Cuba quiere acabar con el ¡®perreo¡¯
El r¨¦gimen ataca el ¡®reggaeton¡¯: lo considera ¡°vulgar, banal y mediocre¡±.
Lleg¨® el comandante y mand¨® parar. En realidad, el anatema fue lanzado por Orlando Vistel, presidente del Instituto Cubano de la M¨²sica. En declaraciones al diario Granma, arremet¨ªa contra el reggaeton. ¡°Expresi¨®n vulgar, banal y mediocre¡±, denunciaba la entrevista, publicada a finales de noviembre, que incendi¨® la Red en Am¨¦rica Latina: medios conservadores, poco sospechosos de simpatizar con el reggaeton, de repente clamaban contra el recorte de libertades en Cuba. Vistel anunciaba una norma jur¨ªdica que vetar¨ªa ¡°determinadas m¨²sicas¡± en medios de comunicaci¨®n, establecimientos comerciales, centros oficiales, autobuses y espacios p¨²blicos. Esto ¨²ltimo apunta directamente a los bonches, fiestas de reggaeton que se montan en calles y patios.
Y van en serio. Danilo Sirio, presidente del Instituto Cubano de la Radio y de la Televisi¨®n, ha sacado el machete: ¡°En los canales nacionales ya se decidi¨®, no se pone un n¨²mero grosero m¨¢s, un n¨²mero banal m¨¢s, un n¨²mero de letra ofensiva y tampoco v¨ªdeos que atenten o denigren la imagen de la mujer¡±.
La gresca viene de lejos. En 2005, el peri¨®dico Juventud Rebelde, portavoz de la Uni¨®n de J¨®venes Comunistas, relacionaba al reggaeton con ¡°la chabacaner¨ªa, el lujo, la lujuria, el vicio, el consumo de t¨®xicos¡±. El pasado a?o, el ministro de Cultura, Abel Prieto, intervino para que se retirara de los Premios Luca el v¨ªdeo de Chupi chupi, himno al sexo oral de Osmani Garc¨ªa.
El reggaeton efectivamente representa un desaf¨ªo a la moral revolucionaria. Hace evidente la fascinaci¨®n por el modo de vida estadounidense, con su consumo conspicuo y exhibici¨®n de marcas. Letras y bailes invitan al desenfreno er¨®tico. Y la gozadera siempre ha sido bien recibida entre la frustrada poblaci¨®n juvenil de la Isla Grande. Durante un tiempo, fue campo de batalla ideol¨®gico. Se intentaron vehicular otros planteamientos, en piezas como Creo, de Baby Lores, en honor de Castro. Al otro extremo, el popular Elvis Manuel, reguetonero que desapareci¨® en el mar cuando intentaba emigrar a Estados Unidos de modo clandestino.
No se trata de ning¨²n fen¨®meno nuevo. Hace ya 20 a?os, en el Oriente cubano, donde llegan las emisoras jamaicanas, eran populares tanto los ritmos sint¨¦ticos como unas coreograf¨ªas que suger¨ªan el acto sexual. El perreo, que dicen ahora. Sin embargo, el tambi¨¦n llamado cubat¨®n solo despeg¨® con la implantaci¨®n del rap cubano. Tras unas dudas iniciales, el hip-hop fue reglamentado por las instituciones culturales del r¨¦gimen, facilitando unos circuitos que han resultado imparables: los estudios caseros ahora graban m¨¢s reggaeton que rap. M¨¢s que Jamaica, tienen como modelos los discos de Puerto Rico o Panam¨¢, con una importante diferencia: se prescinde de alardes de violencia.
Como todo en Cuba, el reggaeton tiene una realidad oficial y un mercado negro. Junto a los artistas con discogr¨¢fica y clips vistosos, luchan grupos y solistas que graban y venden sus ocurrencias bajo cuerda. Tambi¨¦n hay dinero for¨¢neo, inversores de Europa o Miami que esperan que all¨ª surjan artistas exportables. Aparte de Osmani Garc¨ªa, alias La Voz, destacan Gente de Zona, Eddy-K, El Micha, Los Intocables, Candyman, El M¨¦dico, Los Faraones... El listado es interminable y eso explica el nerviosismo de las autoridades.
Con el anterior ¡°p¨¢nico moral¡±, causado por la timba, la represi¨®n no requiri¨® medidas excepcionales: hubo castigos ejemplares (en 1997 se congel¨® a la Charanga Habanera durante meses) y se controlaron los locales para turistas, que generaban d¨®lares para las bandas y eran vulnerables por acoger al jineterismo.
Pero la timba era un producto complejo: emparentada con la salsa, exig¨ªa grandes formaciones, con instrumentistas t¨¦cnicamente muy dotados. Abundaba adem¨¢s en referencias muy localistas. Mientras que el reggaeton solo requiere m¨²sica pregrabada y voces entusiastas. Y sus mensajes no llevan doble sentido: son directos (¡°coge mi tubo¡±) y elementales (¡°m¨¦tela¡±). Hasta el comandante podr¨ªa entenderlos. Por eso, evitan que llegue a sus o¨ªdos.
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