Un caso aislado
Se supone que un t¨ªtulo tan revolucionario como El derecho a la pereza, escrito por Paul Lafargue, alguien tan tr¨¢gicamente consecuente que al no haber disfrutado a perpetuidad de ese anhelado derecho acabo suicid¨¢ndose junto a su esposa Laura, hija de Karl Marx, despertar¨ªa sarpullidos o permanentes ataques de risa en un esp¨ªritu estajanovista como el de Gerardo D¨ªaz Ferr¨¢n, alguien con toda la pinta de pertenecer a esa reconocible y peligros¨ªsima casta de los triunfadores que repiten incansablemente que ellos son hombres que se han hecho a s¨ª mismos, que nadie les regal¨® nada, que cada billete que han ganado lo lograron con el heroico sudor de su frente.
Consecuentemente, sus colegas en el gremio empresarial, esa gente preocupada ante todo por crear riqueza para todos, por compartir una parte razonable de sus beneficios con los currantes que los hacen posibles, por guardar un remanente para que estos no pasen hambre ante la remota posibilidad de que lleguen tiempos duros por esas crisis que monta exclusivamente el caprichoso diablo, le otorgaron el tim¨®n del barco a este hombre tan emprendedor como sensato para que les representara, para que de su boquita presidencial salieran las infalibles recetas que lograr¨ªan la paz y la felicidad colectiva de due?os y subordinados, de los ejecutivos y la gleba, de sindicalistas con honra y pringados con pretensiones.
Y cuando los tiempos se tornaron tenebrosos, no ya para los de siempre, sino tambi¨¦n para esa clase media que nunca previ¨® ser destronada, el tal Ferr¨¢n, la voz de la racionalidad empresarial, descubri¨® milagrosamente que lo ¨²nico que se precisaba para que Espa?a saliera del desastre era que el personal trabajara m¨¢s y ganara menos. Bueno, la justicia ha trincado al gran villano, la alarma social recibe un estrat¨¦gico tranquilizante. Pero hasta los habitantes del limbo conocen la funci¨®n de los chivos expiatorios en la gran farsa. Es posible que incluso el balonmanista codicioso reciba un correctivo. No su esposa, por supuesto, para eso ya tienen a la tonadillera astuta. Las manzanitas podridas y aisladas recibir¨¢n ejemplar castigo. El gran lodazal ya puede respirar tranquilo.
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