Amor al arte
A algunos expertos en arte o en literatura rara vez deja de not¨¢rseles la ausencia de familiaridad inmediata y material con las obras que estudian. 'Nada es bello sin el azar, una colecci¨®n de quince ensayos', de Artur Ramon, transita volublemente entre las ¨¦pocas hist¨®ricas, entre la erudici¨®n y el ojo cl¨ªnico
En Barcelona, en el ¨²ltimo invierno de la Guerra Civil, un pintor joven encuentra por la calle a un desconocido que se ofrece a venderle una peque?a tabla renacentista con un eccehomo. El vendedor va muy mal vestido y se le nota que est¨¢ pasando mucha necesidad. El pintor consigue el cuadro por 25 pesetas. Lo pint¨® a finales del siglo XV Antonello da Messina y en pocos a?os valdr¨¢ much¨ªsimo m¨¢s dinero. En 2006, el hombre joven que compr¨® por nada esa obra maestra, y que la vendi¨® con dolor unos a?os m¨¢s tarde para poder casarse con la mujer a la que amaba pasionalmente, es un anciano de 90 a?os que hace frente al calor insufrible del verano de Roma con el prop¨®sito de ver de nuevo en una exposici¨®n el cuadro del que se separ¨® hace medio siglo. El encuentro es una despedida. En la maestr¨ªa de la pintura el hombre confirma su gratitud por haberla pose¨ªdo y por haber logrado gracias a ella el arranque de una vida en com¨²n que ha durado todo ese tiempo.
La historia del arte est¨¢ hecha de azares, de descubrimientos y desapariciones, de corrientes y conexiones escondidas. En 2004, al poco de ser nombrado director del Instituto Cervantes, el escritor C¨¦sar Antonio Molina ve en uno de los despachos abarrotados y destartalados de la sede de entonces, el palacete de la Trinidad, un cuadro viejo que intuye valioso, al que nadie hab¨ªa prestado atenci¨®n. En el reverso hay una etiqueta borrosa del siglo XIX que lo atribuye a Zurbar¨¢n. Pero un experto de mirada certera, el profesor Jos¨¦ Milicua, lo identifica como una obra del gran Georges de La Tour, uno de esos pintores misteriosos que por los cambios del gusto y los vaivenes de la moda se vuelven invisibles durante varios siglos, y emergen entonces con toda su originalidad ¨ªntegra.
La Tour o Caravaggio o El Greco no han estado desde siempre sacralizados e inm¨®viles en las salas de los museos
La Tour o Caravaggio o El Greco no han estado desde siempre sacralizados e inm¨®viles en las salas de los museos. Despu¨¦s de una gloria casi tan fulgurante y transitoria como una estrella del pop, Caravaggio qued¨® arrinconado por las nuevas modas fastuosas del Barroco, oscureci¨¦ndose y apag¨¢ndose como tantos de sus cuadros olvidados en capillas sombr¨ªas que no visitaba nadie. Hizo falta la gran ruptura moderna iniciada por ?douard Manet para que hubiera miradas que apreciaran otra vez el despojamiento y la intensidad expresiva de Caravaggio, igual que s¨®lo despu¨¦s del Impresionismo y del Simbolismo se apreci¨® a El Greco. Y fue en la crisis de los a?os treinta cuando Caravaggio y La Tour quedaron inscritos definitivamente en los repertorios oficiales del arte: justo al mismo tiempo que las convulsiones de la econom¨ªa y de la pol¨ªtica forzaban por igual a los artistas y a los escritores a mirar lo real con ojos bien abiertos. Uno de los pintores del realismo americano de entonces, Thomas Hart Benton, era muy aficionado a El Greco, y transmiti¨® su entusiasmo a su disc¨ªpulo m¨¢s brillante, Jackson Pollock.
A m¨ª jam¨¢s se me habr¨ªa ocurrido conectar a Pollock con El Greco, pero el v¨ªnculo est¨¢ documentado: alentado por su maestro, el joven Pollock hizo dibujos bajados en ¨¢ngeles, santos y cielos de El Greco, y es inevitable adivinar en esas l¨ªneas agitadas los trazos convulsos y los chorreones de pintura del expresionismo abstracto. Descubro ese v¨ªnculo, como tantos otros, en un libro de Artur Ramon, Nada es bello sin el azar, una colecci¨®n de quince ensayos ¡ª¡°episodios sobre la pintura¡±, les llama su autor¡ª que transita volublemente entre las ¨¦pocas hist¨®ricas, entre la erudici¨®n y el ojo cl¨ªnico, examinando cuadros casi siempre poco conocidos, o bien obras menores de maestros, contando peripecias de sus apariciones y sus desapariciones, aventuras de los que los coleccionaron o los tuvieron y los perdieron o los supieron reconocer con un golpe de vista que ten¨ªa tanto de rigor acad¨¦mico como de revelaci¨®n est¨¦tica.
El historiador, el cr¨ªtico, ve las obras est¨¢ticas en la pared del museo, cuando no en la l¨¢mina de un libro o en una imagen de Internet. El galerista, el anticuario, las observa mucho m¨¢s de cerca, convive con ellas
A algunos expertos en arte o en literatura rara vez deja de not¨¢rseles la ausencia de familiaridad inmediata y material con las obras que estudian. Ser¨¢ en parte porque creen que la investigaci¨®n excluye el entusiasmo, y tambi¨¦n por un prejuicio intelectual que valora lo abstracto por encima de lo concreto, y que en el fondo, y a veces en la superficie, concede mucha menor seriedad a las obras de arte o de literatura que a los discursos te¨®ricos que se elaboran sobre ellas.
Tambi¨¦n hay algo m¨¢s triste, una sequedad de esp¨ªritu, una falta de amor, y hasta de curiosidad, que se disfrazan de suficiencia. No s¨¦ si se podr¨¢n estudiar las rocas o las bacterias o las part¨ªculas subat¨®micas sin una disposici¨®n entusiasta, sin la convicci¨®n de que vale la pena consagrar la vida a ese conocimiento, pero estoy bastante seguro de que si no hay entrega y fervor y voluntad de asombro cualquier aproximaci¨®n a las artes es perfectamente est¨¦ril. Sin amar la literatura y sin disfrutar de ella dif¨ªcilmente habr¨¢ descubrimientos valiosos, y menos todav¨ªa transmisi¨®n de las obras, esa militancia contagiosa de la que depende su supervivencia en el porvenir. Como en las artes la sensualidad de lo visible y lo tangible es mucho mayor que en la literatura, choca todav¨ªa m¨¢s la aridez de mucho de lo que se dice o se especula sobre ellas.
Sin amar la literatura y sin disfrutar de ella dif¨ªcilmente habr¨¢ descubrimientos valiosos
Artur Ramon es historiador del arte, pero tambi¨¦n anticuario y galerista. Estos ensayos aparecieron originariamente en La Vanguardia, y se nota en ellos una vocaci¨®n franca y cordial de acercar la pintura al lector com¨²n, sin banalizarla ni simplificarla, usando la escritura casi como un instrumento ¨®ptico, apuntando hacia lo que siendo visible podr¨ªa no advertirse, con ese af¨¢n de compartir lo que se sabe y de contagiar el propio disfrute que es el reverso de la pedanter¨ªa. El historiador, el cr¨ªtico, ve las obras est¨¢ticas en la pared del museo, cuando no en la l¨¢mina de un libro o en una imagen de Internet. El galerista, el anticuario, las observa mucho m¨¢s de cerca, convive con ellas, est¨¢ atento a los episodios complicados de su transmisi¨®n, puede apreciar lo que el tiempo, las restauraciones toscas, han ido a?adiendo a la superficie de un lienzo, las huellas literales de muchas manos por las que pas¨®. En Nueva York, un restaurador de la Frick Collection le explica a Ramon que ha descubierto la huella de un dedo de Giovanni Bellini en ese cuadro suyo que hay en el museo, un San Francisco de As¨ªs en trance de recibir los estigmas. Bellini, acostumbrado a pintar en t¨¦mpera, estaba experimentando con la nueva t¨¦cnica del ¨®leo, reci¨¦n llegada desde Flandes a Italia. Probablemente no se fiaba de c¨®mo secar¨ªa ese material poco conocido, y toc¨® suavemente la pintura fresca para comprobarlo.
Tantas veces he visitado la Frick, y nunca he prestado verdadera atenci¨®n a ese cuadro, quiz¨¢s porque est¨¢ entre dos tizianos hacia los que la mirada se me va siempre, el retrato de un hombre desconocido con un tocado rojo y el de Pietro Aretino, con su barba y su rop¨®n suntuoso. Ahora tengo un motivo para volver cuanto antes: para ver ese conejo medio escondido y ese jarro de agua en los que se ha fijado Artur Ramon, para preguntarme d¨®nde estar¨¢ la huella de Giovanni Bellini.
Nada es bello sin el azar. Quince episodios sobre pintura. Artur Ramon. Elba. Barcelona, 2012. 148 p¨¢ginas. 21 euros
www.antoniomu?ozmolina.es
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