El monstruo es m¨¢s humano que el hombre
Los artistas siempre se han sentido atra¨ªdos por las expresiones extremas del rostro
Lo grotesco es dif¨ªcil: no es f¨¢cil precisar su concepto y menos a¨²n seguir su trayectoria por ¨¦pocas y culturas en las que va adquiriendo nuevo sentido y alcance. Las obras expuestas articulan esta red de conexiones y bifurcaciones, a veces insospechadas (como anticipa en el umbral de la muestra un pormenorizado dibujo de Curro Gonz¨¢lez). El cat¨¢logo desgrana paso a paso el concepto, separ¨¢ndolo de lo monstruoso, lo feo, lo c¨®mico o lo siniestro.
Parte la exposici¨®n de los seres h¨ªbridos pintados en los muros del palacio de Ner¨®n, la Domus ?urea, excavado en el siglo XV. Esas im¨¢genes de la grotta, grotteschi, raras figuras humanas con injertos de animal y planta, encandilan a la ¨¦poca. Se estudian, analizan y pintan, aunque sin incluirlas en el cuadro. S¨®lo son parerga: circundan lienzos o frescos, separ¨¢ndolos as¨ª del muro al que adem¨¢s hacen vibrar con sus fant¨¢sticos perfiles.
Pero pronto figuras an¨¢logas entran en el espacio mismo de la representaci¨®n. Miguel ?ngel dibuja una cabeza humana con rasgos animales y, antes, Leonardo traza rostros deformes, casi siempre de ancianos, que hacen pensar en una naturaleza que, agotada, se retrae y abandona sus facciones a la erosi¨®n del tiempo.
Los dibujos de Leonardo y Miguel ?ngel no pasan del papel al cuadro. No ocurre as¨ª en la Europa del Norte. Separada de la herencia cl¨¢sica y fiel al legado medieval, prodiga otras figuras, tambi¨¦n h¨ªbridas y degradadas. Las tentaciones de san Antonio y los pecados capitales son temas f¨¦rtiles que trabajan El Bosco y Brueghel el Viejo. Pero sus figuras no son diablos medievales, sino seres mucho m¨¢s cercanos, modelados por las metamorfosis del vicio. La idea de grotesco se afina: no traza monstruos sino seres humanos cuyos rasgos, mezclados y deformes, no son simplemente feos sino ¨ªndices del animal que domina en ellos, y muestran as¨ª la p¨¦rdida de identidad humana. Esto se cumple tambi¨¦n, aunque con intenci¨®n diferente, en las dr?leries de Jamnitzer o Dietterling el Joven, fechadas un siglo despu¨¦s: sus valentones y galantes son animalejos mec¨¢nicos, carentes de humanidad.
A todo esto se une la aportaci¨®n espa?ola: enanos, locos, mujeres barbudas o incre¨ªblemente obesas que muestran su anormalidad sin perder por ello un ¨¢pice de dignidad. Por eso, se?ala el profesor Bozal, reprimen la sonrisa de quien los mira. Esas figuras a?aden a lo grotesco un inquietante valor de umbral: la deformidad que muestran no nos es ajena, puede caer sobre nosotros. Lo grotesco remite al abismo de una naturaleza ciega e inhumana, pero ese abismo es amenaza permanente, abierta ante nuestros pies.
Casi todas estas im¨¢genes se sit¨²an en los m¨¢rgenes de un arte volcado a¨²n en la gracia y la belleza, pero esto cambiar¨¢ en el siglo XVIII. Las nuevas clases medias, ajenas a la exigencia del decorum, disfrutan del rid¨ªculo en que ellas mismas caen, al querer imitar a la nobleza, y del que advierten en los sinsabores de arist¨®cratas arruinados. Hogarth muestra las miserias del matrimonio de conveniencia y los pies de barro de la nueva burgues¨ªa. El g¨¦nero, nacido del arte popular, va desde caricaturas (Gillray o Rowlandson) hasta cuidadas estampas. Aunque su difusi¨®n irritara a Goethe, son obras que se imponen porque poseen la chispa de la invenci¨®n y el aguij¨®n de cuanto hace pensar. De ah¨ª que arrinconen al clasicismo acad¨¦mico que, seg¨²n un breve cuadro de Watteau, s¨®lo exige la imitaci¨®n de la que es capaz un mono.
En este nuevo camino, la singular aportaci¨®n de Goya: Caprichos y Disparates re¨²nen las sucesivas modelaciones de lo grotesco, a?adi¨¦ndoles la desaz¨®n de su cotidianidad. Lo grotesco ya no es una rareza, y su figura, m¨¢s que motivar alegatos morales, se?ala el caos oculto que alienta en nuestro interior. La ¨¦poca que se avecina tendr¨¢ que tomar en serio la dimensi¨®n oscura del instinto: no es posible vivir sin ¨¦l, pero nos lleva al l¨ªmite de la animalidad. De ah¨ª, los fecundos brotes del siglo XIX: un monstruo, Quasimodo, posee una rica humanidad que est¨¢ sin embargo ausente del ciudadano medio, dibujado por el propio V¨ªctor Hugo o por Boilly y Daumier. ?ste adem¨¢s hace de Luis Felipe de Orleans un Gargant¨²a insaciable que devora las riquezas del pa¨ªs. La reflexi¨®n culminar¨¢ en Baudelaire para quien lo grotesco ¡ªque designa como lo c¨®mico absoluto¡ª es la ca¨ªda en la animalidad del ciudadano respetable que muestra as¨ª su verdadera condici¨®n. Los dibujos de Grandville dan buena cuenta de ello.
Ensor prefiere mostrar este desvanecimiento de la humanidad mediante sus m¨¢scaras, una direcci¨®n que prolongan, en v¨ªsperas del fascismo, los trabajos de Grosz, Dix y Beckman. Los c¨¢usticos collages de Hannah Hoch parecen marcar una nueva direcci¨®n: sugieren que la conciencia moderna se articula con fragmentos de t¨®picos sociales que la invaden a su antojo. Lo grotesco se hace de este modo m¨¢s pr¨®ximo: convivimos con ¨¦l, se hace familiar y as¨ª se manifiesta con serenidad en los cuadros de Magritte, de modo insidioso en los objetos de Meret Oppenheim y en los dibujos de Dal¨ª para Los cantos de Maldoror, y de manera brutal en las Mu?ecas de Bellmer.
M¨¢s ac¨¢ del surrealismo, la camarader¨ªa con lo grotesco parece convertirse en tema recurrente de reflexi¨®n. Revestir¨¢ especial patetismo en las desmoronadas figuras de Bacon, los duros perfiles de Philip Guston y las feroces mujeres de De Kooning, y se antojar¨¢ sorprendente en la repentina Giganta de Jeff Wall, pero, en general, las obras contempor¨¢neas tratan su vecindad con la tranquila lucidez de quien sabe que el abismo que anunciaban ciertas obras del Siglo de Oro espa?ol no es una amenaza sino sencillamente nuestra condici¨®n. Las risas por nada de las esculturas de Juan Mu?oz, la mirada paranoica del vigilante profesional en las figuras de Georg Baselitz y las desfiguraciones, breves en los Descartes infrarrojos de Bruce Nauman y m¨¢s acentuadas en Viejos Amigos de Thomas Sch¨¹tte, as¨ª lo atestiguan. Es la culminaci¨®n contempor¨¢nea de una larga marcha anticipada por un artista, poco conocido del siglo XVIII, Franz Xavier Messerschmidt que, tal vez bajo la influencia de las indagaciones fisiogn¨®micas de Lavater, supo ver que los gestos m¨¢s frecuentes y ordinarios estaban tocados por la ruina de lo grotesco.
La muestra abre caminos. Quiz¨¢ haya quien eche de menos a este o aquel autor, o a determinadas obras, pero el comisario, Jos¨¦ Lebrero, y su asesor, el profesor Luis Puelles, no persegu¨ªan un inventario de nombres sino tejer una red de problemas y preguntas, y esto lo consiguen plenamente.
El factor grotesco. Museo Picasso M¨¢laga. Palacio de Buenavista. San Agust¨ªn, 8. M¨¢laga. Hasta el 10 de febrero de 2013.
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