Llegan las cartas del n¨®mada dorado
Se edita en castellano 'Bajo el sol', la correspondencia de Bruce Chatwin El escritor revolucion¨® la literatura de viajes
A punto de cumplirse 23 a?os de su muerte, ?qu¨¦ nos queda de Bruce Chatwin? Los vi?edos de Afganist¨¢n, el anhelo de Pers¨¦polis bajo la lluvia, las pisadas de las gacelas en la arena africana, los alminares de Jam, los arriates de rosas en los jardines de Istalif, el canto perdido de un viejo aborigen en los desiertos de Australia, toda Patagonia, un vehemente deseo de belleza y libertad... No hemos sido tan afortunados como Werner Herzog, que hered¨® su baqueteada mochila. Pero es igual, mientras tengamos sus libros, unas botas y un destino (?y una Moleskine!), Chatwin seguir¨¢ con nosotros.
"Era una fuerza de la naturaleza", me dice otro gran viajero, Colin Thubron, que lo conoci¨® bien. "Muy obsesivo, tremendamente hablador cuando ten¨ªa una idea en la cabeza (que era casi siempre). Violentamente imaginativo m¨¢s que juiciosamente erudito, y ciertamente no acad¨¦mico. Te sent¨ªas arrastrado por la pura fiebre de su entusiasmo".
No s¨¦, es pensar en el rubio Bruce y sentirse invadido de un deseo de partir y de una rara melancol¨ªa que se extiende como un hermoso vell¨®n dorado sobre el extenso suelo del mundo. El James Dean de los viajes, el Alejandro de los trotamundos, el culto, narcisista y bisexual efebo errante, Bruce Chatwin (1940-1989) alz¨® la antorcha de su vida ¡ªque acab¨® abras¨¢ndolo¡ª para se?alarnos la direcci¨®n de una existencia n¨®mada en caminos, intereses y afectos. ?Ad¨®nde hubiera llegado? Rushdie, su amigo, ha dicho que Chatwin solo estaba empezando y que ¨²nicamente hemos podido ver el primer acto de lo que hubiera podido llegar a ser. Cruz¨® los l¨ªmites entre la ficci¨®n y la no ficci¨®n, viaj¨® como una efervescente rencarnaci¨®n de Rimbaud. Era capaz de hacer un viaje para ver la armadura de un mongol disecado en el desierto de Sind, motivarse con un trozo de perezoso gigante y hasta tuvo de mascota una pit¨®n. ?C¨®mo no rendirse a alguien as¨ª?
Era una fuerza de la naturaleza¡± Colin Thubron
Ahora llegan sus cartas (y que emocionante es pensar que arriban desde esa inexorable frontera que no vuelve a cruzar viajero alguno) para iluminar el trayecto intelectual y vital de un personaje cuya dimensi¨®n se agiganta con el paso del tiempo. Le muestran m¨¢s inseguro que sus (seis) libros, m¨¢s humano, vulnerable, inquieto e impaciente. Automitificador, snob, poseur, deseoso de impresionar, s¨ª, pero, como dijo nada menos que Robin Lane Fox: "boy, he knew"; vamos, que ?sab¨ªa de todo!-. Lleno de planes vol¨¢tiles y viajes que nunca se realizan. Y muy preocupado, obsesionado incluso, por las cuestiones econ¨®micas.
Bajo el sol (Sexto piso) es una selecci¨®n de varios centenares de cartas enviadas por Chatwin ¡ªincluyendo postales (como la del Zamzama, el ca?¨®n de Kim, en Lahore; o la del cr¨¢neo de Croma?¨®n, en Les Eyzies) y alg¨²n telegrama¡ª, que ha realizado su viuda Elizabeth Chatwin en colaboraci¨®n con el notable bi¨®grafo del escritor, Nicholas Shakespeare. La colecci¨®n, minuciosamente anotada y comentada, abarca cuarenta a?os. Arranca con una carta de Bruce a sus padres en mayo de 1948, desde el colegio, y acaba con otra dirigida al propio Shakespeare el 29 de diciembre de 1988 (Bruce muri¨® el 18 de enero siguiente, cuatro meses antes de cumplir los 49 a?os), escrita por mano de Elizabeth. De hecho las ¨²ltimas cartas de Bruce Chatwin, estragado por el Sida, las dict¨® todas a su mujer ("tengo las manos entumecidas y soy incapaz de usar las piernas"). Entre la primera y la ¨²ltima, como una caravana de papel que atravesara el mundo hasta sus confines, se extiende el incre¨ªble y fascinante itinerario de un alma inquieta devota como pocas de lo ex¨®tico y lo hermoso. A destacar que son el ¨²nico material que Chatwin nunca corrigi¨®.
El James Dean de los trotamundos se carte¨® con Brenan, Ivory y Sontag
El reguero de cartas se puede leer, recalca Shakespeare, como una suerte de autobiograf¨ªa en zig-zag y lo m¨¢s cercano posible a una conversaci¨®n con Chatwin. Su trabajo en Sotheby's, los estudios de arqueolog¨ªa, la fascinaci¨®n con los n¨®madas, la g¨¦nesis de los libros, los viajes, su etapa de periodista (entrevist¨® a Malraux, a Mandelstam, a Indira Gandhi -en una carta recuerda jocoso como un mono con mastitis trataba de levantarle el sari a la primera ministra-), la vida mundana a la que era tan adepto (¡°escoltando a Jacqueline Onassis a la ¨®pera el jueves¡±), la ruptura con Elizabeth (pese a que su mujer le dejaba vivir libre sus aventuras, las de mochila y las otras), y la vuelta con ella, el rosario de dolencias provocadas por el Sida¡
En una carta desde Niamey, N¨ªger, dice que ?se ha dejado bigote! ("por primera vez me deshago del espantoso aspecto de ni?o bonito y puedo otear la posibilidad de hacerme mayor si no con dignidad al menos con cierto estilo"), y afirma sentirse, entre tuareg, bouzous, peulhs (de los que anota el rumor de que cambian de sexo en ciertas estaciones del a?o), hausas y camellos, "very Beau Geste". En otra explica c¨®mo se pasea "COMPLETAMENTE DESNUDO" (sic) , excepto las botas, por las monta?as de Oreg¨®n, para sorpresa de un guardabosques. En un fuerte rajputa antigua propiedad de un coronel de los Lanceros de Jodhpur, fuma ganja y mientras nosotros dir¨ªamos tonter¨ªas ¨¦l rompe a recitar en s¨¢nscrito las primeras estrofas del Bhagavad Gita, ?qu¨¦ t¨ªo!
Los documentos se pueden leer como una autobiograf¨ªa en zig-zag
Entre los destinatarios de sus cartas, Elizabeth, sobre todo; su familia ("Querida mami, ?Afganist¨¢n, al fin!", Herat, 1963) y amigos, sus editores y una buena lista de personajes c¨¦lebres, entre ellos Susan Sontag¡ª-a la que recuerda el fant¨¢stico rato que pasaron juntos ?comiendo entra?as en Chinatown! y hace reflexiones amargas sobre la Guerra de las Malvinas-, James Ivory, del que fue amante, seg¨²n su bi¨®grafo, y al que llama Jungle Jim ("Mauritania, nada excepto hombres azules caminado a trav¨¦s de paisajes naranjas y p¨²rpuras"), Gerald Brenan, al que explica c¨®mo fue a Ouidah en la costa de Dahomey y encontr¨® la pista de De Souza, tratante se esclavos y virrey del reino africano¡
Tambi¨¦n est¨¢n entre los correspondientes Paddy Leigh Fermor, de cuya casa en el Peloponeso Chatwin era un asiduo y en las cercan¨ªas de la cual se esparcieron sus cenizas ("te buscar¨¦ el diccionario comparativo de lenguas indoeuropeas en Blackwell's y te lo traer¨¦ de regalo"), Desmond Morris (con el que habla de un ni?o lobo indio), Roberto Calasso, Paul Theroux, o Colin Thubron ("el mito de Prometeo es crucial para explicar la condici¨®n de los primeros hombres, ya que es con el fuego con lo que pod¨ªa protegerse de noche de los depredadores"). "Ocasionalmente recib¨ªa una carta suya out of the blue", me dice Thubron. "Simplemente quer¨ªa celebrar algo que le hab¨ªa fascinado, como si no pudiera dejar de escribir sobre ello, y no precisaba de ninguna respuesta". Una de las cartas es a Eileen Gray, la nonagenaria arquitecta y dise?adora en cuyo apartamento Chatwin vio el mapa de Patagonia. "Vaya por m¨ª", le dijo ella.
Hay en las cartas -en las que aparecen citados infinitud de personajes, Jan Morris, Michel Tournier (a prop¨®sito de las conexiones entre Los meteoros y su Colina negra), Peter Matthiessen- frases y descripciones maravillosas. "Los abor¨ªgenes australianos aunque infinitamente fascinantes son tambi¨¦n infinitamente tristes", "las ovejas eran del mismo color dorado que la hierba agostada, un arco iris se elevaba de un lado a otro y bajo ¨¦l una bandada de grajos alz¨® el vuelo centellando como diamantes negros".
Encontramos en origen algunas de sus citas m¨¢s c¨¦lebres: "Dentro de todo viajero un anacoreta est¨¢ deseando quedarse". "El cambio es la ¨²nica cosa por la que merece la pena vivir. Nunca aparques tu vida en un escritorio. Lo que sigue son las ¨²lceras y los problemas card¨ªacos". "Tengo la compulsi¨®n de vagabundear y la de volver, como un ave migratoria". Una carta est¨¢ dedicada al problema de conseguir las libretitas Moleskine, que ¨¦l convirti¨® en icono del viaje.
Otras muestran a un Chatwin en horas bajas, indeciso, insatisfecho. Hay chismes y peque?as bajezas. Un af¨¢n de socializar y aparentar. Resulta tambi¨¦n terriblemente pat¨¦tico, o acaso entra?able, el empe?o en sus pen¨²ltimas cartas por negar la evidencia del Sida y disfrazarlo de enfermedad glamourosa: "Malaria no diagnosticada cogida en el famoso viaje a Ghana", "el hongo que me ha atacado la m¨¦dula ¨®sea se ha identificado solo en diez campesinos chinos (presumiblemente es en China donde lo he cogido), unos pocos tais y una orca arrojada en las costas de Arabia". "Metaboliz¨® su dolencia en algo rico y extra?o", anotan su mujer y su bi¨®grafo.
Aunque aparecen sus amantes, Teddy Millington-Drake, Andrew Batey, Jasper Conran o Donald Richards, no se encuentran en las cartas muchas referencias a las relaciones homosexuales de Chatwin. En realidad casi todas las que hay las ha de acotar Shakespeare porque si no resultan ininteligibles. Su espl¨¦ndida y sugerente biograf¨ªa (Bruce Chatwin, Muchnik Editotres, 2000) es infinitamente m¨¢s expl¨ªcita y reveladora en ese sentido y los dos libros se complementan como un todo.
Es dif¨ªcil quedarse con una carta. Pero encuentro especialmente conmovedora la que envi¨® a su padre para disculparse por haber explicado en En la Patagonia una historia desafortunada de su bisabuelo. "I am sorry".Como frase es notable la de una carta desde el Hotel Cabo de Hornos, en Punta Arenas: ¡° Mi mochila est¨¢ tomando la m¨¢s bella p¨¢tina¡±.
Babelia
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