Cuando no todo son orejas
Javier Casta?o acompa?¨® a Julien Lescarret en su despedida de los ruedos
Es dif¨ªcil encontrar argumentos cuando los toros se apagan y terminan buscando el bulto detr¨¢s de la tela o hacen m¨¢s por las zapatillas que por la pa?osa. La corrida de Marg¨¦, bien presentada y con alma de gaseosa mezclada con vino pele¨®n, sali¨® con nervio y lleg¨® a la muleta haciendo pasar un mal trago a los dos diestros, dejaba regusto amargo en la garganta al volverse en los muletazos.
2? de feria de la Vendimia
Plaza de toros de N?mes, tres cuartos del aforo cubiertos. Tarde ventosa que fue amainando hasta quedarse apacible en los dos ¨²ltimos astados.
Toros de Robert Marg¨¦, bien presentados con diferentes grados de mansedumbre y atisbos de emoci¨®n.
Javier Casta?o: silencio, silencio y ovaci¨®n.
Julien Lescarret, que se desped¨ªa de los ruedos aunque no se cort¨® la coleta: silencio, silencio y ovaci¨®n.
El p¨²blico, respetuoso y que casi llen¨® todo el aforo numerado del coliseo romano, supo entender las dificultades del ganado y premiar a los toreros, no tanto con trofeos como con cari?o. Javier Casta?o anduvo valiente y entregado, pero desacertado con el estoque. Julien Lescarret dec¨ªa adi¨®s a los ruedos en su pase¨ªllo n¨²mero 100. Ambos recibieron en todo momento la atenci¨®n y reconocimiento.
Por suerte hoy se salt¨® una norma no escrita en el toreo, la de que los subalternos deben mantenerse al margen, no robar palmas al matador, sino propiciar el triunfo. Ser efectivos sin necesariamente levantar al p¨²blico de la piedra.
La cuadrilla de Javier Casta?o cautiv¨®. Primero fue Tito Sandoval en el tercero, de preciosa estampa. Se vivi¨® un tercio de varas de gran inter¨¦s, como una disecci¨®n de la bravura que no fue tal. El astado cant¨® la gallina, pero deleit¨® la ejecuci¨®n de cuatro puyazos. ?Se puede llamar maestr¨ªa a picar siempre en lo alto? Cuatro cites, cuatro veces en el sitio y manejando pica, rienda y pierna izquierda como si fueran un engranaje perfecto.
Despu¨¦s David Adalid, fino banderillero, tuvo una ocurrencia que rozaba lo exc¨¦ntrico. Pare¨® sentado en una silla. Qued¨® destruida tras la embestida del burel mientras saludaba jubiloso el espigado, satisfecho y con el visto bueno de su generoso matador. En el quinto, con un toro parado, clav¨® de poder a poder, dej¨¢ndose ver, con emoci¨®n contenida.
No hubo oreja, pero s¨ª inter¨¦s en una tarde que sin este hombre de plata y el del castore?o habr¨ªa pasado sin pena ni gloria. No siempre se cuenta con un matador que entiende la lidia como algo global, como labor de equipo. As¨ª que gracias tambi¨¦n a Javier Casta?o por dar licencia.
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