En el bosque de un libro
P¨¢jaros, lombrices, ardillas, salamandras, hormigas, mariposas, abejas, avispas, tallos de hierba, m¨ªnimas flores silvestres, abundan en las p¨¢ginas de David George Haskell tanto como en los versos de Emily Dickinson, que fue quiz¨¢s pionera en incluir en un poema la palabra microscopio.
Cada d¨ªa, durante todo un a?o, a diferentes horas, un hombre se interna en un bosque y busca la roca que eligi¨® en su primera exploraci¨®n, lo bastante plana como para sentarse confortablemente en ella, con la espalda erguida y las piernas cruzadas, en la actitud budista de meditaci¨®n. La roca domina un peque?o espacio irregular en el suelo del bosque, un c¨ªrculo imaginario de un metro de radio, el tama?o aproximado de una mesa de comedor. No hay nada de particular en esa localizaci¨®n precisa. La raz¨®n de elegirla es que est¨¢ al pie de la roca, y que el hombre sentado en ella puede observarla c¨®modamente de cerca, algunas veces arrodill¨¢ndose o hasta tendi¨¦ndose en el suelo para ver m¨¢s detalles. Lleva una lupa de bolsillo, un cuaderno y un l¨¢piz. Procura permanecer tan quieto como le es posible y no alterar ni con sus pisadas ni con sus manos esa fracci¨®n del bosque a la que llama ¡°el mandala¡±, usando un t¨¦rmino de la cultura budista tibetana.
Un mandala es un c¨ªrculo de arena en el que est¨¢ contenido simb¨®licamente el universo. Monjes muy adiestrados le dan forma, usando arena de diversos colores para trazar dibujos abstractos que confluyen hacia el centro y suelen sugerir un marcado ritmo giratorio. El trabajo es complicado y puede durar varios d¨ªas. Una vez culminada la obra, los monjes la deshacen, casi con la misma meticulosidad reverencial con que la completaron, para recordar la impermanencia de todo, el hacerse y deshacerse perpetuo de la vida y de la naturaleza.
Pero ese hombre que va al bosque cada d¨ªa a examinar una parcela m¨ªnima de su extensi¨®n, David Haskell, no es un monje, ni un m¨ªstico, sino un profesor de biolog¨ªa en una universidad de Tennessee. Su proyecto es simult¨¢neamente espiritual, literario, cient¨ªfico. Quiere continuar la tradici¨®n del retiro contemplativo en la naturaleza, inspirado por los meditadores tao¨ªstas y budistas y tambi¨¦n por el ejemplo americano de Thoreau. Quiere aplicar el m¨¦todo de la observaci¨®n emp¨ªrica ci?¨¦ndose a un campo experimental muy limitado: c¨®mo es la vida org¨¢nica en el suelo de un bosque, la trama visible e invisible en la que participan los insectos, las hojas de los ¨¢rboles, los p¨¢jaros, los gusanos, los l¨ªquenes, las ardillas, la claridad solar que dispara en cada hoja el mecanismo secreto de la fotos¨ªntesis, el viento, la lluvia, la nieve. Y quiere contar todo lo que ve y explicarlo a la luz de todo lo que sabe, y tambi¨¦n dejar testimonio de sus espacios en blanco y sus incertidumbres, y del efecto emocional que el h¨¢bito de acudir al bosque cada d¨ªa va teniendo sobre ¨¦l.
The Forest Unseen es un diario ¨ªntimo y es un libro de divulgaci¨®n cient¨ªfica. Es una narraci¨®n literaria y el cuaderno de notas de un experimento
Estamos tan acostumbrados a las etiquetas y a las disyuntivas binarias que casi no hay manera de encontrarle en la estanter¨ªa un sitio adecuado al libro que David Haskell ha ido escribiendo a lo largo de su a?o en el bosque, The Forest Unseen. Es un diario ¨ªntimo y es un libro de divulgaci¨®n cient¨ªfica. Es una narraci¨®n literaria y el cuaderno de notas de un experimento. Tiene algo de gu¨ªa espiritual sin rastro de vaguedades m¨ªsticas y de gu¨ªa pr¨¢ctica para salir al campo, para fijarse en todas y cada una de las cosas que habitualmente uno no ve, ni escucha, ni imagina que existan, no porque pertenezcan a esos reinos embusteramente f¨¦rtiles y oscuros de la fantas¨ªa sino porque est¨¢n aqu¨ª mismo, delante de nuestros ojos, accesibles a los o¨ªdos si prest¨¢ramos un poco de atenci¨®n, latiendo literalmente debajo del suelo que pisamos.
William Blake destestaba el racionalismo cient¨ªfico tanto como el humo de las f¨¢bricas que oscurec¨ªa y envenenaba el aire en los comienzos de la Revoluci¨®n industrial, pero su imaginaci¨®n po¨¦tica le permiti¨® intuir la naturaleza misma de la ciencia: se puede ver un mundo en cada grano de arena, y abarcar el infinito en la palma de la mano. En su modesto jard¨ªn de Amherst, Massachusetts, Emily Dickinson mir¨® los reinos de la naturaleza con una percepci¨®n no menos aguda que Charles Darwin en su traves¨ªa de cinco a?os por los oc¨¦anos, las cordilleras y las islas de casi toda la Tierra. En la meditaci¨®n zen se mira sin parpadear una pared desnuda. Sentado en su roca, sin m¨¢s instrumental de observaci¨®n que su propia mirada, su o¨ªdo alerta, su lupa, su cuaderno, su l¨¢piz, David George Haskell asiste al tr¨¢nsito de las horas y de las estaciones. El c¨ªrculo del a?o se corresponde con el del espacio observado, y cada d¨ªa se borra m¨¢s la distinci¨®n entre la conciencia que investiga y el campo de su estudio, entre la figura inm¨®vil y alerta y el bosque y sus criaturas. Un p¨¢jaro o un mapache se acercan a ¨¦l y se lo quedan mirando, y entonces el animal es el observador y el cient¨ªfico la criatura sometida a escrutinio. Con el calor h¨²medo de la primavera el aire se llena de insectos. Un mosquito hembra se posa en el antebrazo y Haskell lo ve, agigantado en la lupa, mientras le taladra la piel y le chupa la sangre y el abdomen se le va hinchando con ella.
Como comprendi¨® sombr¨ªamente Darwin, naturaleza no es un para¨ªso, y no hay una providencia que ampare ni a los seres humanos ni a ning¨²n otro ser vivo, grande o peque?o. La fertilidad es inseparable de la corrupci¨®n y la muerte es el alimento de la vida. Microorganismos incesantes van transformando en abono durante el oto?o y el invierno las plantas y las hojas que crecieron durante la primavera y los excrementos y los cad¨¢veres de todos los animales que se nutrieron de ellas. La avispa ichneumon deposita sus larvas en el interior de un gusano vivo y las larvas se van alimentando de ¨¦l y van mat¨¢ndolo muy lentamente mientras se hacen adultas. El gusano pelo de caballo, apenas visible sobre una hoja seca, ha crecido en el intestino de un grillo que se lo trag¨® cuando s¨®lo era una larva. Cuando el gusano ha crecido tanto que ya casi no cabe dentro del organismo del que se alimenta como un ¨ªnfimo vampiro, segrega una toxina que enloquece al grillo y lo empuja a arrojarse a una charca o a una corriente de agua: el gusano se desenrosca reventando el cad¨¢ver del grillo ahogado, nada hasta la orilla y empieza en tierra su vida adulta, apare¨¢ndose en mara?as convulsas de centenares de gusanos id¨¦nticos a ¨¦l.
Emily Dickinson mir¨® los reinos de la naturaleza con una percepci¨®n no menos aguda que Charles Darwin en su traves¨ªa de cinco a?os por los oc¨¦anos, las cordilleras y las islas de casi toda la Tierra
P¨¢jaros, lombrices, ardillas, salamandras, hormigas, mariposas, abejas, avispas, tallos de hierba, m¨ªnimas flores silvestres, abundan en las p¨¢ginas de David George Haskell tanto como en los versos de Emily Dickinson, que fue quiz¨¢s pionera en incluir en un poema la palabra microscopio. Delimitar un espacio y un tiempo es quiz¨¢s el primer paso en una invenci¨®n literaria, igual que en la ciencia es prioritario determinar el ¨¢mbito y la duraci¨®n de un experimento. Y despu¨¦s es preciso guardarlo todo, como en una caja, en las p¨¢ginas de un libro, que ahora que lo pienso tambi¨¦n suelen tener su origen en la madera, en el bosque.
The Forest Unseen. A Year¡¯s Watch in Nature. David George Haskell. Viking Books. Nueva York, 2012. 265 p¨¢ginas. 20 euros (electr¨®nico, 14 euros). Poemas. Emily Dickinson. Traducci¨®n de Silvina Ocampo. Tusquets. Barcelona, 2006. 384 p¨¢ginas. 9,95 euros.
www.antoniomu?ozmolina.es
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