La belleza eterna cumple un siglo
Berl¨ªn conmemora el centenario del hallazgo del busto de Nefertiti con una gran exposici¨®n en el Neues Museum hasta el pr¨®ximo abril La Mona Lisa de Amarna se reafirma como icono de la feminidad
Hace m¨¢s de 3.300 a?os que Nefertiti y Tutankam¨®n, que est¨¢n ambos de aniversario, no se miran a los ojos. A menudo, cuando observamos el bell¨ªsimo busto pol¨ªcromo de la reina en Berl¨ªn y la no menos arrebatadoramente hermosa m¨¢scara funeraria de oro del joven rey en El Cairo, los dos iconos indiscutibles del Egipto fara¨®nico, olvidamos que las dos obras nacen en el mismo momento hist¨®rico y que los personajes a los que representan eran no solo contempor¨¢neos, sino familia, y convivieron en la misma corte, bajo el mismo techo. Nefertiti fue la esposa principal del que se tiene por padre de Tutankam¨®n, Akenat¨®n. La bella reina fue tambi¨¦n suegra de Tutankam¨®n y no se descarta del todo que pudiera ser incluso su madre. Apenas podemos especular acerca de c¨®mo se llevaban, aunque las representaciones de la familia de Akenat¨®n muestran, de manera desacostumbrada para el arte egipcio, un afecto enternecedor y casi chocante.
El busto de la reina (47 cent¨ªmetros, 20 kilos), permaneci¨® tres milenios bajo la arena que cubri¨® la vieja capital abandonada de su rey hereje, Amarna, mientras que la m¨¢scara de Tutankam¨®n ha estado casi el mismo tiempo sobre la momia del joven y malhadado fara¨®n en la oscuridad de su tumba perdida en el Valle de los Reyes. El destino ha querido reunir la memoria y las sombras de ambos, Nefertiti y Tutankam¨®n, en este final de 2012. Apenas se acaban de cumplir los 90 a?os del descubrimiento de la tumba de Tutankam¨®n (4 de noviembre) y hoy, 6 de diciembre, celebramos, con magna exposici¨®n en Berl¨ªn incluida (600 objetos entre ellos algunos in¨¦ditos), los 100 del hallazgo del busto de la reina (pese a que sea de mal gusto recordar los a?os de una dama). ?Los amantes de Egipto estamos de enhorabuena!
La tumba de Tutankam¨®n la descubri¨® el brit¨¢nico Howard Carter, el busto de Nefertiti un personaje menos popular: Ludwig Bortchardt, alem¨¢n. Bortchardt naci¨® diez a?os antes que Carter pero murieron con un a?o de diferencia (1938 y 1939, respectivamente). En realidad, ambos hallazgos los realizaron materialmente trabajadores egipcios, los grandes olvidados de estas bonitas historias arqueol¨®gicas ¡ªaunque ya tienen su libro, Hidden hands, Egyptian workforces in Petrie excavations archives, de Stephen Quirke, Londres, 2019¡ª. El busto de Nefertiti lo encontr¨® el obrero Mohamed Ahmed es-Senussi (desde aqu¨ª gracias, Mohamed) en una zona de las ruinas del taller del escultor Tutmose en el curso de las excavaciones en Tell el-Amarna de la Deutsche Orient-Gesellschaft, DOG, Compa?¨ªa Alemana de Oriente, que dirig¨ªa Borchardt. Es curioso pensar que la despampanante reina que hoy nos cautiva, altiva, desde su alto pedestal en su capilla profana en el Neues Museum pas¨® casi una eternidad indecorosamente de bruces, la bonita nariz enterrada en el polvo. Lo ¨²nico que se ve¨ªa de la soberana, seg¨²n explica Borchardt en sus diarios de excavaci¨®n, era la nuca color carne y parte de la corona. El busto se habr¨ªa precipitado al suelo desde un estante. Al desenterrarlo, "vimos surgir el m¨¢s vivo de los objetos egipcios". Solo las orejas, algo de soplillo con perd¨®n, majestad, estaban rotas y se encontraron algunos trocitos de ellas entre la arena. Faltaba un ojo, el izquierdo, pero parece ser que la escultura no lo hab¨ªa tenido nunca, lo que ha dado pie a numerosas conjeturas: ?estaba sin acabar?, ?era un modelo para explicar c¨®mo se hac¨ªan las cosas a los aprendices?, ?ser¨ªa tuerta la reina?
La reina fue suegra de Tutankam¨®n y vivieron en la misma corte
Borchardt se dio cuenta en seguida de que con ojo o sin ¨¦l la escultura, que identific¨® inmediatamente con Nefertiti, pese a que la pieza no presenta ninguna inscripci¨®n, era la caraba. Lo que sigui¨® fue una operaci¨®n de escamoteo en toda regla. Lo acostumbrado era que las misiones de excavaci¨®n ense?aran sus hallazgos a las autoridades arqueol¨®gicas de Egipto, en esos momentos francesas, que decid¨ªan que piezas se quedaban y cu¨¢les pod¨ªan retener los for¨¢neos. C¨®mo se lo hizo Borchardt para que el funcionario de turno le dejara el busto no est¨¢ claro pero desde luego fue algo turbio: los egipcios tienen todo el derecho al denunciar que les privaron torticeramente de una obra esencial de su patrimonio.
Nefertiti fue a parar a Alemania. Da buena prueba de la mala conciencia de Borchardt el que el busto no se exhibiera hasta muchos a?os despu¨¦s (1924). La escultura provoc¨® sensaci¨®n en Alemania y en Egipto ni te digo. Desde el primer momento fue reclamada como la hija perdida del Nilo. Los alemanes no estaban dispuestos a soltar su presa. Para ellos era un s¨ªmbolo irrenunciable de su corto pasado colonial y de su identidad nacional como Kulturnation. En un pa¨ªs despose¨ªdo de su car¨¢cter imperial tras la I Guerra Mundial, la reina ofrec¨ªa un consuelo y acaso hasta una promesa (v¨¦ase el sugerente cap¨ªtulo sobre Nefertiti en The body of the queen, de Regina Shulte, Berghahn, 2006). La soberana, transit¨® por la rep¨²blica de Weimar y por el nazismo (Hitler la conserv¨®, su idea de enviar algo a Egipto era el Afrika Korps). Se salv¨® de la destrucci¨®n de la segunda contienda y vuelve a reinar, la dama m¨¢s vieja y elegante de Alemania, en el Berl¨ªn de ahora, mir¨¢ndose, con ojo esc¨¦ptico de mujer hermosa y poderosa que ha visto tanto, a la cancillera Merkel.
?Qu¨¦ tiene de excepcional Nefertiti? Pues todo. Su factura, su enigm¨¢tica sonrisa, que puede parecer sensual o cruel. El hecho de que la soberana est¨¦ retratada en su madurez, sin ocultar arrugas. Es cierto que hay otras esculturas preciosas de Amarna pero ninguna tan completa, tan irresistiblemente fascinante. Es tan buena que parece mentira, y en eso se han basado algunos (como el suizo Henri Stierlin: Le buste de Nefertiti, une imposture d l'egyptologie?, Infolio, 2009) para considerarla una falsificaci¨®n. Es dif¨ªcil hoy decir cu¨¢nto del magnetismo que ejerce la Mona Lisa egipcia sobre nosotros es original y cu¨¢nto se ha ido adhiriendo con el tiempo como una p¨¢tina a su piel de yeso. Muy pronto se la elev¨® a la categor¨ªa de icono de la belleza femenina y objeto de culto moderno. Entr¨® tambi¨¦n a formar parte del discurso de erotizaci¨®n del arte egipcio. Su poder de conmoci¨®n sigue rotundamente vivo. Esos labios¡ Mientras, en alg¨²n lugar de Egipto la verdadera Nefertiti aguarda bajo la arena. Su tumba no ha sido identificada ni, con seguridad, su momia. Reflejado en el ojo de la sin par c¨ªclope de Amarna, su enigma permanece, aferrado a su belleza.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.