviene pensar que esa cr¨®nica sentimental de los sesenta qued¨® captada en las letras de un tipo como David, mucho m¨¢s cerca de Don Draper que The Beatles o The Rolling Stones, a los que el famoso publicista, aparte, nunca entendi¨®.
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