¡®Boom¡¯: Literatura sin complejos
Nadie se parec¨ªa a nadie pero todos fueron -son- escritores magistrales El grupo del 'boom' era consciente de la necesidad de nombrarse e identificarse en el mercado literario y pol¨ªtico Un margen de libertad e intenci¨®n y unos mecanismos de fabulaci¨®n simplemente in¨¦ditos en lengua espa?ola.
Es f¨¢cil sucumbir a la erosi¨®n del tiempo y creer que fueron menos de lo que se crey¨® entonces. O que hay una explicaci¨®n socio-pol¨ªtica coyuntural para que fuese vivida tanta literatura nueva como una tramposa epifan¨ªa del genio literario americano. Pero es una mala tentaci¨®n: el lector hisp¨¢nico tuvo la vivencia de estar ante un ciclo expansivo de creaci¨®n literaria poderosa y polimorfa y hoy no hay razones literarias para entenderlo de otro modo. M¨¢s bien todo lo contrario: la necesidad de superar el legado de un pu?ado de grandes escritores no pasa por rebajar la entidad de su creaci¨®n sino por inventar el propio modo literario administrando ese pasado. Ni Roberto Bola?o ni Ricardo Piglia o C¨¦sar Aira ¡ªni los m¨¢s j¨®venes Juan Villoro o Juan Gabriel V¨¢squez¡ª existen fuera del programa de formaci¨®n impl¨ªcito que hubo en reconocer el magisterio de una docena larga de nombres de la novela contempor¨¢nea.
Una mirada sint¨¦tica, o de un solo golpe, a la producci¨®n narrativa de los a?os cincuenta y sesenta sigue despertando la intuici¨®n de un v¨¦rtigo ingobernable, pero no impide formular alguna hip¨®tesis explicativa ¨²til, como ha hecho Pablo S¨¢nchez: por un momento fue imaginable la alianza de la vanguardia pol¨ªtica y anticapitalista de Am¨¦rica con la vanguardia est¨¦tica de la literatura. Y sin embargo, ese sue?o dur¨® poco porque desde 1969-1970 esa alianza empezaba a cuartearse y el sue?o de perpetuar esa alianza pol¨ªtica y literaria fue deshaci¨¦ndose en la dispersi¨®n de intereses singulares, las deserciones ideol¨®gicas y hasta la inclusi¨®n de algunos de aquellos nuevos nombres en las listas negras de agentes del sistema capitalista que, te¨®ricamente, deb¨ªan contribuir a hundir.
Pero en esa interpretaci¨®n la literatura quedaba entonces y queda hoy indemne. Tanto en el Cort¨¢zar de Rayuela y sus relatos como en el Garc¨ªa M¨¢rquez de El coronel no tiene quien le escriba, Cien a?os de soledad o Relato de un n¨¢ufrago como en el capit¨¢n de las palabras, la noche y el sexo, Cabrera Infante, o en el Fuentes m¨¢s primigenio y exacto ¡ªel de La muerte de Artemio Cruz¡ª estaba latiendo una inventiva sin muletas pol¨ªticas. No porque careciesen de intenci¨®n pol¨ªtica o ideol¨®gica sino porque sus obras no eran cautivas de esas razones. Viv¨ªan integradas en la malla moral de una rebeld¨ªa sofisticada hecha de lenguaje y estilo pero tambi¨¦n de plet¨®rica y desacomplejada instalaci¨®n en la modernidad occidental de la novela. Cort¨¢zar hubo de repetir una y otra vez que la revoluci¨®n de las cosas deb¨ªa empezar por la revoluci¨®n de las palabras: sin imaginaci¨®n puramente literaria no habr¨ªa imaginaci¨®n posible de un Mundo nuevo, como quiso llamarse una de las revistas de entonces.
Se encargaron de recordarlo los propios escritores, o parte de ellos, para autoproclamarse los nuevos se?ores de la novela literaria por fin y definitivamente moderna: escrib¨ªan sobre sus obras respectivas, se explicaban mutuamente, se trabaron como c¨®mplices de un movimiento que pod¨ªa transformar la realidad social a trav¨¦s de la literatura y sin renunciar a la literatura. Hab¨ªan digerido a Joyce y a Faulkner, hab¨ªan perdido indigenismo o localismo a trav¨¦s de la explotaci¨®n intensiva del localismo (fuese en Macondo o fuese en La Habana), y desde luego eran hijos de la era del compromiso pol¨ªtico del escritor como vanguardia social. La construcci¨®n del presente fue cosa menos de los cr¨ªticos que de los propios escritores, conscientes de la necesidad de nombrarse e identificarse coherentemente en el mercado literario y pol¨ªtico.
El m¨¢s joven de los mejores tambi¨¦n fue el m¨¢s at¨ªpico en casi todo: Vargas Llosa sacudi¨® antes que nadie la literatura en Espa?a porque aqu¨ª tuvo su p¨²blico inmediato y numeroso desde el primer instante con Los jefes y despu¨¦s con La ciudad y los perros a trav¨¦s del Premio Biblioteca Breve de 1962 (que iban a ganar tambi¨¦n Vicente Le?ero, Carlos Fuentes y Cabrera Infante). ?Es parad¨®jico? En absoluto: j¨®venes cr¨ªticos espa?oles en torno a la treintena corta o larga experimentaron a lo largo de los sesenta el deslumbramiento gota a gota ante aquella literatura y asumieron la raz¨®n solidaria de difundir nombres desconocidos en su mayor parte y desde luego casi inaccesibles hasta finales de los sesenta. Ejercieron de intrigantes or¨¢culos sobre una literatura enigm¨¢tica y fueron c¨®mplices de la vanguardia editorial del momento ¡ªCarlos Barral, por supuesto¡ª, pero tambi¨¦n Destino, Planeta o la Alianza Editorial de Jaime Salinas y Javier Pradera.
El rencor nacionalista fue cierto, por supuesto, pero solo en los m¨¢s d¨¦biles hizo da?o verdadero. No hubo duda alguna sobre la categor¨ªa ¡ªcualitativa y cuantitativa¡ª de escritores que escrib¨ªan desde una ¨®rbita celeste, con un margen de libertad e intenci¨®n y unos mecanismos de fabulaci¨®n simplemente in¨¦ditos en lengua espa?ola. El lector pod¨ªa escoger entre maestros que a menudo eran, adem¨¢s, maestros literalmente j¨®venes. Ese fue el principio del futuro: la consagraci¨®n popular de esa narrativa nueva signific¨® tambi¨¦n la exhibici¨®n de libertad de po¨¦tica por parte de novelistas (y de lectores). La libertad que aportaron fue tambi¨¦n la de escoger la floritura imaginativa, sentimental e ir¨®nica de Cort¨¢zar, la densidad de sentidos y leyenda de Garc¨ªa M¨¢rquez o el neobarroco estil¨ªstico de Lezama Lima o M¨²jica L¨¢inez; la ambici¨®n refundadora de Carlos Fuentes, la fortaleza moral de un compromiso en Vargas Llosa, la autocompasi¨®n deshilachada de humor de Bryce Echenique o la melancol¨ªa derrotada de lucidez de Julio Ram¨®n Ribeyro; la asepsia envenenada de Juan Carlos Onetti, la calentura de juego y sexo de Cabrera Infante o la espiral irracionalista de la angustia de Jos¨¦ Donoso. Nadie se parec¨ªa a nadie, pero todos fueron ¡ªson¡ª magistrales. Conjeturar desde el presente lo contrario se parecer¨ªa mucho a una forma patol¨®gica del masoquismo social.
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