Primitivos
Hacia 1880, en las reservas en las que malviv¨ªan los supervivientes de las tribus vencidas de las praderas, naci¨® lo que ahora se llama Ledger Art, literalmente el arte de los libros de registro o de contabilidad
Quiz¨¢s un pa¨ªs de tan grandes distancias y tan propenso a las grandes soledades como Estados Unidos favorece m¨¢s que surjan esos talentos insulares que no se parecen a nadie, que viven como eremitas y crean m¨¢s o menos en secreto obras de una orginalidad alimentada por el aislamiento. En las ferias de antig¨¹edades, en los mercadillos de los fines de semana, de vez en cuando se encuentran piezas de eso que llaman Folk Art que lo atraen a uno desde lejos en medio de la sobreabundancia desordenada de objetos en venta: paisajes de bosques, de r¨ªos, de caba?as de troncos, pintados con una tiesa solvencia sobre paneles de madera; figuras policromadas de patos que sirvieron como reclamos para la caza; cerdos o vacas de madera que adornaron el escaparate de una carnicer¨ªa; jefes indios tallados que se pon¨ªan en las puertas de los estancos; ballenas, salmones, caballos, cabezones de sombrerer¨ªas, maniqu¨ªes de mejillas rojas y sonrisas heladas. Muchas veces son obras de artesanos que atend¨ªan a una demanda comercial; tienen una especie de rudeza jovial, una simpleza contundente de formas que hace palidecer por comparaci¨®n muchos de los atrevimientos del pop: un tel¨¦fono de madera del tama?o de una maleta, un zapato enorme de color azul cobalto, un sacacorchos de dos metros de alto, todos ellos reclamos comerciales, parecen anticipar los objetos cotidianos agigantados de Claes Oldenburg.
Lo que hay en estos artistas indios es el caudal misterioso de la gran cultura popular, la maestr¨ªa que hay en el flamenco o en los ¡®blues¡¯
Otras veces esas figuras poseen la fuerza pl¨¢stica de un empe?o sin otra finalidad que la satisfacci¨®n de un impulso: alguien en una granja aislada durante meses por la nieve se entretuvo en tallar un bloque de madera hasta darle la forma de un gran p¨¢jaro o de una cabeza humana, los ojos muy abiertos y fijos en el vac¨ªo; alguien aprovech¨® un libro de contabilidad en blanco para dibujar con l¨¢pices de colores recuerdos de su juventud. Los medios son primitivos, y la educaci¨®n formal inexistente: como si al ponerse a tallar o a dibujar estuviera comenzando la historia del arte. Con frecuencia se aprovecha lo que se tiene m¨¢s a mano, se saca partido de las formas dictadas por la naturaleza o por el azar: un p¨¢jaro hecho con tablas recortadas tiene el color azul de la pintura industrial del caj¨®n del que procede y el ojo es el agujero rojizo por el ¨®xido de un clavo arrancado; un guijarro casi cil¨ªndrico necesita pocas incisiones para convertirse en el huevo que un pollo todav¨ªa encogido ha empezado a romper desde dentro; la astilla curva al final de una rama desgajada de un ¨¢rbol servir¨¢ para que el bast¨®n que se ha hecho con ella termine en una cabeza de gaviota o en delgado hocico sensitivo de un perro.
El material m¨¢s pobre o m¨¢s crudo se transmuta en el oro del talento, un talento que no se sabe de d¨®nde procede, que no ha recibido el beneficio de ninguna educaci¨®n formal y que pudo surgir en la marginalidad y la miseria. Hacia 1880, en las reservas en las que malviv¨ªan los supervivientes de las tribus vencidas de las praderas, naci¨® lo que ahora se llama Ledger Art, literalmente el arte de los libros de registro o de contabilidad, los que usaban los administradores de los almacenes del gobierno. Algunos de ellos, dejados en blanco, les sirvieron a los artistas indios para dibujar im¨¢genes que en tiempos mejores hab¨ªan pintado en pieles alisadas de b¨²falos: cabalgadas, escenas de batallas, danzas de celebraci¨®n o de guerra. Las rayas impresas en las p¨¢ginas les serv¨ªan para indicar la l¨ªnea de la tierra o la del horizonte; su forma apaisada permit¨ªa un ritmo narrativo de friso. Mirando de cerca se advierte la pobre calidad de los l¨¢pices, pero el efecto es de una belleza intemporal, y esos caballos de cuerpos fornidos y cabezas peque?as, esos guerreros de siluetas sumarias que unas veces manejan arcos y flechas y otras fusiles, suspendidos en un espacio abstracto, le hacen a uno acordarse de las figuras cazadoras o guerreras de la pintura neol¨ªtica y tambi¨¦n de las escenas mitol¨®gicas en las ¨¢nforas griegas m¨¢s antiguas. Tienen en com¨²n la exaltaci¨®n de las proezas masculinas. Qui¨¦n sabe qu¨¦ poemas ¨¦picos, que il¨ªadas y cantos de M¨ªo Cid est¨¢n representados en las p¨¢ginas de esos libros de contabilidad en los que durante mucho tiempo no repar¨® nadie y que ahora se separan una por una y se enmarcan para venderlas a precios m¨¢s altos.
Lo que antes no vali¨® nada ahora es prohibitivo. Jim Traylor naci¨® esclavo en una plantaci¨®n de Alabama y sigui¨® trabajando en ella despu¨¦s de la emancipaci¨®n, sin duda porque no ten¨ªa otro sitio a d¨®nde ir. En 1928, a los 74 a?os, demasiado viejo para seguir trabajando, se traslad¨® a Montgomery, la capital del estado, y vivi¨® m¨¢s o menos como un mendigo, pas¨¢ndose el d¨ªa entero en la calle, durmiendo en el trastero de una funeraria, y luego en el portal de un zapatero. Era analfabeto y no es probable que hubiera sostenido jam¨¢s un l¨¢piz. Pero un d¨ªa tom¨® un trozo cualquiera de cart¨®n y empez¨® a dibujar sobre ¨¦l y ya no se detuvo nunca. Dibujaba animales, escenas de la vida en la plantaci¨®n, bocetos de lo que ve¨ªa en la calle, composiciones con criaturas fant¨¢sticas que volaban por los aires. Regalaba sus dibujos a los que paraban a charlar con ¨¦l o los cambiaba por comida. Alg¨²n admirador le tra¨ªa un cuaderno intacto, pero ¨¦l prefer¨ªa lo usado, el papel recio de los envoltorios, el cart¨®n de las cajas. Dibujaba sobre esos materiales como en la pared c¨®ncava de una cueva. Sus lechuzas, sus caballos, sus vacas, tienen una simplicidad y un misterio de animales tot¨¦micos.
Mirando de cerca se advierte la pobre calidad de los l¨¢pices, pero el efecto es de una belleza intemporal
Pero el m¨¢s raro de esos artistas sin duda es James Castle. Era sordo de nacimiento y probablemente autista. Pas¨® la vida en una granja de Idaho. Como su padre era cartero, us¨® con frecuencia para dibujar sobres, cartones de embalaje, reversos de formularios. No aprendi¨® nunca a leer. Dibujaba y hac¨ªa collages con trozos de cart¨®n doblados y pegados. Usaba holl¨ªn de chimenea humedecido con saliva. En Jim Traylor hay una energ¨ªa expansiva que agita lo mismo a las figuras humanas que a las de animales, en un universo de gravedad tan incierta como la de los cuadros de Chagall. James Castle dibuja m¨ªnimos paisajes sombr¨ªos, habitaciones o graneros en los que puede no haber nadie y sin embargo se percibe la presencia opresiva de algo, una negrura de interiores con las ventanas condenadas en los que se filtran hilos de luz, un oscurecimiento de cielos bajos de tormenta.
Se saben s¨®lo unos pocos nombres de los artistas indios que dibujaban en los libros de contabilidad de las reservas. Jim Traylor y James Castle murieron en la misma oscuridad en la que hab¨ªan vivido. Lo que hay en ellos es el caudal misterioso de la gran cultura popular, la maestr¨ªa a la vez sofisticada y despojada que hay en los romances antiguos, en el flamenco o en los blues, en las m¨²sicas de tradici¨®n oral de casi cualquier parte del mundo. Algunos de los artistas mayores del siglo pasado ¡ªPicasso, Klee, Dubuffet, B¨¢rtok¡ª quisieron desaprender una parte de lo que sab¨ªan para beber de esos or¨ªgenes.
www.antoniomu?ozmolina.es
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.