C¨¦sar Manrique, en la guerra y en la paz
Hoy se cumplen veinte a?os de la muerte del artista que reinvent¨® Lanzarote
A mediod¨ªa de un d¨ªa como hoy, hace veinte a?os, C¨¦sar Manrique, el artista que reinvent¨® Lanzarote, sali¨® de su casa en Tahiche, convertida ya entonces en la sede de su fundaci¨®n, se subi¨® al coche grande que conduc¨ªa y se dispuso a caminar hasta Har¨ªa, al norte de la isla, donde dos a?os antes hab¨ªa fabricado una casa rodeada de silencio y de palmeras. Eran las dos de la tarde. Al entrar en el cruce que le daba acceso a la carretera, un autom¨®vil cuya llegada ¨¦l no advirti¨® arremeti¨® contra su carrocer¨ªa y acab¨® con su vida.
C¨¦sar hab¨ªa nacido en Arrecife en 1919. Fue pintor, intent¨® la aventura de Nueva York cuando el arte ten¨ªa all¨ª su destino y su frontera, pero un d¨ªa de primeros de los a?os 60 volvi¨® a la isla urgido por una pasi¨®n: quitarle a Lanzarote la maldici¨®n de la pobreza, convertir su belleza oculta en una obra de arte. Consigui¨® la complicidad del presidente del Cabildo isle?o de entonces, Pep¨ªn Ram¨ªrez, y comenz¨®, con ¨¦l, a descubrir algunos de los lugares que luego fueron muchas de las maravillas que ¨¦l acondicion¨® para que fueran tesoros p¨²blicos de la isla que reinvent¨®. En primer lugar, la Cueva de los Verdes y los Jameos del agua.
Desde entonces, ayud¨® a arquitectos a tratar la isla con extrema delicadeza, ¨¦l mismo se puso a la tarea de acondicionar espacios dejados de la mano de Dios (como los volcanes de Timanfaya), y cre¨® una especie de libro de estilo que fij¨® en Lanzarote algunas l¨ªneas rojas que nadie pod¨ªa cruzar. Era una isla, pero ¨¦l la trat¨® como una obra de arte, como su gran pintura o como su gran escultura. Su casa, fabricada en cuevas volc¨¢nicas que ¨¦l descubri¨® en Tahiche, en el municipio de Teguise donde luego encontrar¨ªa la muerte, fue uno de los emblemas de ese territorio que ¨¦l convirti¨®, a su manera, en una especie de para¨ªso que ¨¦l defendi¨®, mientras vivi¨®, como si estuviera en guerra permanente contra los b¨¢rbaros que trataban de llenar la isla de carreteras y autopistas que iban a inundar de autom¨®viles el espacio de una isla que ¨¦l consideraba milagrosa.
En medio de esa guerra, que lo llev¨® a ir contra todos, contra las autoridades, a¨²n las m¨¢s altas, porque consent¨ªan el maltrato del paisaje, C¨¦sar Manrique busc¨®, poco despu¨¦s de cumplir los setenta a?os, una cierta paz, un lugar donde pasar el tiempo que le quedaba; quer¨ªa ir dejando en manos de otros (en manos de su ahijado, Pepe Juan Ram¨ªrez, hijo de Pep¨ªn, presidente de la Fundaci¨®n C¨¦sar Manrique desde que muri¨® el artista) la gesti¨®n m¨¢s inmediata de sus obsesiones medioambientales, y se fue a vivir a una casa en Har¨ªa, al norte de la isla, en medio de un palmeral que incrementa el aire de silencio que domina esa zona y que ¨¦l quer¨ªa para regresar a la pintura y al sosiego, sus pasiones de los ¨²ltimos tiempos. Esa paz le dur¨® dos a?os, hasta que aquel autom¨®vil seg¨® su paso y ¨¦l pas¨® a ser una leyenda gracias a la cual los depredadores que ¨¦l denunciaba no han podido acabar, a¨²n, con el Lanzarote que ¨¦l hab¨ªa so?ado en Nueva York.
Ese C¨¦sar en guerra es protagonista ahora de una pel¨ªcula, Taro. El eco de Manrique, que se estrena esta noche en la Fundaci¨®n C¨¦sar Manrique de Taro de Tahiche, al lado de donde muri¨® el artista hace veinte a?os. En la pel¨ªcula, realizada por el cineasta Miguel Garc¨ªa Morales, a partir de documentos filmados de C¨¦sar, se ve al inventor de la isla en plena guerra, en plena tarea de denuncia de lo que ¨¦l cre¨ªa que conspiraba en contra de la belleza de Lanzarote. Ahora esos caminos que recorr¨ªa C¨¦sar con su altavoz ideol¨®gico y medioambiental precisar¨ªan de nuevo de su grito; este eco de Manrique es considerado aqu¨ª ahora como la reverberaci¨®n de una preocupaci¨®n, la suya, que ahora crece de nuevo ante la evidencia de que aquellos depredadores que ¨¦l denunciaban se han hecho ahora, sin sujeci¨®n alguna, con las riendas de un desarrollo que amenaza otra vez con ser desaforado.
Mientras tanto, en Har¨ªa, que era su destino veinte a?os atr¨¢s, su casa rodeada de palmeras era ayer un monumento al sosiego que ¨¦l busc¨® despu¨¦s de tanta guerra. Pero ¨¦l ya no est¨¢. Y los que han seguido su eco consideran, con la raz¨®n que se ve desde las cunetas, que la isla peligra si el esp¨ªritu de Manrique desaparece.
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