Sexo, peluches y cultura pop
El renovado Stedelijk escoge a Mike Kelley, uno de los artistas m¨¢s relevantes del ¨²ltimo cuarto de siglo, que se suicid¨® en enero, para su primera gran exposici¨®n
Una vez, el director John Waters le pregunt¨® por ¡°el recuerdo m¨¢s sucio de su adolescencia¡±. Mike Kelley respondi¨® rememorando uno literalmente infecto. Su pandilla intentaba asaltar una tienda de electr¨®nica solo por esquivar al aburrimiento en su barrio obrero de Detroit. Al abrir la compuerta, el supuesto subterr¨¢neo result¨® ser una fosa s¨¦ptica. Uno de sus amigos cay¨® dentro y termin¨® volviendo a casa empapado de aguas putrefactas. Su trepidante aventura adolescente, digna de una secuencia descartada de Los Goonies, acab¨® como una mugrienta escena costumbrista.
La historia prefigura la trayectoria de un artista que nunca dej¨® de inspeccionar la repugnancia que le inspiraba su propia cultura, como demuestra la retrospectiva inaugurada en el Stedelijk Museum de ?msterdam. El centro, reabierto este oto?o tras una larga ampliaci¨®n, ha transformado su anodina fachada decimon¨®nica gracias a un nuevo edificio en forma de gigantesca ba?era, que ha generado cualquier cosa menos indiferencia. Lo mismo se puede decir del artista escogido para su primera exposici¨®n temporal, que ocupa la totalidad del nuevo edificio y que constituye, con 200 obras expuestas, la mayor retrospectiva que se le ha consagrado hasta la fecha. Basta con echar un vistazo a esta descomunal muestra para descubrir una obra impregnada de recuerdos de infancia reprimidos, traumas latentes a flor de piel y cr¨ªticas feroces a la cultura popular estadounidense, a las estructuras del poder y a un sistema educativo que aborrec¨ªa.
El propio Kelley trabaj¨® en ella como una exposici¨®n de balance en el ecuador de su existencia. Las circunstancias la han acabado convirtiendo en una muestra p¨®stuma: Kelley se suicid¨® en su domicilio de Pasadena, a las afueras de Los ?ngeles, en enero pasado, tras una dolorosa separaci¨®n de su compa?era.
Su obra era hiriente, pero tambi¨¦n esclarecedora de la miseria humana
El Stedelijk ha escogido al artista estadounidense para iniciar una nueva etapa que se anuncia aventurera. Lejos de abrir con una superestrella local como Rineke Dijkstra o Marlene Dumas ¡ªprogramada, eso s¨ª, para 2014¡ª, el centro ha apostado por un artista de subtextos dif¨ªciles, que se enorgullec¨ªa de resultar inaccesible, como demuestra la producci¨®n proteica y variopinta expuesta en una muestra que, tras su paso por el Stedelijk, visitar¨¢ el Pompidou y el MoMA. ¡°Un museo como este tiene que ser valiente, ambicioso y capaz de tomar decisiones necesarias en la historia del arte contempor¨¢neo. Por ejemplo, rindiendo justicia a un visionario que defini¨® la manera en que toda una generaci¨®n observa su cultura¡±, explica la directora del centro, Ann Goldstein, desembarcada en ?msterdam tras 25 a?os como comisaria en el Moca de Los ?ngeles. Fue precisamente en la escena art¨ªstica de esa ciudad donde Kelley se dio a conocer a finales de los setenta. Primero, con sus publicitadas performances inspiradas en el comportamiento de los simios. Y despu¨¦s, gracias a los peluches ensamblados de la instalaci¨®n Half a man (1987-1991). Los hab¨ªa comprado a cincuenta centavos en mercadillos y tiendas de segunda mano, pero los coleccionistas empezaron a pagar hasta 40.000 d¨®lares por estos mantos de patchwork elaborados con mu?ecos infantiles, en los que Kelley no ve¨ªa inofensivos juguetes sino ¡°una proyecci¨®n de la perfecci¨®n cristiana, asexuada, limpia e inalcanzable¡±. M¨¢s tarde, los llev¨® hasta la portada del ¨¢lbum Dirty, de Sonic Youth. Su l¨ªder, Thurston Moore, se reclamaba fan de su banda Destroy All Monsters, con la que Mike Kelley hizo punk experimental con tornillos y cafeteras.
No tard¨® en huir del Detroit industrial y provinciano, as¨ª como de una familia humilde y cat¨®lica: su padre se encargaba del mantenimiento y la limpieza en un instituto y su madre fue cocinera en la f¨¢brica Ford y dependienta en una tienda de licores. ¡°Para mi familia, el arte era considerado propiedad exclusiva de homosexuales y comunistas¡±, explic¨®. Pese a todo, Kelley era refractario a analizar su producci¨®n en t¨¦rminos autobiogr¨¢ficos. ¡°Al observar mi obra, la gente no se pregunta por la psicolog¨ªa del artista, sino por la psicolog¨ªa de nuestra cultura¡±, dej¨® dicho. La revista Monopol lleg¨® a llamarle ¡°el anti-Warhol¡±. Mientras que uno glorific¨® la cultura popular y la elev¨® a la categor¨ªa de arte con todas las de la ley, el otro la hizo descender a lo m¨¢s bajo, con el influjo de Marx y de Freud. En Los ?ngeles, convertida en escena principal de la contracultura de los setenta, Kelley se convirti¨® en disc¨ªpulo de John Baldessari y Laurie Anderson, adem¨¢s de frecuentar a Paul McCarthy, Raymond Pettibon y otros j¨®venes artistas que, en lugar de tomar el sol en Malib¨², se dedicaban a indagar en lo nauseabundo con m¨¢s iron¨ªa que desesperaci¨®n.
La muestra viajar¨¢ luego al Pompidou y al MoMA de Nueva York
Lo demuestra su larga serie de dibujos escatol¨®gicos y libidinosos, en los que se observa desde la separaci¨®n de Iglesia y Estado en forma de heces hasta un conjunto de retratos de los Padres Fundadores de Estados Unidos manipulados con lascivia. Y tambi¨¦n, de manera m¨¢s sibilina, en su macroinstalaci¨®n Extracurricular Activity Projective Reconstructions (2000-2011), donde recorr¨ªa con sarcasmo el programa educativo de un instituto.
Compar¨® la funci¨®n social del artista con la de un ni?o, pero tambi¨¦n con la de un criminal. En la galer¨ªa Pay for your pleasure (1988) reprodujo los retratos de grandes artistas, junto a un pu?ado de citas c¨¦lebres que comparan el arte con el crimen. Al final del pasillo, coloc¨® un dibujo del asesino John Wayne Gacy, que abus¨® y mat¨® a 33 adolescentes estadounidenses, como si dijera que sus infracciones eran similares. No es casualidad que el mismo Waters lo calificara como ¡°un terrorista curandero¡±. Su obra era angulosa e hiriente, pero tambi¨¦n esclarecedora sobre la miseria de la condici¨®n humana.
Babelia
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