Veredicto a medianoche
'El cr¨ªtico', de Juan Mayorga, devuelve a la escena a Juanjo Puigcorb¨¦ enfrentado a Pere Ponce, ambos en plenitud de facultades. Poderoso teatro de ideas sobre el maestrazgo y la necesidad del arte
El cr¨ªtico, de Juan Mayorga, en el Marquina, bien podr¨ªa ser una pieza francesa de la vieja escuela, a caballo entre Sacha Guitry y Eric-Emmanuel Schmitt. Y Volodia, el personaje del t¨ªtulo, un trasunto del misantr¨®pico y aristocr¨¢tico (¡°arist¨®crata del esp¨ªritu¡±) Paul L¨¦autaud, que firm¨® cientos de memorables cr¨ªticas teatrales en el Mercure y en la Nouvelle Revue Fran?aise con el nombre de guerra, nunca mejor dicho, de Maurice Boissard: hay en el decorado, incluso, un retrato de Stendhal, su gran pasi¨®n, y a ratos cre¨ª escuchar los ladridos y maullidos imaginarios de las decenas de perros y gatos que habitaban con ¨¦l en la casa del 24 de la Rue Gu¨¦rard, en Fontenay-aux-Roses. Resuena otro eco, m¨¢s pr¨®ximo y no s¨¦ si deliberado: Juanjo Puigcorb¨¦, que vuelve a escena tras veintitantos a?os de ausencia, hace pensar (grand¨®n, el cabello rubio peinado hacia atr¨¢s, la elegancia, los andares lentos) en Eduardo Haro Tecglen.
Quiz¨¢s el principal escollo de todo ese pasaje sea su duraci¨®n: no vendr¨ªa mal un tajo o una condensaci¨®n.
Una noche, tras el estreno de su nueva comedia, el autor Scarpa (Pere Ponce) irrumpe en el estudio de Volodia. Tiene el p¨²blico a sus pies pero necesita la aprobaci¨®n de ese cr¨ªtico que ha sido el espejo de su teatro desde que, en una primera, lejana rese?a, ¡°fue feroz conmigo, pero vio en la obra lo que nadie, ni yo, hab¨ªa visto¡±. Y le pide asistir a su propia representaci¨®n: ser espectador ¨²nico de la escritura de su veredicto.
Como era de esperar, Juan Mayorga escapa de los clich¨¦s previsibles. Ni Volodia es un cr¨ªtico taimado y venenoso a lo Addison de Witt, ni Scarpa es el t¨®pico autor de ¨¦xito, ensoberbecido y filisteo. Los dos son inteligentes, apasionados, enamorados de su oficio, ardorosamente rom¨¢nticos. Volodia se la sigue jugando a cada escrito, porque sabe que ¡°un cr¨ªtico se mide por sus apuestas¡±, y vive como un sacerdocio su voluntad de detectar lo inaut¨¦ntico. ¡°Del teatro espero la verdad¡±, afirma, y postula ¡°un teatro para el hombre y su misterio, un teatro que nos proteja del vac¨ªo y de los dioses, un teatro que nos ayude a resistir¡±. Hijo de una taquillera y un acomodador, guarda como un talism¨¢n, hermosa imagen, un fragmento del tel¨®n rojo del Metropol, el lugar donde le fue inoculado el virus. Es certero en sus apreciaciones (¡°el signo de nuestro tiempo es sentimentalismo sin compasi¨®n¡±, un mot d¡¯esprit que Anouilh hubiera firmado), y no menos certero es Scarpa cuando defiende su propia obra o cuando declara: ¡°El dolor tiene un prestigio inmerecido. Yo nunca me alistar¨¦ en el Ej¨¦rcito de Artistas para Extender el Asco hacia el Mundo. La desesperaci¨®n no es m¨¢s bella ni m¨¢s inteligente que la esperanza¡±.
Como era de esperar, Juan Mayorga escapa de los clich¨¦s previsibles.
?Teatro ¡°de ideas¡±? Pues s¨ª. Una expresi¨®n ¡°antigua¡±, que hace arrugar m¨¢s de una ceja: el teatro, nos dicen, no se hace con ideas sino con situaciones, con acci¨®n dram¨¢tica. Parad¨®jicamente (o tal vez no), la verdadera acci¨®n dram¨¢tica de la obra parece estar justamente en el debate, porque son ideas poderosas e inflamadas, y cuando el debate da paso a ¡°lo argumental¡± (la exposici¨®n de la obra dentro de la obra y, sobre todo, el giro de su ¨²ltimo tercio) resulta mucho menos interesante. La estampa box¨ªstica de la funci¨®n de Scarpa tiene algo de sopa recalentada, y su met¨¢fora (el pugilato entre ambos) es redundante. Resulta, a mis ojos, infinitamente m¨¢s sugestiva la discusi¨®n que sobre ella se organiza: de nuevo, pues, teatro de ideas. Aunque quiz¨¢s el principal escollo de todo ese pasaje sea su duraci¨®n: no vendr¨ªa mal un tajo o una condensaci¨®n.
En la pieza del entrenador y su pupilo hay una mujer. ¡°Ojal¨¢ esa mujer nunca hubiera entrado en escena¡±, dice Volodia. No me cuesta darle la raz¨®n a mi colega, aunque no toda. El mon¨®logo de la mujer, interpretado por Scarpa, es bello y po¨¦tico: parece escrito por Bulg¨¢kov. El problema es la mujer ¡°real¡±, y me permitir¨¢n que no me explaye al respecto: huele a carta sacada de la manga (tanto por Scarpa como por Mayorga), a pirueta inorg¨¢nica; tiene un lirismo un tanto forzado, que roza la cursiler¨ªa y la inverosimilitud. Tambi¨¦n contribuye a esa sensaci¨®n alg¨²n toque relamido de la puesta, como el cielo abierto y la lluvia de papelitos de la escena final, una de las escasas pegas de la minuciosa direcci¨®n que firma Juan Jos¨¦ Afonso.
Los dos personajes son inteligentes, apasionados, enamorados de su oficio, ardorosamente rom¨¢nticos
Puigcorb¨¦ y Ponce vuelan a gran altura. Un Puigcorb¨¦ plet¨®rico, de n¨ªtida elocuci¨®n, instant¨¢neamente persuasivo, que coloca de maravilla, que se adue?a del escenario desde que lo pisa, que se hace escuchar y, a¨²n m¨¢s dif¨ªcil, escucha con toda su atenci¨®n, aunque el personaje afecte desinter¨¦s; un Puigcorb¨¦ que a ratos me recordaba a Pablo Sanz, en lo bueno y en lo menos bueno, en el lado so?ador, de ojos febriles y palabra encendida, y en la impostaci¨®n de ciertos momentos: le sobran algunas poses declamatorias, de barbilla erguida y mirada al horizonte, quiz¨¢s porque en el texto de Mayorga hay, de igual modo, ca¨ªdas en la pomposidad, avisos de sentencia importante. No me convenci¨® Ponce al principio. Parece, en su entrada y durante un rato, un loco peligroso, un loco de pel¨ªcula, hablando de honra y de muerte y tirando de tizona: cuesta un poco creer que Volodia le haya franqueado el paso, como se hace con los vampiros, y no me tomar¨ªa yo una copa de esa botella ni aquejado de extrema privaci¨®n alcoh¨®lica. Por suerte, la agitaci¨®n se reserva luego para el debate, cuando Scarpa le muestra a Volodia lo que cree que deber¨ªa haber visto en su obra. Ponce narra formidablemente el combate: lo act¨²a con todo su cuerpo, lo revive en escena. Y todav¨ªa queda un momento muy arriesgado, muy valiente y muy bien resuelto: Ponce da voz a la mujer de la obra y su ¨²nico ¡°signo de encarnaci¨®n¡±, para decirlo a la moderna, es descalzarse, como hace el personaje. Puigcorb¨¦ est¨¢ conmovedor cuando evoca, casi tartamudeando por la emoci¨®n, su papel de Svengali, de ¡°modelador¡± de la carrera de Scarpa. Ah¨ª, de nuevo, el mano a mano entre los dos actores tiene mucha verdad y mucho voltaje. L¨¢stima que, en ese ¨²ltimo tercio, como dec¨ªa, nos veamos obligados a comulgar con la rueda de molino de una obsesi¨®n que roza la psicopat¨ªa y que m¨¢s parece una ¡°idea de guion¡± que una verdad humana convincente. Pese a los peros citados, El cr¨ªtico es la obra de un autor que, como sus personajes, adora el teatro y a ¨¦l rinde servicio. Una obra sobre la necesidad de los maestros (faceta ¡°enemigos ¨ªntimos¡±) pero, por encima de todo, sobre la necesidad del arte. Una obra de la que nos acabamos llevando a casa su mucha verdad y su mucho coraz¨®n.
El cr¨ªtico. De Juan Mayorga. Direcci¨®n de Juan Jos¨¦ Afonso. Int¨¦rpretes: Juanjo Puigcorb¨¦ y Pere Ponce. Teatro Marquina. Madrid. Hasta el 13 de marzo.
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