La aventura de las ideas
S. Greenblatt y 'El giro. De c¨®mo un manuscrito olvidado contribuy¨® a crear el mundo moderno' Sostiene que lo que llamamos Renacimiento empieza con el descubrimiento de un texto de Lucrecio Uno de los cap¨ªtulos fundamentales de nuestra historia intelectual se encuentra en ese texto
El giro. De c¨®mo un manuscrito olvidado contribuy¨® a crear
el mundo moderno
Stephen Greenblatt
Traducci¨®n de Juan Rabasseda
y Te¨®filo de Lozoya
Cr¨ªtica. Barcelona, 2012
320 p¨¢ginas. 25,90 euros (electr¨®nico: 15,99)
Uno de los aspectos m¨¢s pat¨¦ticos de la experiencia humana es nuestra ignorancia de las verdaderas consecuencias de nuestros actos. Emprendemos un viaje, abrimos un libro, entablamos una conversaci¨®n, y en un futuro imprevisible ocurrir¨¢n eventos que determinar¨¢n la suerte de nuestros descendientes. As¨ª lo entendi¨® Pascal, quien declar¨® que si la nariz de Cleopatra hubiese sido m¨¢s chica, el aspecto de la tierra entera hubiese sido otro.
Un helado d¨ªa de enero de 1417, un hombre joven, regordete, de ojos vivos y protuberantes (si la miniatura que lo retrata en su traducci¨®n latina de Jenofonte es fiel) cruzaba a caballo una zona monta?osa del sur de Alemania. Su meta era (probablemente) el monasterio benedictino de Fulda, fundado en el siglo ocho por un disc¨ªpulo de San Benito, y su misi¨®n descubrir en los enmohecidos recovecos del monasterio los libros de olvidados autores paganos. El nombre del joven era Poggio Bracciolini y su patria Florencia, donde sus amigos, grandes lectores como ¨¦l, segu¨ªan la tradici¨®n iniciada por Petrarca casi un siglo antes de buscar en los basureros eclesi¨¢sticos las obras maestras de la antig¨¹edad griega y latina. As¨ª Petrarca hab¨ªa rescatado del olvido la monumental Historia de Roma de Tito Livio, varios discursos y cartas de Cicer¨®n y la obra po¨¦tica de Propercio. Poggio esperaba emular a su maestro.
En Fulda, Poggio fue recibido con cautela, pero, gracias a sus cartas de recomendaci¨®n, se le permiti¨® consultar el grueso cat¨¢logo de la biblioteca abacial. Para apaciguar la desconfianza del bibliotecario, pidi¨® consultar primero el manuscrito de uno de los padres de la Iglesia, Tertuliano, pasando as¨ª de las obras can¨®nicas a las paganas. Descubri¨® as¨ª un poema ¨¦pico de Silio It¨¢lico, de quien s¨®lo se hab¨ªa conservado el nombre, una importante obra sobre la astronom¨ªa, de Manilio, autor de quien ni el nombre hab¨ªa sobrevivido hasta entonces, y un largo fragmento del historiador Amiano Marcelino. Por fin, vio que el cat¨¢logo mencionaba una obra del fil¨®sofo y poeta Tito Lucrecio Caro, De rerum natura, Acerca de la naturaleza de las cosas, escrita probablemente hacia el a?o 50 antes de Cristo. Ovidio, Cicer¨®n y otros m¨¢s lo mencionaban con admiraci¨®n en sus escritos, pero ni un solo verso hab¨ªa llegado hasta el siglo de Poggio. Con el resignado permiso del bibliotecario, el joven literato orden¨® al escriba que lo acompa?aba que hiciese una copia.
Aqu¨ª comienza lo que es para Stephen Greenblatt, erudito e imaginativo conocedor del Renacimiento europeo, uno de los cap¨ªtulos fundamentales de nuestra historia intelectual. Con la obra maestra de Lucrecio, Poggio rescata para su ¨¦poca (y para las sucesivas) una fundamental reflexi¨®n acerca de nuestro universo, peligrosamente subversiva para los lectores de la cat¨®lica Europa del siglo quince, y asombrosa premonici¨®n de las teor¨ªas astrof¨ªsicas de nuestro tercer milenio. En De rerum natura, Lucrecio declara que el universo, y todo lo que ¨¦ste contiene, est¨¢ hecho de part¨ªculas min¨²sculas siempre en movimiento, y que los dioses imaginados por los poetas no son necesarios para que ese universo exista. Plat¨®n hab¨ªa hecho decir a su S¨®crates que la imaginaci¨®n po¨¦tica distrae de la percepci¨®n veraz de la realidad; Lucrecio retoma esta observaci¨®n y la transforma en una rigurosa exigencia que precede y amplifica el ate¨ªsmo darwiniano de Richard Dawkins y tantos otros cient¨ªficos de nuestros d¨ªas.
En su tiempo, Lucrecio fue juzgado por sus lectores m¨¢s un poeta virtuoso que un cient¨ªfico l¨²cido, un fil¨®sofo epic¨²reo en el verdadero sentido de la palabra (y no en la denigrada aceptaci¨®n que damos hoy al ep¨ªteto). Quince siglos m¨¢s tarde, en la ¨¦poca de Poggio, su visi¨®n del mundo alent¨® a artistas como Sandro Botticelli y sus prop¨®sitos aterraron a los te¨®logos del Vaticano, quienes condenaron su libro al Index. Como tantas otras obras prohibidas, De rerum natura sobrevivi¨® a las llamas y, m¨¢s tarde, su autor fue reconocido como el padre de una larga l¨ªnea de cient¨ªficos, desde Galileo, quien lo estudi¨® detenidamente, hasta Newton, Darwin, Freud y Einstein, quienes alabaron su justeza y su intuici¨®n.
Lucrecio sirvi¨® de inspiraci¨®n a numerosos escritores y fil¨®sofos. En 1989, un bibliotecario de Eton College compr¨®, por apenas 250 libras, una edici¨®n de De rerum natura impresa en 1563. Bajo la firma que hac¨ªa de ex libris, el bibliotecario descubri¨® otra, de un due?o anterior. En la tercera p¨¢gina de guarda, este antiguo y entusiasmado lector de Lucrecio hab¨ªa escrito: ¡°Puesto que los movimientos de los ¨¢tomos son tan variados, no es imposible que se hayan juntado alguna vez de esta manera, o que en el futuro volver¨¢n as¨ª a juntarse, dando nacimiento a otro Montaigne¡±. Lucrecio fue, para Michel de Montaigne, una suerte de hermano espiritual.
La feliz y convincente tesis de Greenblatt es que lo que llamamos Renacimiento o ¡°Temprana Modernidad¡± empieza con el descubrimiento hecho por Poggio. Por supuesto, no sabemos si, de no haber existido la posibilidad de leer nuevamente el De rerum natura, Montaigne hubiese reflexionado de la misma manera acerca del sentido de la vida, Botticelli hubiese pintado su Primavera, Galileo hubiese descrito un universo unificado y autosuficiente, Einstein hubiese tratado de definir esas min¨²sculas part¨ªculas de las que estamos hechos nosotros y los gusanos y las estrellas. El hecho es que gracias a un joven lector empedernido, el De rerum natura existe y Lucrecio contin¨²a conversando con nosotros, y sus versos nos ayudan a examinar, con algo m¨¢s de sabidur¨ªa y de audacia, la asombrosa existencia de eso que llamamos mundo.
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